La Colaboración Jarre-Weir
La historia del cine atesora maravillosas y excepcionales colaboraciones, y una de las más interesantes y fructíferas son las que tiene lugar entre los compositores y los directores.
Las hay realmente famosas e inolvidables, como el mítico dúo Williams-Spielberg (que nos regaló, entre otras, cosas como E.T., la trilogía de Indiana Jones o Jaws), o el formado por Goldsmith-Shaffner (con auténticas joyas como Papillon, Patton o Planet of Apes), sin olvidarnos de otras igualmente excepcionales, como el dúo Jarre-Lean, que le reportaría al francés la friolera de tres Oscar (Doctor Zhivago, Lawrence of Arabia y A Passage to India), o el malogrado Herrmann-Hitchkock, que nos regaló auténticas maravillas como North by Northwest y Psycho hasta que su relación se rompió con Torn Curtain (reemplazado por el británico John Addison).
Muchos compositores no se han ceñido, en muchas ocasiones, a ser plato fuerte de un único director, como en el caso de Goldsmith, que además trabajó para Joe Dante (Gremlins, Innerspace, Explorers) o con Fred Schepipsi (The Russia House, Love Field o Mr Baseball), o más concretamente el caso que nos ocupa, el genial Maurice Jarre, que tuvo el privilegio de trabajar varias veces con grandes directores como Richard Fleischer (Crossed Swords) o John Frankenheimer (The Train), y especialmente con el director australiano Peter Weir, con quien inició una colaboración en los 80 que se tornó en una fase compositiva de experimentación para el francés, ofreciendo un interesante y magnífico giro en la obra del compositor.
Maurice Jarre, un francés afincado en Hollywood
El inició de la colaboración de Jarre con Weir venía precedida de una época fecunda, donde el francés no dio síntomas de debilidad en ninguna de sus composiciones (Crossed Swords, The Man Who Would Be King, Shogun, Lion in the Desert), y muestra perfecta de ello fue su asignación para la película de acción y espionaje Firefox, excelente thriller dirigido y protagonizado por Clint Eastwood en 1982, sobre el robo de un moderno avión soviético que se pilotaba con la mente.
Jarre compondría un score maravilloso, con un majestuoso y heroico tema central, a modo de fanfarria, para el vuelo del firefox, convirtiéndose en uno de los temas más amados del maestro, y que tristemente permanece sin edición.
Un año después, en 1983, Peter Weir se cruzó en su camino, con su The Year of Living Dangerously, la película que situó al director en una posición privilegiada en el star system y que le catapultó a Hollywood.
Los 80 fueron para Maurice Jarre un caldo de cultivo realmente interesante, donde experimentó con los sintetizadores (como muchos otros compositores de la época, como el magistral Jerry Goldsmith, quien llevaba ya décadas flirteando con ellos), algo que su hijo, Jean Michel Jarre, manejaba y controlaba a la perfección (como puede observarse en toda su obra, como Oxygéne o Equinoxe).
Mientras que Goldsmith salió bastante airoso de su época experimental (y entre comillas lo de airoso), Jarre sufrió críticas más devastadoras en muchos momentos, algunas realmente injustas.
Ambos son el perfecto ejemplo de dos compositores que no se ciñeron a componer exclusivamente en el campo sinfónico, sino que decidieron, lejos de acomodarse, experimentar y llevar más allá el terreno de la composición, lo que se convertiría, a la postre, en el hallazgo de fórmulas compositivas que nos regalarían auténticas obras maestras, como Total Recall o The Ghost and the Darkness para Jerry Goldsmith, o The Mosquito Coast, Enemy Mine o Jacob’s Ladder para el caso de Maurice Jarre.
Merece todo mi aplauso su inconformidad con los patrones compositivos clásicos, para arriesgar y tomar caminos que, en algunos momentos, fueron argumentos para fusilamientos desalmados por trabajos como Criminal Law (Jerry Goldsmith) o Fatal Attraction (Maurice Jarre), algo completamente injustificado, y cuya labor dentro de las películas avala el trabajo del compositor, siempre construyendo un score que funciona perfectamente con las imágenes.
Otros compositores también realizarían sus pinitos en los 80, como James Horner en las excelentes When the River Runs Black o The Name of the Rose, o Alan Silvestri, con desiguales resultados, en Cat’s Eyes o Romancing the Stone.
