La colina, la noche y la luna, el lobo, y la voz de James Horner. Es la voz que comparte con el espectador Cheng, un joven estudiante chino que en plena revolución cultural de Mao, a comienzos de la segunda mitad del siglo XX, es trasladado al norte del país, a la Mongolia Interior, para acabar con el analfabetismo de la población rural china, en uno de los proyectos o pilares sobre los que se asentó el comunismo de ese país en sus inicios.
El último lobo, o Wolf Totem, es una película de Jean Jacques Annaud que como con El Oso (1988) y Dos Hermanos (2004) tiene a un animal como protagonista. En este caso varios: la manada de lobos que puebla y mantiene el equilibrio ecológico de la estepa mongola. Un film imprescindible en los tiempos que corren, para no olvidar de qué forma parte el ser humano, en el que las historias humanas convergen con la historia mayor del planeta, rodado con sentimiento, con ritmo, y en el que la fotografía, o la música, juegan un papel principal.
Y en esas aparece James Horner, tres años después de sus magnificas bandas sonoras para Cristiada y The Amazing Spiderman (ambas 2012), y también Oro Negro (2011), de nuevo de Annaud, que se ha convertido en el mejor aliado del compositor californiano, ahora que parece menos interesados en el cine de Hollywood. Y no es de extrañar, porque cada película del francés es una oportunidad de contar historias a la vieja usanza. Algo que Horner reconoce, ya que como contó el propio Annaud tras Black Gold, uno de los mayores atractivos para el compositor al trabajar en aquel film fue el aroma a cine del de antes. “Ya nadie hace películas de esta forma”, le dijo Horner a Annaud al ver el montaje final de “Oro Negro”.
La relación de ambos Cineastas, con mayúsculas, es hoy muy estrecha, al alcanzar su cuarto proyecto juntos, tras El nombre de la rosa (1986), Enemigo a las puertas (2001), y la mencionada Oro Negro (2011). Pero no siempre fue así, tal y como ha reconocido Annaud en la premiere en Madrid de El último lobo, al explicar que aunque tuvieron sus más y sus menos durante la posproducción de El nombre de la rosa, hoy cuenta a Horner entre sus “mejores amigos”. Tras Oro negro, incluso, llegó a decir que había encontrado en Horner al Rota que halló Fellini, al Williams que encontró Spielberg, y que no se imaginaba haciendo ninguna otra película sin el compositor de Los Ángeles.
Los tres proyectos entre ambos previos a este Wolf Totem se cuentan entre algunos de los trabajos más interesantes de Horner. La ambientación musical única, opaca y misteriosa de El nombre de la rosa, la introspección y recato con embellecimiento exterior de Black Gold, pero sobre todo la pasión y sentido del drama humano, en esa modesta obra maestra, tanto cinematográfica como musical que es Enemy at the gates, son los precedentes. Pero la culminación del binomio Horner – Annaud aún estaba por dar su mayor cumbre. Y esa es El último lobo.
El score
Por muchas razones este score es el mejor de los cuatro de Horner para Annaud, y ya de paso, una de las mejores bandas sonoras que ha escrito en su carrera. La primera y más importante, por la capacidad de su música para sublimar, que es ni más ni menos que aquello por lo que nació el Arte, allá en las cuevas de Tito Bustillo y Altamira, hace miles de años. Un talento que Horner ha demostrado desde los inicios de su carrera, a principios de los ochenta, pero que ha perfeccionado de manera extraordinaria hasta nuestro días, y que no es otra cosa que el nudo en la garganta, el bello erizado, la lagrima en la mejilla al comprender o compartir lo que se está viendo, siempre dentro de esas cuatro paredes oscuras de la sala de cine, donde nadie te ve. En Wolf Totem, ya desde que en el minuto uno el lobo se muestra en la roca frente a la luna, y resuenan por esas cuatro paredes los acordes de su tema al metal, y hasta que el lobo hace su última presencia en la estepa, la sangre corre al ritmo de la música, lo sepa o no el espectador.
