In Memoriam: Quincy Jones
Hay compositores, hay músicos, y luego hay leyendas del universo musical, talentos innatos como Dave Grusin, Lalo Schifrin o el gran Quincy Jones. Todos vamos cumpliendo años, y si llegamos a gozar del privilegio de tener una buena salud, lo normal es irnos al final de una vida plena de alegrías (y de alguna tristeza también, por supuesto).
Y así llegamos al fatídico 3 de noviembre, donde con 91 años se nos ha ido una de las últimas leyendas de la música de cine, y aún diría más, del mundo de la música, sin más. Y cada vez son menos las leyendas que nos quedan… Pero la muerte no es más que la fecha de caducidad que todos tenemos en vida, aunque son nuestros actos y creaciones el legado que hablará por nosotros, sea a corto, a medio o a largo plazo, como es el caso del bueno de Quincy.
Habría que empezar por lo más conocido, o mejor dicho, por una de las facetas por las que tiene reconocido prestigio por parte de la industria, y que no es otra que la de productor musical, especialmente de Michael Jackson, que desde el año 1979 juntaron sus carreras durante gran tiempo con el disco Off-the-Wall (Don’t Stop ‘Til You Get Enough es una de mis canciones preferidas de siempre), aunque el disco más vendido de todos los tiempos sería Thriller.
Y para los que crecimos en los 80, como olvidar que sería el productor de aquella mítica canción de los 80, We Are the World, que reuniría a las eminencias musicales más grandes de la época, y si me apuras, de la historia, todo ello para recaudar fondos contra el hambre en Etiopía.
Y ello nos lleva a recordar el activismo de este hombre, metido en todo tipo de causas para hacer del mundo un lugar mejor, desde el apoyo a primeros de los 60 de Martin Luther King Jr. hasta la fundación de asociaciones como la WAF (We Are the Future), creada en 2004 para ayudar a los niños en situación de pobreza y en zonas de conflicto una oportunidad para poder disfrutar de su infancia y optar a un futuro mejor.
Además de nominado a los Oscar 7 veces (canción original, banda sonora, música adaptada e incluso productor cinematográfico por The Purple Colour de Steven Spielberg), no consiguiendo alzarse con ninguno (si con un premio que da la Academia, el Premio Humanitario Jean Hersholt en 1995 por «reconocimiento a labores extraordinarias en causas humanitarias»), ha sido el músico con mayor nominación de Grammys de la historia, hasta 79 veces, alzándose con 29 galardones, incluyendo el Grammy Legend Award.
Desde sus comienzos es uno de esos músicos de dilatada carrera que ha ido acumulando conocimiento (y reconocimiento) y contactos, en constante crecimiento y enriquecimiento musical y profesional; trompetista primigenio (algo que me recuerda al bueno de Mark Isham, o mas bien que al hablar de Isham me acuerde Quincy, que sería lo suyo), ha ido nadando en todo tipo de géneros, desde la fusión de estilos hasta el R&B, Jazz, Swing o Bop entre otros muchos, llegando a tocar como músico o arreglista para celebridades como Elvis Presley, Frank Sinatra o Dizzy Gillespie (de hecho, con Sinatra forjaría una gran amistad y colaboración hasta la muerte de Sinatra en 1998, donde este le dejó en legado su anillo, el cual ya nunca más se quitó).
Con una carrera dilatada, y con el poco tiempo que a veces tenemos para profundizar en la obra de todos los compositores realmente interesantes que han campado por nuestras vidas (ya me gustaría tener un par de vidas más para hacerlo, o ser Connor MacLeod), no puedo dejar de recomendar dos discos que podría poner en bucle en cualquier momento del año, ambos en las antípodas de su carrera.
El primero es el maravilloso, rítmico y brutal Big Band Bossa Nova (1962), un disco de apenas 30 minutos que siempre me saca una sonrisa y las ganas de bailar y marcar el ritmo con mis pies.
Pero una de las verdaderas razones, además, es la presencia del tema Soul Bossa Nova, que para mi generación, la del 70 (80 si me apuras) supuso un punto y aparte con la trilogía del agente de espionaje más divertido de la historia, Austin Powers. Una forma de conectar al bueno de Quincy Jones con el cine de los 90.
