Análisis
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Género
Drama
Lo mejor
La enorme dignidad que le otorga al protagonista tocando las teclas adecuadas
Lo peor
Siendo el tipo de películas qué es, pues nada

Moonlight

2016

Little, Chiron o Black, da igual. Con cualquiera de estos nombres será llamado este joven afroamericano que vive en un barrio marginal de Miami y que tiene que sobrevivir a un entorno (familiar y social) hostil. Moonlight nos cuenta su historia a través de tres momentos vitales de su existencia: su niñez, su adolescencia y su etapa adulta. Lo iremos conociendo a la misma vez que él se va conociendo y preguntándose quién es y quién no es, descubriendo qué es amar y que es odiar mientras que en su interior crece una incertidumbre, también un deseo de afirmar y un miedo a corroborar: el de saber  quién es realmente, el de saberse poseedor de su propia identidad.

El cine puede resultar en ocasiones una experiencia enriquecedora, otras veces mística, traumática también o, simplemente, una experiencia. Moonlight está dentro de ese grupo. Pocas películas han despertado en mí semejante grado de admiración y de respeto como esta obra orquestada por un orfebre llamado Barry Jenkins en la que se conjuga  hábilmente poética, descarnada y sutil, con realismo, evocador y conmovedor realismo (insano incluso). Son tantos los sabores, tantos los matices, tantas las sensaciones que reúne esta película que uno no puede contemplarla más que desde la incredulidad del que ve algo único y que, posiblemente, raramente se repita.

Alérgica a la lisonja, al panfleto antirracista, a las impostadas lecciones de ética y moral que habitualmente nos transmiten este tipo de filmes Moonlight encuentra en sus pequeñeces, en sus rincones más inconfesos, en las miradas cómplices de sus protagonistas su grandeza y también su dignidad. Un gran e inabarcable dignidad, todo sea dicho. Sus silencios resultan ensordecedores, su puesta en escena calculada y dolorosamente expresiva consiguiendo crear un microcosmos alrededor del protagonista tan cautivador y sincero como atroz y cruel. No hay artificios, no hay concesiones a la galería, nada esta forzado en esta obra que fluye mansa y feroz a la vez para rasgar nuestras vestiduras y convertirnos en cómplices no confesos de este camino más plagado de espinas que de rosas que es la búsqueda de la identidad (no tanto sexual como de sujeto).

Es una película que nace y muere libre, que se te instala en la mochila sin casi que te des cuenta. El tiempo la pondrá en su sitio pero para mí es, desde ya, uno de los dramas raciales más potentes y emblemáticos que jamás se ha escrito. Y además, ha sido galardonada con un poco polémico Oscar a mejor película, y no por inmerecido, sino por la forma.

Sobre el Compositor

Nicholas Britell es un compositor norteamericano que además ha actuado como productor cinematográfico para el bueno del oscarizado Damien Chazelle (La La Land), concretamente en el corto Whiplash y su versión cinematográfica, donde J.K Simmons se alzó con un más que merecido oscar a mejor actor secundario (además, en esta banda sonora, Britell colaboró en la producción musical, e incluso aportando alguna creación musical puntual).

También es un compositor ligado a la actriz Natalie Portman en su faceta como directora, habiendo colaborado con ella en su corto Eve (2008), en el segmento de Portman de New York, I Love You (2008) y en el drama biográfico A tale of Love and Darkness (2015).

Pese a que Moonlight ha sido su principal escaparate, acaparando nominaciones a mejor banda sonora en lugares como los Globos de Oro o los Oscar (alzándose a la mejor composición en los Black Reel Awards), su principal peldaño hacia la posición que puede ocupar este compositor en la industria tuvo lugar con la oscarizada 12 Years as a Slave (2014) del director Steve McQueen, donde si bien el peso dramático y principal de la banda sonora recaía en el teutón Hans Zimmer, Britell se convirtió en el soporte perfecto para la llamada música diegética como compositor adicional: música religiosa, música de cámara y todo tipo de source music adicional necesaria para la perfecta ambientación tanto social como histórica, lo que otorgó al compositor reconocimiento crítico (de hecho, su canción My Lord Shunshine para dicha película fue pre-nominada a los Oscar, siendo una de las quince preseleccionadas).

Sobre la Banda Sonora

Poco o nada puede aportar Nicholas Britell (The Big Short, Free State of Jones) a una película tan redonda, inmisericorde y pulcramente concebida. Pero lo poco que puede hacer consigue justo aquello que la película necesita para completarla. A partir de los mínimos recursos extrae el máximo provecho para dignificar de forma breve y concisa al protagonista. Y es eso lo que aporta la música de Britell: una loable e inmaculada carga de respeto a este ser marginado.

