Gustavo Santaolalla: El Corazón Musical que late en Avilés
Avilés, Teatro Palacio Valdés, 25/09/2021, 22:44 de la noche. Acabamos de presenciar el último minuto del glorioso concierto que Gustavo Santaolalla ha ofrecido En Terreno Asturiano. Y es algo que me parece increíble y maravilloso, el que recién actuado a primeros de mes en Málaga, durante el Mosma 2021, y acto seguido en Madrid, haya decidido cerrar su gira de conciertos nacionales aquí, en Asturias. Solo puedo dar GRACIAS a todos aquellos que lo han hecho posible, incluyendo al propio Gustavo. Ha sido una experiencia musical maravillosa, una de las mejores que he presenciado.
Desde el momento en que tuvo lugar el anuncio del concierto, Edu y yo decidimos acudir sin duda alguna para disfrutar de el. Miramos el precio, compramos las entradas y pusimos el crono marcha atrás. Ya teníamos la confirmación de varios amigos y conocidos por el Mosma que el concierto había sido increíble (Oscar Salazar, Sergio Hardasmal…). Así que las ganas iban en crescendo.
Y las expectativas , para mi gusto, se quedaron cortas; conocía algunas de las partituras musicales de Gustavo para cine (la primera vez que entré en contacto con el fue a través de la espléndida película de Amores Perros), pero su repertorio musical como músico ajeno al mundo del cine me era desconocido, y gracias a este concierto, algunas de sus canciones se me han quedado grabadas a fuego en la mente. Sus ritmos, su voz, su contagioso optimismo,… todo redondeo la experiencia, no cabe duda.
Además, nunca había tenido la ocasión de acudir al Teatro Palacio Valdés, un lugar que me pareció una auténtica preciosidad; que cosas tan bellas tenemos aquí en Asturias por conocer, cuantas… como este templo de la cultura, en Avilés. Y cuanto nos queda, afortunadamente. Nunca me cansaré de mi Tierra.
El concierto comenzó con una pequeña introducción musical de Barbarita Palacios, cantante que ha acompañado a Gustavo en ésta gira, y que nos ofreció tres lindas y bellas canciones, Pajarito (dedicado a los Pueblos del Norte… sobran los motivos para norteños como nosotros), Sin Llorar y Deja (una canción de amor y esperanza en palabras de la solista, un bello tema para corazones rotos). Armada de sentimiento y una bella voz estuvo respaldada por dos de los escuderos que acompañaron a Gustavo durante todo el concierto, Juan Luqui (guitarra acústica, eléctrica y bajo) y Javier Casalla (Violinista), este último uña y carne del propio Santaolalla, hermanos de profesión. Un excelente aperitivo musical para lo que se avecinaba.
Telón que se baja, unos pocos minutos de espera, y se alza de nuevo. Una pequeña formación musical de cuerda y metales aparece en escena con Gustavo, Javier, Juan e Iván Cuervo como director de la pequeña orquesta allí reunida (gran trabajo el de Iván).
Sobran las presentaciones, al menos en ese momento, y los acordes musicales de la guitarra de Gustavo dan paso a la bellísima música que compuso para Brokeback Mountain (En Terreno Vedado, 2005), una de las mejores películas del presente siglo, rodada por el gran Ang Lee, y que inmortalizó el amor prohibido entre dos vaqueros, Jake y Ennis (Jake Gyllenhall y Heath Ledger respectivamente). El primer Oscar de Gustavo Santaolalla (el segundo sería Babel, al siguiente año).
Si hubiera que elegir un momento que definiese el corazón y el alma musical en la carrera cinematográfica de este magnífico compositor y músico argentino, no habría mejor partitura que ésta, algo que demuestra esta suite, ofreciéndonos el tema central desarrollado de forma bucólica y sugerente, muy sentido, y ofreciéndonos en la parte final de la suite el cierre de la película, el núcleo emocional y musical de la misma, donde quizás Gustavo haya declinado la balanza en las votaciones del jurado de los Oscar en su favor allá por el año 2006.
Ese tema, que simboliza el amor prohibido entre ambos personajes, es de una belleza y delicadez inusitada, con un ritmo maravilloso y cálido. Gustavo supo dar con la tecla emocional para que melancolía, el dolor y la belleza se fusionasen en uno y dejasen paso a un epitafio musical digno de figurar entre los mejores cierres cinematográficos de las últimas dos décadas, y todo gracias a su aparente y brutal sencillez, aunque de sencillo tiene más bien poco; todo estaba calculado al milímetro. O se tiene alma, o no se tiene… y Gustavo tiene un pozo lleno de ellas.
Fue pasada esa suite cuando finalmente se nos presentó, saludando a los presentes, y dando las gracias, a lo largo de toda la noche, a todas las personas que han hecho posible que un compositor y músico del calibre de Gustavo Santaolalla que ha ganado todo tipo de premios (dos Oscar y 20 Grammys entre los galardones) estuviera ayer en Avilés. Y solo hay dos palabras que cada vez que este hombre abría la boca me venían a la cabeza: humildad y optimismo, dos de las mejores cualidades que puede tener un ser humano.