No obstante, Peter Weir brindaría a Jarre una oportunidad de oro para experimentar y buscar sonidos evocadores y sugerentes, logrando transmitir emociones y profundidad dramática a través de los sintetizadores y la electrónica. Y el resultado fue un éxito rotundo, puro reflejo del genio que fue, es y será el francés, un compositor que pudo vivir de rentas, afincando en su estilo inconfundible, sin arriesgar ni un ápice, y decidió no conformarse con ello, y buscar nuevas sendas compositivas, nuevos recursos y elementos compositivos, abriendo un nuevo horizonte musical dentro de su discografía.
Por esa razón Maurice Jarre es aún más grande de lo que ya podría haber sido sin haberse arriesgado, algo que hoy día es difícil de ver en el panorama musical actual.
Peter Weir, un Australiano afincado en Hollywood
Nacido en Sidney, en 1944, en los 60 inicia un viaje por Europa, con el objetivo de abrir la mente y empaparse de nuevas culturas, volviendo a Australia, donde comenzará a trabajar en televisión, debutando como director en una comedia, Man on Green Bike (1969).
Tras participar en uno de los fragmentos de la película Three to Go (1971), titulado Michael, rodará su primer largo con The Cars that Eat Paris (1974), traducida como Los Coches que Devoraron Paris, una comedia de terror y misterio, donde dos hermanos sufren un aparatoso accidente, del que solo sobrevive uno de ellos, quien despertará en un pueblo llamado Paris, donde nos encontraremos con extraños personajes y situaciones surrealistas.
Le seguirá la magnífica Picnic at Hanging Rock (1975), un misterioso drama basado en hechos reales, sobre la desaparición de tres chicas y su profesora allá por 1900.
En 1977 rodará The Last Wave (La Última Ola), un misterioso y onírico thriller con Richard Chamberlain a la cabeza, como un abogado que investiga la extraña muerte de un aborigen, aparentemente ahogado, y del que pueden ser culpables el grupo de aborígenes a los que debe defender en el juicio. En la resolución del caso tendrá que ver una serie de misteriosos e inquietantes sueños que sufrirá el abogado.
Un pequeño proyecto televisivo de suspense y terror, The Plumber (1978), traducida como El Visitante, dará lugar a una de las mayores superproducciones del cine australiano, el alegato antibélico Gallipolli (1981), protagonizada por un emergente Mel Gibson, y que transcurre durante la primera guerra mundial, cuando las tropas australianas y neozelandesas participaron en la cruenta y trágica batalla de Gallipolli.
El éxito de Gallipolli permitirá a Weir rodar otra ambiciosa película que le reportará el reconocimiento suficiente para dar el salto a Hollywood: The Year of Living Dangerously (1983), donde repetirá con Mel Gibson, como un corresponsal de prensa enviado a la Indonesia de los años 60, para cubrir la delicada situación política del país, próxima a un golpe de estado que derrocará el actual régimen.
Le acompaña la bella Sigourney Weaver, cuya química con Gibson es más que evidente, y la pequeña actriz Linda Hunt, que interpretará a Kwan, un fotógrafo que se convertirá en el escudero de Guy Hamilton (papel que le valdría a la actriz el Oscar al mejor actor de reparto, primera vez que una mujer gana un oscar por un papel de hombre), iniciando, además, una estable relación con el compositor Maurice Jarre desde 1982 a 1993, con un pequeño alto en el camino con la película Green Card (1990).
Hollywood le recibirá con los brazos abiertos, y su siguiente película, la magistral Witness (1985), traducida como Único Testigo, le supondrá ser candidato a los Oscar como mejor director, y la primera y única nominación a los Oscar de Harrison Ford por su papel del capitán de policía John Book, quien herido de gravedad, se ocultará en una comunidad Amish para proteger a un niño que ha sido testigo de un violento crimen, enamorándose su madre y debiendo convivir en un mundo al que es completamente ajeno.
Witness será el perfecto ejemplo del cine de Weir, donde los protagonistas de sus historias entran en mundos completamente ajenos a ellos, debiendo sobrevivir y enfrentarse a un entorno completamente distinto y desconocido, como le sucede al abogado que sufre un choque de culturas en The Last Wave, a John Book en Witness, a Guy Hamilton en The Year of Living Dangerously, o a Allie, el inventor de The Mosquito Coast, su siguiente película, un año después de Witness.
