Los trece escalones de MOSMA 2020
Dicen que saber escuchar es un don. Por desgracia, cuando hay tantas voces en el ambiente y todas reclaman tu atención, puede llegar a convertirse en un sufrimiento. Sólo con años de práctica se aprende a separar el contenido del continente. La prudencia también es recomendable. No me suele gustar aventurarme en espacios muy concurridos, por la sobrecarga de pensamientos. Aunque hay ciertos eventos que son una excepción. Nunca me he perdido el MOSMA y este año no va a ser menos.
Nos encontramos cerca de las mesas altas del exterior de La Mesonera, junto al Teatro Cervantes, en un cálido jueves de septiembre. No hace falta ser mentalista para sentir la tensión. Los músicos de la Orquesta Sinfónica de Málaga destacan a la legua, vestidos de negro y sin ningún coche fúnebre a la vista. Algunos hace tiempo que no tienen ningún bolo, otros son maestros y profesores y se les presenta un inicio de curso complicado. Por si se hubieran olvidado de que el mundo ha cambiado, están fuera del teatro para que los técnicos puedan desinfectarlo.
Igual que nos tenemos que desinfectar los asistentes al Homenaje a Ennio Morricone: toma de temperatura, lavado de manos, limpieza de zapatos y mascarilla obligatoria. Nada de hacer pasillos. Joan Martorell, el director del concierto, está entre bambalinas. No hay nervios para él, porque esto es como una segunda piel. En el cine siempre se va con prisas. Hoy no. Va a ser capaz de relativizar el tiempo y hacer que un concierto de hora y diez dure casi dos. No puede dejar pasar la ocasión sin decir unas palabras sobre “el concierto milagro”, porque es un milagro que se celebre. “El concierto de los valientes”, porque todos los somos: la organización, los miembros de la orquesta, el público.
Yo noto nervios. Los nervios de los compositores. Un poco de temor. Más bien respeto. El momento en el que exponen su trabajo, desnudo, ante nosotros. Pero no es suyo, es su “re-imaginación” de obras de Morricone. Titánica labor. Y esta noche es noche de examen. Me vienen varios pensamientos: “espero no haber estropeado mucho la música del maestro.” Martorell nos recomienda que, simplemente, nos dejemos llevar.
Sergio de la Puente está al piano. A él le toca romper el hielo, pero juega sobre seguro. El germen de todo el concierto se halla en su reinterpretación de Blade Runner de la edición anterior. Se pone un poco nervioso cuando falla la batería del “pinganillo” de Martorell. Sin embargo, piensa, mejor ahora que no dentro de un par de minutos. Ha barrido para casa en su modernización de la Trilogía del Dólar, impregnándola de un leve estilo New Age, con la puntual ayuda del saxofón soprano de Elisa Urrestarazu y la voz de Esperanza Delgado.
El siguiente compositor escucha su pieza desde el fondo del patio de butacas y, a pesar de todo, está feliz. Si Eneko Vadillo no se hubiera comprado su propia entrada, se habría quedado sin sitio. Siente interés por ver cómo reacciona el público a su Malena. Ha optado por un filtro más contemporáneo, ha de ser fiel a sí mismo, también con Urrestarazu al saxofón. Su traje negro le va dejando de oprimir según se desarrolla la pieza.
Sólo tengo fuerzas para mis pensamientos durante El secreto del Sahara de Joan Martorell. Las emociones intensas suelen bloquear mi sistema, porque enfocan la mente y, a veces, disparan los recuerdos. Los de un niño sentado frente a su televisor, un domingo de octubre de 1989. Imágenes del desierto y esa música cautivadora. Jamás pensé que llegaría a escuchar estas piezas interpretadas en directo. La canción me provoca escalofríos.
Vuelvo al presente lentamente. La voz de David Sáiz desgrana el menú con delicadeza. Me llega una oleada de hambre, pero no es mía. En un principio, a David le pareció buena idea lo de convertir las presentaciones en un ejercicio de “nouvelle cuisine” para expertos gourmets musicales. Ahora, se pregunta si será capaz de terminar la velada sin que su estómago forme parte del concierto.
Dani Trujillo se decanta por la elegancia de los temas románticos de La leyenda del pianista en el océano y Un asunto de amor. Elegancia que ha querido magnificar con la ayuda de Pablo Olivas. Al enterarse de que iba a contar con Noelia Franco como solista, decidió que ambas piezas gravitaran alrededor de su voz. Viendo la reacción del respetable, parece haber acertado y libera un suspiro de alivio.
El piano está listo para recibir a su próximo inquilino. Carles Cases no ve el momento de poder quitarse la mascarilla. Le parece que le falta aire para respirar. No son nervios. Necesita la música tanto como el aire. Es agobio. Necesita el escenario. Mientras está al piano, el mundo desaparece y le embarga el entusiasmo. La música es su vida y le nace de dentro. Escribe música todo el tiempo y, en contadas ocasiones, como la de hoy, la comparte. Ha trabajado sus arreglos para Novecento, Cinema Paradiso y Érase una vez en América con mimo, pero también pensando en la orquesta. El truco no siempre está en tener mucho tiempo de ensayo, sino en hacer la vida más fácil a los intérpretes. El resultado es arrollador y sonríe satisfecho.