Acto seguido remató su comienzo con otro tema de Brokeback Mountain, la bella canción A Love that Will Never Grow Old, interpretada por su magnífica voz, a la que darían paso varios trabajos cinematográficos, como dos de los trabajos que hizo para un director con el que colaboraría en varias ocasiones, su amigo Alejandro González Iñárritu.
El primero fue su primera colaboración, Amores Perros (2000), excelente película donde la música de Gustavo potenciaba el drama y la tensión a través de unos maravillosos acordes de guitarra eléctrica interpretados por el propio compositor. El segundo sería Biutiful (2010), con una bella pieza interpretada por el Ronroco, un instrumento musical típico de Bolivia, una especia de guitarra pequeña con una sonoridad muy peculiar y maravillosa, de la familia de los charangos, y que en varios momentos de la noche tuvo su protagonismo en varios cortes, especialmente en uno dedicado a una espectadora boliviana a la que Gustavo saludó desde el escenario (Erminda, creo recordar).
Muchas más piezas cinematográficas sonaron en la sala, pero una de ellas me pareció magnífica, la canción The Apology Song, de la película de animación The Book of Life (El Libro de la Vida, 2014), una canción llena de sentimiento y ritmo (con un tono mexicano maravilloso) y con letras del maestro Paul Williams. El primer tramo de la canción es delicado y emotivo, pero el segundo acto se convierte en todo un torrente de luz y ritmo con sonoridades casi de mariachi. Una magnífica pieza que habla magistralmente de la calidad musical del Maestro argentino.
Y por supuesto, como el mismo dijo en su presentación, habría tiempo para los videojuegos, una industria que en los últimos años ha crecido bestialmente, y que ha permitido que muchos compositores desarrollen grandes trabajos para este medio, como es el caso de Gustavo Santaolla, en concreto en las entregas de The Las of Us, videojuego apocalíptico cuyo tono musical dramático le va como anillo al dedo al argentino, permitiendo extender su universo musical a este medio.
No se olvidó tampoco de la propuesta de Amazon para la serie El Cid, donde Gustavo colabora con Alfonso Aguilar, interpretando una pieza épica, cuya apertura y cierra está sustentada sobre una especie de sintetizador y xilófono, dando lugar a un tema épico que emerge poderoso, con el timbal como ritmo de avance por momentos, y donde las cuerdas nos ofrecen algún aroma arábigo en el avanzar de Mío Cid.
Pero como ya comenté al inicio de la crónica, lo que realmente me noqueó es lo que menos conocía de el, su parte musical alejada al cine, y es que sus canciones son maravillosas; magníficos ritmos y bellas letras impregnaron el salón del Teatro Palacio Valdés, donde se podía ver a la gente animada, marcando el ritmo de las canciones con sus cuerpos (cabezas, pies o incluso palmeos en la canción final).
El Río de las Penas y Ando Rodando fueron el perfecto ejemplo. El primero, un ritmo carnavalito, lleno de música tradicional de raíces prehispánicas, habitual en el Norte de Argentina, llenó de luz la sala del Teatro, pero aún más infeccioso fue el ritmo rockero de la segunda canción, todo un éxito argentino, que permitió lucirse en sendos solos a Juan Luqui y, especialmente, a Javier Casalla, quien increíblemente convirtió a su violín en una inúsitada y brutal guitarra eléctrica en la forma en que interpretaba sus notas. INCREIBLE.
Ante el aplauso apabullante del personal, obligado fue de nuevo el levantar el telón, dando paso a dos últimas canciones, la primera No Sé que Tienen Mis Penas, donde Gustavo, a ritmo de un tambor indio, interpreta de forma bestial esta canción, que arrancó el aplauso del personal, aplauso que se transformó en palmeó rítmico en la última canción, Pa’Bailar, donde siguiendo la línea del Ando Rodando, y con la complicidad del público asistente, Gustavo volvíó a llenar de luz y vida la sala del Teatro Palacio Valdés.
La despedida fue alegre, con la platea rendida y en pie, consciente de que había experimentado algo único y maravilloso. La sala se fue vaciando, y la magia que obró el milagro musical de Gustavo se fue a nuestras casas, con cada uno de los asistentes del concierto. Una porción de su vitalidad se encuentra dentro de mí, para SIEMPRE, y todavía Anda Rodando en mi interior, invitándome a seguir el ritmo con mis pies o reblandeciendo mi corazón con la música de ese amor prohibido de Brokeback Mountain.
Gracias Maestro, por el magnífico regalo en forma de experiencia musical que nos brindaste el día de ayer y que me acompañará de por vida en mi caminar diario. Ojalá nuestros caminos se vuelvan a cruzar… mientras tanto siempre guardaré en mi memoria la noche en que el Teatro Palacio Valdés cobró literalmente vida, llenándolo de ilusión, optimismo y vitalidad.
Un Corazón Musical, Argentino a más señas, late aún en Avilés. Los Ecos de Santaolalla.