La Costa de los Mosquitos, una película que no llegó a funcionar bien en taquilla, supuso la segunda y última colaboración de Weir con Ford, quien interpreta a Allie, un inventor que decide abandonar Norteamérica, cansado del capitalismo y el consumismo, e irse a la Costa de los Mosquitos (entre Honduras y Nicaragua), en plena selva, arrastrando a su familia con él.
Allie decidirá crear una comunidad utópica con los aborígenes, tratando de mejorar la calidad de vida de la población indígena, pero todo se irá complicando, donde el difícil y temperamental carácter de Allie tendrá bastante culpa, propiciando un descenso a los infiernos de todo el clan familiar, con una parte final muy estilo El Corazón de las Tinieblas, del gran Joseph Conrad, con un viaje río abajo.
Pese a no funcionar bien en taquilla, la película contiene muchísimos aciertos, destacando una excelente dirección, el personaje de Ford y el magistral score de Jarre (además nos encontramos con un joven River Phoenix como hijo de Allie).
Tras el sinsabor de su anterior película, Weir volverá a tocar el cielo en 1989 con Dead Poets Society (El Club de los Poetas Muertos), quizás su mejor película, al menos la más redonda, y probablemente, la que mayor huella ha dejado en la historia del cine para gloria de su director.
Consiguió que un gran actor cómico como Robin Williams, a veces realmente histriónico, realizase un ejercicio de contención (lo que le valdría una nominación a los Oscar), para su personaje de Keating, un profesor de poesía que revolucionará a sus alumnos con su particular forma de ver la vida (Carpe Diem), lo que entrará en conflicto con los estrictos valores inculcados por la escuela privada donde imparte sus clases.
Weir volvería a ser candidato a los Oscar por su magnífica dirección, con un gran reparto de jóvenes promesas (Ethan Hawke, Robert Sean Leonard), y un Jarre inconmensurable, cuyo clímax final se convierte en un auténtico tour de force gracias a la maestría del francés.
En 1990 rodará la comedia dramática Green Card (Matrimonio de Conveniencia), paréntesis musical con Jarre en favor de Hans Zimmer, para una historia donde Gérard Depardieu interpreta a un compositor francés que pactará un matrimonio de conveniencia con una neoyorkina (Andie McDowell) para conseguir la tarjeta verde de residencia en los EE.UU.
En 1993 llega Fearless (Sin Miedo a la Vida), donde un magistral Jeff Bridges (como siempre) interpreta a Max, quien sobrevive a un terrible accidente aéreo, sufriendo un estrés post-traumático que le hace vivir completamente al límite, buscando experimentar situaciones que le lleven a situaciones de auténtico peligro, lo que le proporciona la adrenalina suficiente para recuperar su estado normal.
Rosie Pérez interpreta brillantemente a otra víctima traumatizada del accidente, Carla Rodrigo (que ha perdido a su hijo en el accidente aéreo), que le reportó una merecida nominación a los Oscar por su papel secundario, e Isabella Rosellini interpreta magistralmente a la atormentada mujer de Max, incapaz de entenderle o de hacerle reaccionar.
Maurice Jarre compondría un breve y ambiental score que significará el fin de su relación con el australiano.
Weir tardaría cinco años en volver a las pantallas, y lo haría con la aclamada The Truman Show (1998), donde de nuevo consigue realizar otro ejercicio de contención sobre el histriónico Jim Carrey, que interpreta a un personaje que vive en un enorme plato de televisión creyendo que todo es realidad, y que poco a poco comienza a cuestionar todo lo que rodea.
Éste argumento de reality show supuso, de nuevo, el reconocimiento de la Academia, que lo nominaría como mejor director (además de una nominación al mejor actor secundario para Ed Harris como director del reality), donde el score correría a cargo de Burkhard Dallwitz, con la participación de Phillip Glass, quien compondría algunos cortes.
La última película del australiano sería Master and Commander: The Far Side of the World (2003), adaptación de una novela de época de Patrick O’Brian, donde un buen Russell Crowe da vida al capitán Jack Aubrey, obsesionado con dar captura a un buque de la armada francesa, y cuya impecable dirección le supuso una nueva nominación a los Oscar para Peter Weir, además de otra como mejor película, corriendo el score a cargo de un efectivo Christopher Gordon.