La siguiente re-imaginación es una misión arriesgada, que no imposible, obra de Isabel Royán. Su deseo ha sido hacer algo propio con el trabajo del maestro para La misión, empleando un lenguaje moderno, experimental, como el del mismo Morricone. Su mente repasa las pequeñas estructuras musicales que ha utilizado de la obra original, el cambio de sonoridad en la flauta travesera y su desarrollo hasta convertirse en la música que el público (re)conoce. Y espera no haber ido demasiado lejos al pedir a los músicos que hagan de improvisado coro guaraní en la última pieza.
Un par de filas por delante de mí, veo la nuca de David Doncel, responsable de la dirección artística del evento. Su cerebro está a punto de explotar. De hecho, ha tenido que pellizcarse varias veces para comprobar que está despierto. Lleva muchos años organizando festivales y, sin embargo, el camino nunca ha dejado de sorprenderle. Hay ocasiones en las que esperas lo mejor y nunca llega. Y hay noches como las de hoy, que compensan todas las demás.
En un palco, a mi derecha, siento la presencia de Pablo Cervantes. Se encuentra en mitad de un proyecto y ha tenido que hacer encaje de bolillos para poder estar en Málaga. Al menos, con tantas cosas en la cabeza, no tiene oportunidad de ponerse nervioso. Ha escogido el tema de la familia de Los intocables de Eliot Ness. Aprovechando la calidad del género, lo ha desnudado hasta su más pura esencia, para volver a montarlo desde la deconstrucción.
Orquesta con efectos y guitarra eléctrica para la versión de Luc Suárez y Javier Bayón de Un hombre a respetar. El concertino no puede evitar seguir las evoluciones de la “lap steel” y la verdad es que le entiendo, porque nuestros pensamientos van al unísono. A continuación, los Hermanos Ferrando nos ofrecen Chi Mai, convertida en una ópera psicodélica de rock progresivo.
El programa cierra el círculo volviendo al western con Hasta que llegó su hora, casi como si de una propina se tratara. Yo también vuelvo a Dani Trujillo. Si fuera por él, se mordería las uñas, pero está sentado al piano. Entre las guitarras metaleras y la armónica de Luc Suárez, piensa colar un arreglo pop del tema de Jill, contando de nuevo con Noelia Franco. Él tendrá que preguntar a la gente para saber si ha funcionado, pero yo siento la energía que fluye de los asistentes.
Con el público en pie aplaudiendo, queda patente la cantidad de localidades que ha sido necesario dejar libres para cumplir con las normativas sanitarias. Aunque no por ello el aplauso resulta menos cálido. A mí me viene bien que todos nos centremos en un único pensamiento. Así y todo, agradezco no tener nada que hacer hasta mañana por la tarde, porque necesito volver a escuchar únicamente mi voz interior.
El primer concierto del viernes se celebra en el Teatro Echegaray y está dedicado a La música de Studio Ghibli. Incluso antes de tomar la batuta, siento más que leo la mente de Òscar Senén. No sólo se va a poner al frente de la Movie Score Málaga Assemblé Orchestra, sino que también se ha encargado de arreglar y orquestar las piezas de Joe Hisaishi que van a interpretarse. A estas alturas, el trabajo realizado ni tan siquiera le pesa sobre los hombros. Vive aquí y ahora, en el directo.
El programa realiza un repaso cronológico a la colaboración de Hisaishi con el director Hayao Miyazaki, comenzando en 1984 con Nausicaä del Valle del Viento hasta llegar a El viento se levanta en 2013, desplegando toda la fascinación de Oriente por las formas musicales occidentales. Hay un instante en el que me invade la duda, pero es sólo Joan Martorell que vive a caballo entre sus teclados y las percusiones, al fondo del escenario.
Las dos últimas piezas del concierto son El cuento de la princesa Kaguya, película dirigida por Isao Takahata, y Mi vecino Totoro, que nos habían escamoteado previamente. Juan Ramón Hernández Almagro, encargado de las selecciones relativas al “país del sol naciente”, aplaude a rabiar. Es consciente de que Senén ha tenido que hacer malabarismos, debido a lo reducido de la formación orquestal, pero con la amplificación y el balance de sonido se ha obrado la magia.
Tengo el tiempo justo para vaciar la mente sentado en un banco frente al Teatro Romano, que se encuentra al cobijo de la imponente Alcazaba. Nunca se me ha escapado la ironía de que el Cine Albéniz esté situado junto a las ruinas del teatro. Los seres humanos somos animales de costumbres, pienso mientras trato de alejar de mí las palabras sueltas que me llegan desde la terraza de El Pimpi. Al subir por las escaleras de acceso al cine, paso junto a Pascal Gaigne, más francés que nunca con su gorra de miembro de la resistencia. Ésa a la que todos pertenecemos en estos últimos tiempos: la resistencia cultural.
