Los Inadaptados de Alex North
LOS INADAPTADOS DE ALEX NORTH
La música tiene la facultad de ser evocadora o sugerente, cualquiera, sea mejor o peor (lo que para unos es un infierno, como el reggaetón para mi, para otros será el cielo, cuestión de gustos). Y en el caso de la música de cine tiene un componente adicional, y es la intencionalidad con la que el compositor creó esa música para dar vida a las imágenes con algún motivo (acompañar, resaltar, profundizar, anticipar,… en resumen, manipular en el buen sentido, y sin que necesariamente sea ni en el bueno…).
A veces no hay nada de esto, es poner música sin más, empapelar, como decía el bueno de Jerry Goldsmith cuando le preguntaban sobre la música de cine en una entrevista, comparando las casi 2 horas de música de The Mummy (La Momia, 1999) con los 40 minutos de Patton (1970) o poco más en Papillon (1973), aunque bendito empapelamiento, vamos…
Sin embargo, hay otros trabajos donde ya pueden estar poniendo música hasta el día del juicio final que no lograrán transmitir absolutamente nada (no pondré ejemplos para herir sensibilidades, pero los que me conocéis ya sabéis a qué o quienes me refiero).
Fruto de esa capacidad de sugerir surge, a veces, la fascinación, la que se produce o deriva simplemente con la audición de un buen disco de música de cine (que no necesariamente tiene que ser una buena banda sonora, aunque en este caso concreto si lo sea). Y esa llegó de la mano de la genial The Misfits (Vidas Rebeldes, 1961). Su tema, rítmico y melódico, con un contrapunto dramático maravilloso, a ratos desgarrador, siempre me había llamado la atención. Fue uno de esos discos de Alex North que escuché muchas veces y sin tan siquiera haber visto la película.
Por supuesto, seré sincero, no sé ni de que narices iba la película, aunque sí sabía que la dirigía el gran John Houston y que la interpretaban, nada más y nada menos, que Clark Gable, Marilyn Monroe, Eli Wallach y Montgomery Clift. Pero aquel disco me fascinaba cada vez que lo escuchaba, una y otra vez (igual me sucedió con otro de North que me pareció glorioso, The Sound and the Fury, y con apenas 18 añitos cumplidos).
Y como todo, siempre hay un momento donde la magia obra el milagro, que en mi caso fue en… diciembre del 2020, cuando finalmente vi la película. Y la fascinación dio lugar a la admiración absoluta; North se había puesto en la piel de sus personajes, y les había premiado con una especie de waltz musical que captaba magistralmente esa esencia de inadaptados.
Todos ellos son personajes que, por una razón u otra, no acaban de encajar en la sociedad, siendo emocionalmente inestables. De hecho, quizás Gable sea el personaje más “normal” de todos, el que mejor encajaría socialmente (aunque habría que decidir y definir que entendemos por normalidad, porque todo es muy relativo).
Es la vida, y como tal, son personajes rotos e imperfectos, que se acabarán encontrando y desencontrando, auténticas norias emocionales, pasando del amor al odio sin pestañear (y sin término medio). Aunque, finalmente, la reconciliación quizás no parezca del todo imposible, con un cierre abrupto que bien podría ser un nuevo y esperanzador inicio (no restando tiempo para comprobarlo, ni falta que hace).
La música se te mete hasta los huesos y su “ritmo” te transmite esa sensación maravillosa de inestabilidad, que bien podría servir para hablarnos de la belleza y la alegría de la vida (muy bien representada a través de la sensualidad e inocencia de Monroe o la intensa y peculiar historia de amor entre Gable y Monroe) o de los sinsabores de la misma (como la decepción del personaje de la chica cuando descubre la verdadera naturaleza del fin de cazar caballos salvajes). Mención aparte para la gran cantidad de magistral de Source Music basada en el tema central (una gran habilidad del compositor, y que daría para hacer un estudio).
Y en ese carrusel de emociones que es la vida, en la parte más compleja y profunda de la psique humana, reside un genio llamado Alex North, que se mete en el alma de todos estos maravillosos e imperfectos personajes, todos ellos magistrales, para desnudarlos y, acto seguido, volver a vestirlos y darles cobijo y calor con sus notas musicales, sin dejarles desamparados. El ha sido capaz de moverse como nadie jamás lo ha hecho en los terrenos más oscuros del alma, poniendo voz a sentimientos o estados de ánimo que ni los directores o actores a veces han logrado transmitir de alguna forma. Donde ellos no llegaban muchas veces lo hacía North de una forma directa y clara.