Pero hay más razones para creer que estamos ante una de las mejores bandas sonoras de Horner en su carrera, lo cual es casi impensable teniendo en cuenta su currículo a estas alturas. Lo que Annaud le ha dado al compositor es un lienzo y una idea, una serie de personajes y una trama. No le ha dicho por donde trazar el pincel, ni la paleta de colores a emplear. Así, Horner ha sido libre para expresar sus propias ideas a través del dibujo de varias historias que convergen en torno a una sola, la del lobo amenazado por el progreso, la de la naturaleza programada para sobrevivir y el hombre que se ve desnudo ante ella.
Como nos acostumbra, Horner elige unir al espectador y al protagonista en un mismo sentimiento, a través de la música. Su sentimiento. Es Horner siendo Cheng Zheng, el protagonista de la aventura, y a la que el espectador conecte, cada uno de nosotros experimentando en primera persona tan emocionante historia. Puede que a algunos no les convenza el proceder del compositor, que preferirían otra metodología, u otro estilo, pero el caso es que Horner lleva haciendo esto desde hace treinta años, y a algunos nos parece que el cine se hizo para vivir otras historias, muchas historias, en nuestras propias carnes. Para no llegar a oír el doblar de las campanas, al fin y al cabo, hay que ser parte implicada de una historia, y en ese cometido ha empleado James Horner todos los esfuerzos de su vida con su forma de arte.
Otros despacharán recurriendo otra vez a aquello de la manipulación del espectador. Como si fueran ellos los que hubieran dirigido la película, montado las escenas, y dirigido el pulso de los actores. Son los que renuncian al poder de una historia bien contada. De una lectura. De sentarse y escuchar. De dejarse llevar.
El análisis
Algunas críticas vertidas sobre el tótem lobo de Horner señalan repetidamente el uso repetido de un mismo tema o motivo. El tema del lobo del que hemos hablado. Pero repetir algo implica hacer lo mismo dos o más veces. Y eso no sucede en las casi dos horas de película, ni en la hora de disco que nos presenta la casa Milán. Cinco notas que se transforman en decenas más de mil maneras distintas durante todo el metraje, aplicando un cariz diferente a cada situación, mejor dicho, a cada sentimiento. El lobo imponente del principio, minuto uno, recordemos, es noble, está erguido, se sirve de trompas, tubas, trombones y trompetas. Es casi amenazante. Pero el lobo que Cheng cuida a lo largo del film es oboe y clarinete, cuerda y viola, incluso con aderezo étnico, arpa o erhu.
Además de éste tema principal, variado de mil formas hasta no parecer ni su sombra, retorcido hasta exprimirle el último aliento, existen otros. Unas amenazantes cuerdas acompañadas de metales señalan desde Wolves Stalking Gazelles un espacio único: el ataque de los lobos en la estepa. Es Horner componiendo para un documental de animales, con toques de El Cabo del miedo. En esa misma pieza, cuerdas y sintetizadores dan un aire etéreo a la música para representar la emoción que produce el Tengger, el Dios de la estepa, y que hará de nuevo su aparición en el último corte, Return to the Wild.
El piano, en su aparición casi única en el score, hace la introducción de una de las escenas más importantes de la película, y uno de los momentos más relevantes de la historia que cuenta Horner en An Offering to Tengger/ Chen saves the Last Wolf Pup. En este corte, como en el primero, se introducen variadas referencias orientales en forma de instrumentos, variando la compostura del tema principal, hasta llegar al momento clave, poco después de los tres minutos, cuando un nuevo tema de cuerda acompaña el sacrificio de los cachorros de lobo. Una pieza triste pero hermosa, para contar, sólo para contar, como se acaba con la vida de los lobeznos, y las sensaciones que eso produce en el protagonista. Uno de los grandes momentos de la banda sonora, y una de las composiciones más afectivas compuestas por Horner últimamente. Sólo las trompas rompen el momento, aunque en ellas ya queda menos nobleza, menos poder, y se descubren más tiernas, delicadas. Los violines asaltan la escena para redondear el ensimismamiento y la reflexión del momento. Para emocionarse finalmente, la aparición del tema en el minuto 7, a modo de cierre, y hasta el final, recordando la forma de composición de obras como Leyendas de Pasión o Braveheart. Así de majestuosa es la composición de El último lobo, que esas dos bandas sonoras son su gran referencia musical. Porque a la altura de ellas está.