El último proyecto de Peter Weir es The Way Back, que contará en su reparto con Colin Farrell y Ed Harris, y que narra las memorias de un militar ruso que elaboró un plan de huida para evadirse de un gulag soviético en el que se encontraba confinado.
Colaboración Jarre – Weir (1983-1993)
La colaboración entre el australiano y el francés comenzó en el año 1983, y llegaría hasta 1993, toda una década que sumaría un total de cinco títulos variopintos, pero con una constante en ambas colaboraciones: para Weir, su temática preferida, personajes sacados de su mundo y enfrentados a uno nuevo, y para Jarre, un nuevo campo donde poder experimentar nuevas ideas, forjando excelentes recursos musicales a través de los sintetizadores y la electrónica.
The Year of Living Dangerously (1983) sería el primer título, lanzando las carreras de Peter Weir y Mel Gibson (junto con sus Mad Max), siguiéndole Witness (Único Testigo), un thriller policíaco con un Harrison Ford inmenso.
Acto seguido, la interesante e hipnótica The Mosquito Coast (1985), de nuevo con Harrison Ford, a la que le seguiría la magistral Dead Poets Society (1989), con un inmenso Robin Williams (lo que sigue confirmando a Weir no solo como un excelente narrador de historias, sino como un magistral director de actores).
La colaboración tocaría fin con Fearless (1993), traducida como Sin Miedo a la Vida, donde el director utilizó prácticamente música clásica, dejando a Maurice Jarre en un completo segundo plano, quien aporta un par de temas editados en el CD oficial de la banda sonora, y que supuso, para el que escribe, el triste finiquito de tan magistral colaboración.
A continuación, te proponemos un breve recorrido por cada uno de estas colaboraciones, analizando las peculiaridades de cada uno de las composiciones del Maestro francés, donde nos encontraremos con algunos de los momentos más memorables no solo de la discografía de Jarre o de la filmografía de Weir, sino de la historia del cine.
The Year of Living Dangerously (1983) – El Año que Vivimos Peligrosamente
La película está ambientada en la Indonesia de 1965, justo antes del golpe de estado que derrocaría a Sukarno, instaurando un nuevo gobierno a manos del líder de derechas Suharno, quien no abandonaría el poder hasta noviembre del 2000 (de Guatemala a Guatepeor).
Mel Gibson interpreta a Guy Hamilton, corresponsal enviado a Jakarta para radiar los convulsos días que vive Indonesia, ayudándose de un fotógrafo local llamado Kwan (interpretado por la pequeña actriz Linda Hunt) y enamorándose de la bella Jill Bryant (Sigourney Weaver), que trabaja para la embajada británica.
El estallido de la revuelta forzará a Guy a decidir si sigue cubriendo la noticia, arriesgando su propia vida, o huir del país antes de que sea demasiado tarde.
Peter Weir hace un trabajo magnífico con esta historia de amor en tiempos de guerra, con un telón histórico real de por medio, y donde destaca el exotismo de las localizaciones y la química de Sigourney Weaver y Mel Gibson.
Maurice Jarre compone un score completamente exótico y étnico, donde combina los sintetizadores y la electrónica para crear un clima musical etéreo, que desprende exotismo por todos los poros, colaborando en ello el uso de elementos orquestales autóctonos y propios de la cultura del Este, especialmente en la percusión, como el gong o los cimbales.
Cortes como Kwan o Kwan’s Sacrifice ponen de relieve la maestría del francés para crear un ambiente exótico y ambiental, realmente envolvente, convirtiéndose en toda una auténtica experiencia auditiva, un viaje a otra cultura cortesía de Maurice Jarre.
La percusión brilla especialmente en dos cortes; Wayang Kulit, donde tras una misteriosa apertura para el comienzo de la película, se abre paso una excelente y vibrante percusión in crescendo, y mi preferido, Enchanment at Tugu, con dos partes diferenciadas, donde los dos primeros minutos y medios se corresponden con un bello pasaje musical a través de instrumentos étnicos, para el viaje de Hamilton en coche a una mansión perdida en un bellísimo paisaje de prados y montañas, mientras que el resto del corte se corresponde con un rítmico y vibrante pasaje musical a través de la percusión, para una manifestación del partido comunista que es cubierta por Hamilton y Kwan.
El score, que no alcanza la media hora editada, constituye un trabajo compacto y sólido, donde Jarre consigue captar la esencia del exotismo y la belleza de un país como Indonesia, como queda reflejado en el magnífico corte The Death of a Child, una auténtica delicatessen musical.