Y no me gustaría quedarme en The Misfits, que a modo de ejemplo creo que es uno de los mejores que se podrían elegir para hacerlo (además de utilizarlo para bautizar el nombre del artículo). Hay muchísimos más inadaptados, parias y sufridores varios, todos ellos maravillosos, que han sido bendecidos por la música de North:
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- El matrimonio-noria de esa monumental Obra Maestra llamada Who’s Afraid of Virginia Woolf (¿Quien Teme a Virginia Woolf?, 1966) de Mike Nichols, una de las partituras más queridas por el propio compositor, una película incómoda, violenta, cruda y realista como la vida misma, que encuentra en Alex North la voz perfecta para ir marcando el contrapunto dramático y melódico de la historia (su calma musical que precede a la tormenta, extraordinario prólogo, es maravillosa, una pieza musical exquisita, delicada y deliciosa)
- Los avatares familiares de los personajes creados por William Faulkner para The Sound and the Fury (El Ruido y la Furia, 1959) o The Long, Hot Summer (El Largo y Cálido Verano, 1958), donde entre aires sureños, source music y música dramática de gran intensidad se dan la mano todo tipo de avatares, sentimientos y frustraciones, destacando bellos temas de amor, pero también sensualidad y tormento (North y su diván sacan el bisturí musical de su batuta para cortar con precisión la tensión y el dolor, y de igual forma para alimentar el amor y la esperanza)
- Esa barbaridad musical, cuna del Jazz cinematográfico, que es A Streetcar Named Desire (Un Tranvía Llamado Deseo, 1952), donde sobran ya las palabras, y NORTH, en mayúsculas es el auténtico termómetro emocional de ese trío protagonista, pincelando maravillosamente al personaje de Vivian Leigh sobremanera, esbozando magistralmente, a partes iguales, las ínfulas de un glamour pasado que rebosa un enorme patetismo derivada de sus fracasos emocionales
- El tono sureño, rítmico y falsamente solemne, de las notas musicales que acompañan a ese maravilloso elenco de seres desgraciados y patéticos que pueblan Wise Blood (Sangre Sabia, 1979), empezando por el reverendo Hazel Motes (Brad Dourif), donde North se permite el lujo de ofrecer música incluso con algún ribete cómico que potencian aún más esa sensación de personajes perdedores y tristes que configuran este circo dantesco de fracasados
- El sabor latino que acompaña a un ENORME Albert Finney en Under the Volcano (Bajo el Volcán, 1984), donde North se mete como nadie en un triángulo amoroso realmente doloroso, que arrastra un pasado imposible de curar, y donde el compositor juega un papel crucial en un auténtico descenso a los infiernos realmente memorable, un viaje incómodo como pocos de la mano de John Houston
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- El tono épico entremezclado con la lujuria, la pasión y el romance de connotaciones tóxicas entre Marco Antonio y Cleopatra (o lo que es igual, entre Richard Burton y Elizabeth Taylor), sin olvidarnos de Julio César (Rex Harrison) en Cleopatra (1963), un trío que proporcionó material a North para ofrecer música que enfatizaba toda la complejidad emocional de los personajes, sus ambiciones, sus pasiones y sus frustraciones, una de sus mejores obras de largo
Podríamos pasarnos horas y horas hablando y escribiendo de esta habilidad musical de Alex North para meterse en la piel de sus personajes (olvidando muchos otros maravilloso ejemplos como Viva Zapata!, The Bad Seed, Willard, The Agony o the Ecstasy, Hard Contract o Dragonslayer, por poner un ejemplo), pero los aquí expuestos configuran un perfecto glosario de la capacidad que poseía este MAESTRO para definir y perfilar todo tipo de emociones, incluso las que no estaban a la vista.
Y la razón para dotar de alma a este puñado de maravillosos e inolvidables inadaptados es que Alex North, en el fondo, era un inadaptado, un compositor que rompía moldes con un estilo propio y particular, alejado de los cánones establecidos en cada una de las décadas en las que le tocó vivir, reinventando géneros e innovando cuando la tendencia marcaba el camino a seguir. El propio Goldsmith se quitaba el sombrero ante su colega, deshaciéndose en elogios hacia North, quien a su vez fue inspiración en no pocas ocasiones para su obra.
Alex North, el Maestro de las emociones, el compositor psicólogo que desde su diván dibujaba complejos, maravillosos y fascinantes puzzles emocionales al alcance de muy pocos, partituras que hoy harían palidecer prácticamente al 99% de sus colegas de profesión. Alex North, el auténtico REY en el arte de evocar o sugerir, más allá de las imágenes que servían de lienzo para su música.
Alex North, el padre de los inadaptados.