Wolves Attack the Horses es, de los tres cortes de acción pura del disco, el mejor de todos, para una de las escenas más difíciles de la película, y más impactantes también. Los otros dos, el mencionado Wolves Stalking Gazelles y The Frozen Lake, tienen un estilo similar, pero la forma en que los metales y el piano, “a la” Apollo 13, van conformando la tensión creciente del momento, y anticipando la larga cabalgata huyendo de los lobos. El ataque se produce a los dos minutos y medio. Piano marca ritmo, metales conducen, violines elevan la tensión, resuenan los cascos de los caballos hasta en el score, percusión. Una excepcional pieza de acción a la altura de las mejores escritas por Horner; quién es, seguramente con Jerry Goldsmith, el mejor compositor de música de acción de todos los tiempos.
En The Frozen Lake los violines son más protagonistas, aunque el tono es el mismo que en el anterior corte de acción, entre otras cosas porque en la película están prácticamente seguidos. En esta ocasión, sin embargo, el tema de los lobos hace aparición para conceder carácter épico a la lucha entre el hombre y el lobo, en su gran enfrentamiento en igualdad de condiciones de la película. La forma en que Horner finiquita el drama en esta escena es con percusión variada, metálica, aquellos cascos de caballo, acompañamiento de metales, para desembocar en desolación, y con ella, el motivo de cuatro notas que no podía fallar en esta ocasión.
Hay otros dos cortes en el disco, y secuencias en la película, en las que la acción es protagonista, aunque con menos ritmo que en las mencionadas. Es el caso de Scaling the Walls, donde unos trombones anuncian la amenaza que se cierne sobre un redil de ovejas protegido por un muro, y que los lobos pretenden atacar. Horner impregna a su música un carácter solemne, amenazante, no exento de cierto carácter trágico. Percusión y cuerda sólo acompañan a los metales, protagonistas de la creciente acción de la escena, en uno de los ejemplos, así como con Wolves Stalking Gazelles, de cómo mantener la tensión en una escena e ir soltando la adrenalina poco a poco, por dosis.
Finalmente, en Hunting the Wolves, asistimos a la persecución final contra los lobos, y de nuevo metales y diferentes arpeggios de cuerda establecen ritmo y conducción hasta que Horner nos sorprende con una rítmica persecución con los mismos ingredientes, persecución, cuerda y metales, adornadas por la flauta, y la introducción del tema principal de un modo épico como no habíamos oído hasta ahora. Más que una persecución, es un ballet de acción, una coreografía musical perfectamente ensayada, que hacia el final de la película demuestra cuanto le ha gustado a Horner esta película, y cuanto cariño le ha dedicado. Como “sólo el amor descansa”, el compositor demuestra en cada minuto lo mucho que adora esta película y la historia que cuenta, sin fatiga. De principio a fin. Cuando cambia el ritmo musical en torno al minuto 1:47 del corte, y el macho alfa de la manada escapa de un cerco de fuego creado por los cazadores, es difícil no sentir un escalofrío de emoción por toda la columna.
Al otro lado de las partes más agresivas de la partitura subyacen varios motivos temáticos que merecen un espacio, de los que hemos mencionado el dedicado al sacrificio de los lobeznos. De ellos, mi favorito es Red Ribbon, la escena en la que se introduce la historia romántica en escena entre el protagonista y una ganadera mongola. Cuerda, y trompa describen un paisaje casi bucólico, atemporal, o en el que el protagonista, Horner, el espectador, hubiera deseado que el tiempo se hubiese detenido, mejor dicho. Es una bella melodía de cuerda, con algún aderezo étnico, que conduce a una nueva rendición del tema principal. Pero no a cualquiera, sino a una de las mejores. Cuando los violines entran para rendir el tema en el minuto 2:30 de nuevo es imposible no acordarse de la majestuosidad del Horner de mediados de los noventa. Es Braveheart, Legends of the Fall, Wolf Totem. Las grandes. Es momento para hinchar los papos y dejar de respirar.