Peter Weir no utilizó el score editado tal cual, sino que en algunos momentos repitió algunos cortes, y en otros simplemente no utilizó el material compuesto, pero cuando la música hace acto de presencia, el efecto es realmente demoledor e impactante, notando como la música trabaja magistralmente con las imágenes a las que acompaña.
Como curiosidad, Peter Weir había caído enamorado de un tema compuesto por Vangelis, incluido en el disco Opera Sauvage (1978), y que se llamaba L’Elefant, una bella y exótica pieza 100% Vangelis que Weir utilizó en la película a modo de Love Theme, y que aparece en dos momentos de la película (cuando Jill visita la oficina de Hamilton con beso tórrido incluido, y una escena donde ambos huyen a bordo de un coche y en pleno toque de queda nocturno, rompiendo con las reglas para vivir un tórrido romance).
Llama la atención que Weir no solicitase a Jarre el componer un love theme para los dos personajes, pero el tema de Vangelis, siendo sinceros, queda a las mil maravillas, y consigue el efecto que persigue el director, transmitiendo perfectamente el tórrido romance que viven ambos personajes (de hecho, cuando era crío, ese tema se me quedó incrustado en la memoria).
Weir también usa un bello tema clásico de Richard Strauss, de su trabajo para Four Last Songs, que el director asocia con el personaje de Kwan, y que le dan un toque reflexivo y profundo al personaje, quien posee una fuerte carga emocional con el entorno que le rodea.
Witness (1985) – Único Testigo
The Year of Living Dangerously permitió a Weir llegar a Hollywood, y su próximo proyecto, Witness, contó con Harrison Ford como el capitán de policía John Book, que acabará conviviendo en una comunidad Amish, protegiendo a un niño que ha sido testigo de un violento crimen.
Mientras que el score para The Year of Living Dangerously es completamente evocador y sugerente, una pieza exótica y étnica realmente compacta (y para mi gusto superior a Witness), fue esta última la que más fama le reportó al francés, con una nominación a los Oscar por su brillante partitura, que se convertiría en uno de sus pilares en los 80 gracias al tema Building the Barn, uno de los motivos más míticos de su discografía, y una de esas escenas que pasarían directamente a la historia del cine, con Harrison Ford ayudando a la comunidad Amish a levantar un granero (como curiosidad, citar que Ford había sido carpintero antes de convertirse finalmente en actor), y donde la música de Jarre sigue, milimétricamente, la construcción a través de su maravillosa estructura musical.
La nominación a los Oscar se sustentaba principalmente en ese temazo, pero también en el perfecto bloque temático que forma el conjunto del score, reforzando tanto la trama principal (el thriller), como la historia de amor entre Book y Rachel o la convivencia con los Amish.
El tema central, uno de los highlights de la carrera del maestro francés, brilla con esplendor en la escena del granero, pero ya es anticipado en el etéreo y envolvente corte inicial, Witness (Main Title) – Journey to Baltimore, con un excelente desarrollo que acompaña el comienzo de la película, o el coda final, The Amish Are Coming, corte que cierra la edición del CD, y donde recapitula el tema de la construcción del granero.
La violencia y la tensión quedan reflejadas perfectamente en el corte dos, The Murder, o la segunda parte del corte siete, Beginning of the End, momento de la confrontación final (puro Jarre sintetizado de los 80, muy del estilo de composiciones como Dreamscape o No Way Out).
El tema de amor es esbozado brevemente en el comienzo del corte siete, Rachel and Book (Love Theme), pero sin llegar a tener un mayor desarrollo.
El tono ambiental y etéreo, ese toque soundscape tan de la época, especialmente en el primer corte, proporcionará ideas y el tono para la siguiente colaboración, The Mosquito Coast, donde Jarre anticipa ciertas ideas musicales muy evocadoras para el viaje musical y espiritual que supondrá el viaje del clan familiar de Allie.
The Mosquito Coast (1986) – La Costa de los Mosquitos
El siguiente proyecto llevó a Peter Weir a La Costa de los Mosquitos (también conocida como Mosquitia), localizada entre Nicaragua y Honduras, pero que cuyas localizaciones fueron rodadas en Belice, país ribereño del Mar Caribe.