De Los Serrano a La casa de papel ofrece un viaje musical por la ficción televisiva española de los últimos veinte años, de la mano de Óscar Senén y la Movie Score Málaga Assemblé Orchestra. Son esos veinte años los que viven en la mente de Manel Santisteban. De hecho, al inicio del concierto, está perdido en su memoria, tratando de recordar cuál fue su primera colaboración con Globomedia. Puede que Más que amigos, con Daniel Écija. Pero hoy es la noche de Álex Pina.
La verdad es que no recibo muchas señales. La batería y el bajo se lo comen todo, incluso los pensamientos del público. Al final, hay un momento “tierra, trágame” cuando Santisteban le pide a Iván Martínez Lacámara que tome él la palabra. Tengo a Juan Antonio Vigar, director del Festival de Málaga, en mi diagonal. Está satisfecho. Sobre todo, teniendo en cuenta la lucha sin cuartel que ha tenido que llevar a cabo para que tanto el festival de cine como el MOSMA se celebren. Ya descansaré en San Sebastián, piensa.
El sábado regreso al Cervantes para el concierto de clausura: En versión original. Un viaje por las bandas soñoras, con eñe, de nuestro cine y televisión, con Arturo Díez Boscovich al frente de la Orquesta Filarmónica de Málaga. Los compromisos de Boscovich con el Teatro del Soho habían impedido su participación el año pasado, pero éste viene con energías renovadas. Batalla con mascarilla rebelde incluida. Nos dirige unas breves palabras de agradecimiento. Además, no sólo lo piensa, sino que también lo dice: “parece que estemos haciendo algo malo.”
Verano azul abre la velada. Otra de esas piezas que jamás creí que escucharía interpretadas en vivo. Me imagino a Carmelo Bernaola, allá donde esté, perdonándole a la organización que Antón García Abril se vaya a comer el tiempo para el resto de sus obras. Los títulos de Carreteras secundarias me recuerdan que Roque Baños ha sido uno de los que ha sufrido las consecuencias de la pandemia en sus propias carnes y tengo un pensamiento para él. No sé si le llegará, porque estas cosas funcionan en una sola dirección.
Pascal Gaigne comparte palco con Carles Cases. Mientras el piano juega con la orquesta en Gordos, recuerda otros conciertos. Al menos, esta vez, no es al aire libre. Tiene a Antonio Meliveo justo enfrente, al otro lado del patio de butacas. Su suite de El país del miedo se abre y se cierra con una canción, transitando sonoridades jazzísticas. Bernardo Bonezzi no sé si está con Bernaola, pero también nos observa desde allá, con un cuenco enorme de palomitas, mientras disfruta de El amor perjudica seriamente la salud y recuerda las cartas que le escribía Mª Cinta.
Cases preferiría estar en el escenario para su Joc de rol. Su mente viaja hasta Borredà y recuerda el momento en el que decidió jugar con su propia obra y re-imaginarse con Serguéi Prokófiev en los metales y Bernard Herrmann en las cuerdas. Divertido de escribir, arriesgado para su puesta en escena. Solo espera que los metales suenen bien.
Tras En la ciudad de sin límites, de Víctor Reyes, y Tengo ganas de ti, de Manel Santisteban, la orquesta interpreta Canciones y danzas para Dulcinea, de Antón García Abril, galardonado este año con el premio MOSMA Maestro 2020. Como era previsible, no ha podido acercarse a la capital malacitana y serán sus hijas las que reciban el premio en su nombre. Juan Antonio Vigar es el encargado de hacer la entrega del mismo. Hay veces en las que faltan las palabras, pero hoy no. Dos frases resuenan entre la audiencia: “la cultura es segura” y “hay que seguir viviendo”.
El concierto se cierra con tres de los trabajos más conocidos del homenajeado, sus sintonías para las series de televisión Anillos de oro, Fortunata y Jacinta y El hombre de la tierra. Esta última consigue borrar todas las voces de mi mente de un plumazo. Sólo me llega una, de mi pasado más lejano, cuando era ese niño sentado enfrente de un televisor, hipnotizado por la voz de Félix Rodríguez de la Fuente. Y, de propina, como dice Boscovich, algo bailable: Todos los hombres sois iguales, de Bonezzi.
MOSMA 2020 ha sido todo un éxito. Hay conciertos que han gustado más y otros, menos. Sin embargo, el mero hecho de que se haya celebrado, en las circunstancias en las que estamos, es un éxito. Los organizadores esperaban algo diferente para esta quinta edición. De hecho, tenían pensado algo diferente y, a pesar de todo, se sienten satisfechos. No sólo lo leo en sus mentes, también lo veo en sus caras. Y en las de todos los asistentes. ¿Inexplicable? No, se llama supervivencia.
Mi cabeza necesita descansar. Aislarse. Recargar pilas. Aunque, antes de despedirme, quiero recordarles una cosa: “parte de lo que han leído ha sido fruto de mi imaginación. No le den más vueltas, no tiene sentido.”
Fotos: MOSMA – Movie Score Málaga y Eloy Muñoz