El otro es The Dude (1981), disco ochentero que contiene uno de sus mayores éxitos, Ai No Corrida, una canción maravillosa con un ritmo pop y discotequero infeccioso, como muchas canciones de ese disco (adoro la última especialmente, Turn On the Action, con las bases discotequeras fusionándose co la orquesta, donde violines y metales le dan un toque maravilloso, o la brutal The Dude, que bien podría ser el propio Quincy Jones).
Tras componer su primera banda sonora para una película sueca del año 1961 (The Boy in the Tree), haría su debut oficial en Hollywood de la mano del Maestro Sidney Lumet nada más y nada menos, con el drama The Pawnbroker (El Prestamista,1964), un director con el que colaboraría en más ocasiones (como en The Anderson Tapes, The Last of the Mobile Hot Shots o The Deadly Affair).
A raíz de ahí colaborará con directores de la talla del ya citado Steven Spielberg, Sam Peckinpah (sustituyendo en The Getaway a nada más ni nada menos que otro jazzman, Jerry Fielding), Richard Fleisher (The New Centurions), Anthony Mann (A Dandy in Aspic), J. Lee Thompson (en el mítico western Mackenna’s Gold), Richard Brooks (en la memorable In Cold Blood) o Norman Jewison (en el clásico thriller In the Heat of the Night), sin olvidarnos de la mítica serie de televisión Roots (Raíces, 1977).
Pero si hay dos bandas sonoras que me gustaría mencionar, una pura anécdota, la otra pura devoción. La primera es Dollars (Dólares, 1971), dirigida por Richard Brooks, una comedia de atracos con Warren Beatty, Goldie Hawn y el malo de Goldfinger (Gert Fröbe). Y no es tanto por la película en si, sino por su maravillosa banda sonora, producto de su tiempo, los 70.
El tema central, Money Is cantado por Little Richard, una oda al dinero, es uno de los temas que aparece de una manera bestial, contundente y brillante en la película de Netflix del año pasado, Pain Hustlers (El Negocio del Dolor, 2023), cuya banda sonora era de James Newton Howard. La irrupción de aquella canción en la película la hace brillar con una fuerza bestial e inusual, y eso habla maravillas de la atemporalidad de la buena música. La del Gran Quincy Jones.
Atemporalidad que se acrecienta en la misma línea temporal de vida del compositor, que ve como de su disco Walking in Space (1969) una canción va a parar al musical cinematográfico de Hair (1979) de Milos Forman, cuyo título es precisamente Walking in Space. Un suma y sigue.
Y, finalmente, la segunda banda sonora es de una de mis películas preferidas de mi actor fetiche, el gran Michael Caine, mi actor Top desde chiquillo, la genial y divertida The Italian Job (Un Trabajo en Italia, 1969), dirigida por Peter Collinson.
Esta joya, una comedia de atracos donde el gran Caine interpreta a Charlie Crocker, quien liderará una banda dispuesta a robar un cargamento de oro en Turín a bordo de unos minis, se ve beneficiada, y de que manera, del gran Quincy Jones, completamente inspirado y desatado, con algunos de los momentos más brillantes de su carrera.
El robo de los minis nos ofrece un tema rítmico, de raíces sesenteras, rozando el pop, y que se integra perfectamente con las imágenes de las persecuciones (además del momento de la celebración en la cárcel). Una gozada, uno de mis temas preferidos de los 60.
Pero lo del comienzo de la película, solo decir que, DE LEJOS, uno de los mejores comienzos de la historia del cine. La escena del coche, un Lamborghini Miura bajando a toda pastilla por una carretera en los Alpes Suizos, contiene una de las mejores canciones de la historia, On Days Like These, compuesta por Quincy Jones, con letra de Don Black y cantada por Matt Monro.
Y es por Música como Ésta, por canciones y temas como los aquí citados, por los que merece la pena vivir esta vida, con música que llena de color nuestra existencia, con un ritmo que nos ofrece esperanza y alegría.
Gracias por todo Maestro. Que arriba sigan disfrutando de tu energía, vitalidad y ritmo. It’s Caper Time!