Aunque no funcionó demasiado bien en taquilla, posee elementos realmente interesantes y brillantes, donde destaca la interpretación de Ford como el inventor Allie, la belleza de las localizaciones y un viaje a los infiernos en la parte final de la película.
En éste ocasión, Peter Weir envió a Maurice Jarre la novela y el guión de la película, de forma que pudiera leerlo con tiempo suficiente para ir trabajando en el score, y todo ello sin haber rodado ni tan siquiera un fotograma (algo imposible de ver en el cine actual).
Jarre compuso el score, enviándoselo acto seguido a Peter Weir, quien lo tuvo presente durante toda la filmación de la película como un elemento inspirador, descartando o utilizando el material compuesto por el francés según viese necesario (de hecho, solo son utilizados unos escasos veinte minutos de un total de cuarenta y tres minutos editados).
El resultado: de lejos, la mejor obra de Jarre en cuanto al uso del sintetizador (junto con Jacob’s Ladder). Es un score compacto y redondo, envolvente y embriagador, consiguiendo que, desde que arranca la música, nos embarquemos en otro mundo, viajando con Allie rumbo al mismísimo corazón de la selva, en La Costa de los Mosquitos.
Ese ambiente etéreo, acompañado de una excelente sección de percusión exótica, convierte la escucha del CD en toda una experiencia, y que tristemente no fue ni tan siquiera nominada a los Oscar.
El tema de Allie, que abre y cierre el CD, es maravilloso, y ya desde el primer segundo, arranca la potente maquinaria compositiva del francés para abstraernos y transportarnos a otro mundo, y todo ello compuesto sin haberse rodado ni tan siquiera una imagen (increíble).
Para el que escribe, la mejor colaboración de Jarre con Weir, junto con la magistral Dead Poets Society, que marcó la cuarta colaboración con el australiano.
Dead Poets Society (1989) – El Club de los Poetas Muertos
Una vez, el gran Sir Michael Caine dijo que si tuvieran que recordarle por alguna película, quizás la elegida fuera The Man Who Would Be King (aunque yo añadiría Sleuth).
Pues bien, si a Peter Weir tuvieran que recordarle por alguna película, por su obra más popular y redonda, aquella que más ha influido en las generaciones de aficionados a la historia del cine, y en concreto, a los jóvenes de aquel periodo, la elegida sería Dead Poets Society.
Su mensaje del Carpe Diem (vive el momento) se convirtió en todo un lema generacional desde el estreno de la película, y su final es uno de los mejores momentos cinematográficos de la historia del cine, ante el que es imposible no reprimir un sentimiento de emoción.
Weir consiguió que Robin Williams lograra una de sus mejores interpretaciones como el profesor de poesía Keating (quien nos brindaría auténticas joyas actorales en película como The Fisher King, Good Will Hunting o What Dreams Become).
Keating incitará a sus alumnos a vivir la vida con pasión, a pensar por si mismos, a no ser meras sombras ni simples piezas del sistema, a no conformarse con su destino, desembocando en un final realmente antológico y emotivo.
Es curioso, de nuevo, como la participación de Jarre en la película no llega a los veinte minutos, donde la música solo aparece en contadas escenas, pero de una forma impactante y magistral, un poco al estilo de las décadas pasadas, donde películas de dos horas y media (como Patton) solo tenía una media hora escasa de música, destacando aquellos momentos donde realmente era interesante y vital que apareciese la música, suponiendo un elemento de refuerzo, o utilizado como un elemento narrativo más.
El uso concreto de música en los momentos puntuales hace que se refuerce el poder de las imágenes, y que el espectador aprecie más el uso de la banda sonora, algo que ya dijo varias veces el gran Jerry Goldsmith, al afirmar que hoy día se tendía a componer música de cine para casi todos los minutos de la película, comparándolo como quien empapela toda una habitación. ¿Es necesario ese nivel de saturación?. ¿Las imágenes no tienen el suficiente poder para poder hablar, en algunos momentos, por si solas?.
Esa es la grandeza de Dead Poets Society, porque en su brevedad y sencillez reside su éxito, conectando con el espectador (independientemente de que seas un fan de la música de cine o no), porque Jarre ayuda a tocarnos la fibra sensible con su pieza final, Keating’s Triumph, y sin artimañas ni trampas, de forma sincera y transparente, algo en lo que el francés era un genio, y en lo que pocos compositores le igualaban (como el gran Georges Delerue).