Esto primero lo conseguirá a través de un sencillo y breve tema para el protagonista que se irá repitiendo a lo largo de la película cambiando su tonalidad según las distintas fases vitales que atraviese:  durante su niñez (Little´s Theme) lo escucharemos en unos tonos más bajo y agudos, de forma muy limpia y diáfana, sin apenas estridencias, significando la inocencia de ese ser; de adolescente (Chiron´s Theme) adquirirá unos tonos más bajos y en parte graves con el piano como gran protagonista exponiendo claramente su vulnerabilidad y su carácter de chico solitario (en buena parte debido a todas las circunstancias que lo rodean); ya de adulto (Black´s Theme) adquirirá unos tonos más netamente graves y grisáceos, algo distorsionados,  en el que se incorporará el chelo para subrayar una etapa en que buena parte de esa pureza se ha perdido pero en la que aún sobrevive ese niño malherido y de gran sensibilidad. Estamos hablando pues de un tema muy sencillo y quebradizo que humaniza  al protagonista y grita en silencio su derecho a ser querido, respetado y amado.

Sólo en la fase que es adulto el compositor dejará prácticamente limpia de música la película con lo que reinará el silencio y el protagonista se queda más expuesto que en ningún otro momento (uno de los recursos más inteligentes aplicados a este filme para que el espectador sencillamente juzgue sin haber terceras manos de por medio).

Existe otro tema de índole más circunstancial de marcada expresividad y acentuada impronta clásica que pauta de forma más explícita el tormento interior que vive el protagonista. Lo escuchamos en The Middle of the World y en The Spot. En el primero el chaval (siendo niño) experimenta por primera vez lo más parecido a la felicidad que ha vivido hasta ese momento y la plenitud de sentirse libre flotando en el mar ayudado por su amigo Juan. En ningún momento la música de Britell nos transmitirá felicidad o dicha, todo lo contrario, ya que éste pese a ser uno de los momentos más bellos de la película está trasladado a la música de forma muy agitada en lo parece un exorcismo de los demonios del protagonista ante lo que debería ser un momento de alivio y paz. En The Spot, ante una monumental bronca de su madre, contemplamos e nuevo la singular fuerza expresiva de este tema y nos convierte de nuevo, en cómplices no buscados de la profunda angustia vital en la que vive acuciado por la falta de amparo y de cariño de su ser más próximo.

Hablamos pues de un tema que contacta al protagonista de una forma más directa con la vida y, más concretamente, con el entorno en el que vive pero no de forma armónica sino agitada y angustiosa. No resulta fundamental dentro de la película pero sí que aporta un componente que permanece dolorosamente inerte en película: el de la ira inducida. Es un tema pues que procura la empatía con el espectador pero de una forma transversa y nociva en lo que es un nuevo recurso expresivo de singular originalidad de su director. Será este tema y su hipnótico manejo de la cámara los que hagan el juego sucio en la película en el que es todo un alarde de sapiencia cinematográfica y punción en el dolor.

Tenemos pues los dos cuerpos principales de la banda sonora. Ambos expresan, muy breve y acertadamente, detalles que la película no concibe deliberadamente. La ausencia de excesos y que la música deje todo el espacio argumental a las poderosas e impactantes imágenes, interviniendo en los momentos justos, es el gran cierto a nivel cinematográfico del trabajo de Britell. Los sobrecogedores silencios quedan rotos en momentos muy puntuales por la música, música que constituye un grito de socorro y una reafirmación del ser humano que es, también una expresión de ira pero desde la dignidad del que se sabe poseedor de la razón. Y la hace sin interrumpir la narración, dejándonos sentir el vaivén existencial del chico. La aplicación en la película es, por lo tanto, muy libre con lo que refuerza el carácter tanto experimental como autoral de la misma.

El resto de música irá destinada a reforzar de forma muy discreta (y efectiva) los distintos puntos oscuros de la historia convirtiendo esta banda sonora en un claro ejemplo de qué sí hacer con la música cuando sí sabe qué hacer con la película.

Moonlight

  1. Every N****r Is a Star – Boris Gardiner
  2. Little’s Theme
  3. Ride Home
  4. Vesperae Solennes de Confessore – Laudate Dominum, K. 339 (Excerpt) – Wolfgang Amadeus Mozart
  5. The Middle of The World
  6. The Spot
  7. Interlude
  8. Chiron’s Theme
  9. Metrorail Closing
  10. Chiron’s Theme Chopped & Screwed (Knock Down Stay Down)
  11. You Don’t Even Know
  12. Don’t Look at Me
  13. Cell Therapy – Goodie Mob
  14. Atlanta Ain’t But So Big
  15. Sweet Dreams
  16. Chef’s Special
  17. Hello Stranger – Barbara Lewis
  18. Black’s Theme
  19. Who Is You?
  20. End Credits Suite
  21. Bonus Track: The Culmination
Duración total: 52:00 minutos
Compositor: Nicholas Britell
Sello: Lakeshore Records
Formato: CD
Fecha de lanzamiento 5 de Noviembre 2016
Moonlight