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James Horner

James Horner nació en Los Ángeles en 1953. Hijo de un emigrante del desaparecido imperio Austro – húngaro y madre canadiense, su formación musical comenzó a edad temprana, principalmente en Londres, donde estudió en el Royal College of Music, y se completaría posteriormente en la Universidad del Sur de California y UCLA. Aunque sus primeros pasos tras abandonar el mundo académico se orientaron hacia las salas de concierto, la tibia acogida por parte del público de su obra Spectral Shimmers (1978), en enero de 1979 con la Indianapolis Symphony Orchestra, le llevaron a explorar nuevos horizontes. Así, comenzó a colaborar con el American Film Institute, y posteriormente encontró una oportunidad de desarrollar su talento en la productora de películas de serie B de Roger Corman, New World Pictures, donde compuso, entre otras, la música de un remake de los siete magníficos ambientado en el espacio, con el título Battle Beyond the Stars (1980).

Ésta película llamó la atención de los productores de Paramount, que en 1982 le ofrecieron el que sería el proyecto que impulsaría su carrera en Hollywood: Star Trek II, The Wrath of Khan. La cinta resultó altamente rentable, a pesar de contar con un modesto presupuesto (lo que también posibilitó la contratación de Horner), y su música tuvo una crítica muy favorable, lo que condujo a un acuerdo entre el compositor y Paramount para continuar su relación laboral en otros proyectos, de forma inmediata (48 hours, Uncommon Valor o Star Trek III).

Durante los ochenta comenzó a forjar una sólida relación con un buen puñado de directores y productores, con los que trabajaría a lo largo de su carrera (Ron Howard, James Cameron, Edward Zwick o Steven Spielberg, entre otros), y títulos relevantes, como Cocoon (1985), Aliens (1986), Willow (1988), Field of Dreams (1989) o Glory (1989), comenzaron a darle prestigio entre el público, la crítica, y sus colegas, recibiendo sus primeras nominaciones al Oscar en 1986 (Aliens, como mejor score, y An American Tail, como mejor canción).

Pero sería en los noventa cuando el éxito de los títulos en los que trabajó contribuyó a forjar su carrera y a hacer crecer su popularidad en el mundo del cine, hasta el punto de convertirle en uno de los compositores más reconocidos, ya no de su generación, sino de la Historia. A éxitos de taquilla como Patriot Games (1992), The Pelican Brief (1993) o The Mask of Zorro (1998) se unieron títulos que adquirirían estatus de clásico, como Sneakers (1993), Legends of the Fall (1994), Apollo 13 (1995) o Braveheart (1995), y finalmente alcanzaría la gloria del Oscar con Titanic (1997), que además en su momento se convirtió en la película más taquillera de la Historia.

Tras el éxito de Titanic y sus dos premios de la Academia de Hollywood (mejor score y mejor canción, otorgándole los dos únicos Oscar de su carrera, de un total de diez nominaciones), Horner entró en una nueva fase en su carrera, en la que alternó proyectos que le atraían personalmente (A Beautiful Mind, Iris, House of Sand and Fog o The Boy in the Striped Pyjamas) con películas taquilleras (The Perfect Storm, How the Grinch stole Chistmas).

Después del éxito de taquilla y crítica de la película de James Cameron, Avatar (2009), Horner disminuyó su ritmo de trabajo, y comenzó a mostrarse mucho más selectivo en sus proyectos, inclinándose solamente por aquellos que le implicaban emocionalmente, y en donde alcanzaría su plenitud como artista: Black Gold, For Greater Glory, Southpaw, The 33 y Wolf Totem. Solo en dos ocasiones volvería a trabajar para grandes productoras, de nuevo con excelentes resultados (The Karate Kid y The Amazing Spiderman). Contrariado por un Hollywood que en el nuevo siglo, y cada vez más, cedía poder a grandes inversores con nula compresión artística, pero con mucho dinero, Horner volvió a poner su mirada en las grandes salas de concierto, aquel lugar del que salió despavorido cuando era poco más que un adolescente. En el 2013 se celebró el único concierto con su presencia en Viena, que aglutinaría lo más relevante de su carrera (y donde se le concedió el Max Steiner Award), y dos años después escribió dos obras alejadas del mundo del cine: un concierto para violín y violoncello (Pas de Deux) y otro para trompa (Collage), cerrando así un círculo que él mismo abrió en 1979 en Indianapolis.

Pocas semanas después de esta última obra falleció de forma trágica cuando pilotaba un avión de combate, con el que realizaba acrobacias, estrellándose en el bosque Los Padres, en California. Pocos días antes había compuesto los temas de la que sería la última película que llevaría su nombre en los títulos de crédito: Los siete magníficos. Su música, única cualquiera que sea el género, por su forma de entenderla y expresarla, asociada a inmortales películas, y conocida más allá de las fronteras del séptimo arte, lo convirtieron en una leyenda.

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