El motivo de Keating, que domina todo el score, y es una pieza sencilla que es interpretada de forma delicada y contenida por instrumentos como el arpa o la flauta, rezumando tranquilidad y belleza en todo momento, logrando un maravilloso y etéreo clima ambiental, transmitiendo sentimientos positivos y alegres, como el propio carácter de Keating.
El último corte, el mejor de todos, posee un excelente desarrollo, donde el tema central se ve reforzado con gaitas para el momento en el que los alumnos se levantan sobre sus pupitres, rebelándose contra la decisión del director de la escuela, que ha decidido expulsar al profesor Keating, al grito de Mi Capitán, Oh, Mi Capitán.
Nunca quince minutos fueron tan sabiamente utilizados como los que aparecen en Dead Poets Society, donde Jarre hace un ejercicio de sencillez que deja en pañales a gran parte del panorama musical actual, que no consigue transmitir ni la mitad de emotividad con el triple de duración. Ver para creer…
Lo que pudo ser y no fue: Green Card (1990) – Matrimonio de Conveniencia
Antes de la quinta y última colaboración, se evidencia un pequeño paréntesis con Green Card, traducida como Matrimonio de Conveniencia, del año 1990, una curiosa comedia con algún tinte dramático, sobre un francés que para obtener la tarjeta verde de residencia deberá casarse con una norteamericana.
Es difícil saber la razón de porqué Jarre no fue asignado al proyecto, cuya tarea recayó en Hans Zimmer, compositor cuya carrera comenzaba a ascender meteóricamente tras éxitos como Rain Man (1988), Driving Miss Daisy (1989) o Black Rain (1989), pero todo apunta a que la agenda del francés estaba, literalmente, hasta los topes.
Pensemos que en 1990, ya por citar la más importante, Jarre intervendría en uno de los mayores éxitos de taquilla de la historia, Ghost, cuya famosa canción principal se convertiría en todo un hito (compuesta por el legendario Alex North).
Pero el resto del año no le fue a la zaga: por un lado, intervino en el fallido film de ciencia ficción Solar Crisis, con Charlton Heston en el reparto, en el thriller After Dark, My Sweet (un correcto trabajo de sintetizador), en la comedia Almost An Angel, con un motivo central arrollador y sinfónico, en la línea del francés, y finalmente, en una de las mejores películas de Adrian Lyne, la genial Jacob’s Ladder (La Escalera de Jacob), con un magistral Tim Robbins como atormentado veterano del Vietnam, donde Jarre ofrece uno de sus mejores trabajos, reflejando perfectamente el drama, la tensión y la angustia que reinan a lo largo de todo el metraje.
Por lo que la no participación de Jarre en Green Card, a la vista de lo expuesto, puede haber sido más bien un problema de agenda que otra cosa, ya que el director llamaría al francés para su siguiente película, en 1993.
Fearless (1993) – Sin miedo a la Vida
Tardé muchísimo tiempo en ver esta película, pero pude volver a constatar, por enésima vez, que Jeff Bridges es un actor enorme, y en manos del director Weir, hace una de sus interpretaciones más profundas y complejas.
Sin Miedo a la Vida no funcionó todo lo bien que debería, pero tiene grandes momentos (algunos memorables), como la secuencia final del accidente, o el momento en el que Max que toma la carretera tras el accidente del inicio de la película, con los Gipsy Kings sonando a toda pastilla desde la radio, exultante por seguir vivo, y sin olvidarnos de la tensa conversación que tiene con su esposa (“aún cuando te odio, sé que te quiero”, le dice ella) o el momento en el que se produce el choque en el coche de Max, con Carla Rodrigo presente.
Lo curioso de esta última colaboración es que la participación del francés en la película se limita a escasos minutos, y es más, tan solo cuatro minutos son recogidos en el álbum que recoge la música utilizada en la película.
¿La razón?. Sería difícil de saber con exactitud sin interrogar a los dos implicados, pero al parecer Weir decidió utilizar más música clásica y contemporánea para la película que material compuesto por Jarre.
Así pues, el clímax final, la catarsis del personaje de Max, tiene lugar con la Symphony Nº3 (1. Lento-Sostenuto tranquillo ma cantabile), un largo corte que continua en los end credits de la película, donde una soprano hace irrupción, dándole un aire más glorioso y litúrgico a la pieza de Henryk Górecki.