El corte 8, Little Wolf, o Lobito, es una de esas piezas de recopilatorio, una de esas joyas clásicas que algunos compositores aspiran a escribir una vez en su vida, y que otros, unos pocos, entre los que se encuentra James Horner, son capaces de reproducir varias veces a lo largo de cada década. Flauta y clarinete para seducir al tema principal, que regresa ya enormemente modificado, expresando el romance entre Cheng y el lobo, entre dos amigos, entre un padre y un hijo de especies distintas. El juego de los niños, del lobo pequeño, es representado por Horner con un clásico motivo temático desarrollado con viento madera que aparece al final de esta pieza, y también en la segunda parte de Scaling the Walls.
En esta fase de la película hay una escena en la que Cheng y el viejo Bilgee comparten enseñanzas en paisajes incomparables, y que Horner aprovecha para introducir una enésima variación del tema principal, pero no una cualquiera, sino especialmente conmovedora, y que en el disco no aparecerá hasta el último tercio del corte final, Return to the wild. Este “tour de forcé” final está precedido por Death of A´ba, que parece el cierre del círculo de la historia, cuando las cuerdas, la voz solista que abría la historia, y el cello, clausuran una etapa musical.
Sólo queda despedir la historia, lo que ocurre con el mencionado Return to the wild, casi diez minutos de Horner contando historias y poniendo el nudo en la garganta como en aquellos finales inolvidables de las dos películas tan mencionadas aquí, Leyendas de Pasión y Braveheart, pero también aquel Betrayal de Enemy at the gates, el The place where dreams come true de Field of Dreams, y porque no, y por su arrebatadora esencia trágica y de climax final anticipado, José´s Martyrdom de Cristiada. Así es Return to the wild, la razón por la que Horner no hay más que uno.
Desde los dos minutos de este corte asistiremos a una sucesión de rendiciones del tema principal, que no será nunca más un tema épico, unas trompas en el eco de las colinas, sino un corazón entregado, todo amor. Hermosa escena final en la que no falta una última referencia al cielo protector, al Dios de la estepa, como en Wolves Stalking Gazelles, que se desvela como personaje que ha venido a reclamar su protagonismo. Sobre los títulos de crédito, ya más allá de los cuatro minutos de este corte, Horner permite a aquel tema de cinco notas significativas del principio, cuando estaba frente a la luna, que escape y recorra su propio camino. En su última danza, allá por el minuto siete, nadie en su sano juicio diría que lo que escucharon en el primer minuto del disco y de la película, es lo mismo que lo que escuchan ahora. No son el mismo animal, ni el mismo ser humano. Son la misma voz, diciendo cosas totalmente distintas. La voz desgastada por las experiencias vividas.
Un broche de oro a una partitura maravillosa, toque In country con cuerdas descendentes incluido, que nos muestra el regreso de un compositor al que el mundo del cine no se puede permitir echar de menos durante tanto tiempo. Hay géneros de películas que se les dan muy bien a algunos compositores. A Horner se le da muy bien contar historias. Su genio descansa en el amor con que cuenta esas historias. Ojalá queden varias más. No sé si es más deseo, o necesidad.
Wolf Totem
- Leaving for the Country (Main Theme) (Main Theme) (2:17)
- Wolves Stalking Gazelles (4:19)
- An Offering to Tengger / Chen Saves the Last Wolf Pup (9:22)
- Wolves Attack the Horses (4:49)
- A Red Ribbon (3:20)
- The Frozen Lake (4:42)
- Discovering Hidden Dangers (2:46)
- Little Wolf (3:27)
- Scaling the Walls (4:07)
- Suicide Pact (2:17)
- Hunting the Wolves (6:04)
- Death of A’ba (1:35)
- Return to the Wild (9:52)