El comienzo de la película, completamente caótico y desconcertante, con la gente saliendo de un campo lleno de humo y fuego (donde vemos parte del fuselaje de un avión), es musicado con Polymorphia del polaco Krystof Penderecki, el mismo de la famosa obra Threnody For The Victims Of Hiroshima. Es una pieza crispante, tensa, que transmite desconcierto, y un acierto completo para el inicio de la película.
La música de Jarre, por otra parte, pertenece al periodo de sintetizador del francés, en la línea de la oscuridad musical de Jacob’s Ladder, Ghost o Fatal Attraction, simplemente como recurso musical de acompañamiento, y muy inferior a las comentadas, especialmente a Jacob’s Ladder.
El tema de Max, de un minuto, es un motivo etéreo, que acompaña al personaje en alguna de sus apariciones, y que le confiere un toque tranquilo y relajante, casi como el extraño áurea de ángel que parece rodear al personaje.
Fearless es un corte más oscuro y tenebroso donde, tras una neblinosa cortina de humo, emerge el motivo de Max. Es un corte que acompaña momentos como el que vemos en la carátula del CD, donde Max se sube a lo alto de un edificio, buscando un chute de adrenalina que le calme.
Es curioso comprobar que Weir acierta con la concepción musical de la película, evitando que Jarre componga más música que la que prácticamente está editada.
También me llama la atención pensar que hubiera podido hacer Jarre con un caramelo como el clímax final, o el comienzo de la película, o ya puesto, incluso el momento más colorido de la película, cuando Max y Carla Rodrigo visitan un supermercado, donde Kronos Quartet interpretan Mai Nozipo (Mother Nozipo) de Dumisani Maraire, una pieza muy colorida y que brilla especialmente con las imágenes en la película (es probablemente el momento más abierto y positivo de la película).
The End of the Way
Tristemente, Fearless significó el punto final para el binomio Weir-Jarre, que nos dejó auténticas obras maestras musicales, como:
–Keating’s Triumph: Mi Capitán, Oh mi capitán (Carpe Diem). Una de las piezas más climáticas y emotivas del maestro francés, que realza la belleza de las imágenes del poderoso final de El Club de los Poetas Muertos, donde la irrupción de las gaitas refuerza el magistral clímax final. Se puede decir más alto, pero no más claro: Una obra maestra absoluta.
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Building the Barn
Antológica escena de Witness, con la construcción del granero, donde toda la comunidad Amish colabora ayudando en una de las escenas más hermosas de la historia del cine, con un Jarre inmenso e inspiradísimo, todo ello a través del sintetizador.
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The Year of Living Dangerously
Ese ambiente esotérico y exótico de una Indonesia convulsa, con tórrida relación de amor incluida, donde Jarre combina sintetizadores con elementos orquestales étnicos que le confieren un fantástico toque oriental. La siguiente suite recoge, con ondas martinot incluidas, una bellísima pieza donde nos encontramos con varias piezas musicales de la película.
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The Mosquito Coast
Para mi, y esto es cuestión personal, el trabajo que más amo del francés en cuanto al uso del sintetizador. Un auténtico Soundscape, que te hace viajar a la selva, navegando a lo largo del río que desemboca en La Costa de los Mosquitos. Toda una experiencia sonora, perfectamente recogida en esta pieza. Puro Jarre, una exquisitez.
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Su última colaboración, sin embargo, es casi una pura anécdota, y visto lo fructífero de la relación entre ambos, es una lástima terminar su periplo con esta composición tan escasa y anecdótica.
Jarre seguiría trabajando algunos años más y en contadas ocasiones, destacando su nominación a los globos de oro por la excepcional A Walk in the Clouds (1995) o la maravillosa Sunshine (1999), hasta que, tristemente, fallecería el 29 de marzo del 2009.
Así se puso punto final a una colaboración que le permitió al francés experimentar y seguir alargando su sombra, la leyenda de uno de los mejores compositores de la historia, que vivió peligrosamente, siendo único testigo de la costa de los mosquitos, y perteneciendo al Club de los Poetas Muertos, todo ello sin Miedo a la Vida.
Dedicado a Maurice Jarre (29/03/2009)
Otros Enlaces de Interés
Si quieres profundizar en cada uno de los trabajos mencionados anteriormente, en estos cuatro enlaces tienes posibilidad de acceder a información más detallada sobre el contenido de la música.