El Éxtasis de Morricone: The Final Concerts
El anuncio del Maestro italiano Ennio Morricone sobre su retirada de la industria, todo ello a través de una serie de conciertos que finalizarían con una gira triunfal en Roma, solo podía tener una respuesta inmediata en nuestras mentes, fruto del deseo de ver a uno de nuestros ídolos en acción: “Nos vamos a Roma”.
Así que, ante la falta de confirmación por parte de Morricone de brindarnos algún concierto en España, ese fue siempre el plan original, Roma, pero éste se hizo añicos (afortunadamente) cuando se anunció un concierto en Madrid, que acabó siendo entre semana (¿a quien demonios se le ocurrió semejante idea?) y en dos días consecutivos, y posteriormente, para más inri, anunciaron uno en Barakaldo, que nos pillaba más cerca y justo el fin de semana anterior al de Madrid, pero nosotros ya habíamos hecho los deberes comprando las entradas en Madrid, así que las cartas estaban echadas.
Berto obró el milagro por segunda vez tras el del Royal Albert Hall,y con entradas Golden (Vip, en resuman), nos situamos en la cuarta fila, a escasos metros del Maestro, que con sus 90 años dirigió las casa dos horas y media de concierto, bises incluidos, eso sí, sentado (hubiese sido excesivo).
En Londres no pudo ser ver a John Williams en directo, pero aquí si pudimos resarcirnos con Morricone, quien ofreció un intenso y genial concierto, con muy pocos peros y muchas virtudes, sobre todo una; disfrutar y celebrar, junto con tus amigos, la música de un genio que ha iluminado nuestras vidas durante tantas décadas con su magia.
Morriconizándome – La Previa
A veces lo suelo hacer, previo a un concierto o a un Festival (bien porque conozco al compositor o bien, en el lado opuesto, porque apenas lo conozco), y comienzo a imbuirme en el universo musical del compositor, en éste caso de Ennio Morricone, y que mejor que hacerlo con una serie de películas que no había visto y que era momento de desempolvar, destacando, y sobremanera, 1900 (Novecento, 1976) de Bernardo Bertolucci, una obra maestra de cinco horas y cuarto de duración con unos jovencísimos Robert De Niro, Gérard Depardieu o Donald Sutherland, además de míticos actores como Burt Lancaster, Sterling Hayden o Romolo Valli, una historia de la primera mitad del siglo XX en Italia, hablando del auge del fascismo / patrón para luchar contra el comunismo / proletariado.
En ese bello lienzo histórico de pasiones y emociones tejido por Bertolucci emerge Morricone como una de las cabezas visibles, ofreciendo un auténtico temazo, himno y voz del pueblo (proletariado), una experiencia cinematográfica que ha sido una de las más intensas que he experimentado en mi vida, tanto como lo fue volver a ver por segunda vez en mi vida The Mission (La Misión, 1986), película que aún me ha parecido mejor en este segundo visionado, una obra maestra sin paliativos, que trata temas que siguen estando de actualidad, y que debería haber sido el Oscar de Morricone a mejor partitura.
Por el medio hubo tiempo para películas más oscuras o frikis, como L’Umanoide (El Humanoide, 1976) o Holocaust 2000 (Holocausto 2000, 1977) con Kirk Douglas, pasando por el interesante drama racista White Dog (Perro Blanco, 1982) de Samuel Fuller o la triste a la par que emotiva City of Joy (La Ciudad de la Alegría, 1992) de Roland Joffé, el mismo de La Misión.
Y para terminar, dos excelentes películas, la genial Bugsy (1991) de Barry Levinson, biopic (más o menos realista) del famoso gángster encarnado por Warren Beatty (donde el Maestro nos regaló uno de los mejores temas de amor, doloroso e intenso) y el brutal thriller Le Clan des Siciliens (El Clan de los Sicilianos, 1969) donde un joven Alain Delon planea un golpe (brillante escena del robo) con la música de un inspiradísimo Morricone (un auténtico temazo central).
Todo ello más las pertinentes escuchas en CD, me iban metiendo en materia durante el mes anterior, calentando motores, y como me gusta decir muchas veces, tapando agujeros en la filmografía de Ennio Morricone (salvo La Misión, todo lo visto era nuevo).
El día antes justo del concierto, acabé por la noche noche Novecento, y acto seguido me eché a la cama a dormir, con un ojo en el móvil que marcaba la alarma a las 05:45 de la madrugada; el tren a Madrid salía a las 07:00 de la mañana de Gijón, y todo estaba preparado para el disfrute. La Morriconización previa al concierto había finalizado.
Madrid – Reencuentros (La Previa)
A pesar del chaparrón con el que amaneció Gijón previo a tomar el tren, los Tres Amigos del Royal Albert Hall partimos rumbo a Madrid, al WiZink Center, a disfrutar de una leyenda viva, una de esas cuyo paso por la historia de la humanidad dejará calado aún cuando ya no esté (nada es eterno en esta efímera existencia, pero los genios alientan los tiempos futuros con el maravilloso recuerdo de tiempos pasados).
Y esa gran celebración de la música del Maestro italiano estuvo ligada al reencuentro con grandes amigos y personas, compartiendo experiencias buenas y malas más allá del propio evento, con gente como Braulio, Dani, Vanesa, Sergio, Isra, Luis… y ello no podía tener lugar en otro sitio que no fuera Los Torreznos, típico bar madrileño de tapas y pinchos, donde nos reunimos y nos pusimos al día (la música de cine no lo es todo, es la excusa).
Todo estaba preparado para entrar al Olimpo de los Dioses y montarnos a lomos de las notas musicales del genio italiano que mas alegrías ha dado a la historia del cine, en el último concierto que cerraría su gira internacional, regresando a su país natal para rematar su merecido retiro de oro, con una última parada en Roma, una de las ciudades más hermosas del mundo.
Para poder abarcar las dos experiencias que varios miembros de AsturScore pudimos disfrutar con la gira de Morricone, a continuación os presentamos un pequeño resumen del concierto de Bilbao a cargo de nuestro compañero Óscar Salazar, y finalmente Madrid, a cargo de servidor.
The Final Concerts Part I – Morricone en Bilbao (por Óscar Salazar) – 04/05/2019
Hacer realidad un sueño es algo maravilloso. Y, si lo haces en buena compañía, aún mejor. La vida es una montaña rusa, pero siempre guarda sus momentos. Muchas cosas parecen imposibles y con tiempo y tesón se acaban consiguiendo. Otras, simplemente, aparecen. En el caso del concierto de Ennio Morricone en el Bizkaia Arena del Bilbao Exhibition Centre (BEC) de Barakaldo, a mí me apareció. Sé que mucha otra gente ha trabajado largo tiempo y con tesón para ello. Y les estaré eternamente agradecido.
Uno de los problemas con los sueños es que, normalmente, los tenemos tan idealizados que, cuando se vuelven tangibles, nunca son exactamente como los habíamos imaginado. Quizá el lugar para el evento no fuera el más adecuado. También es cierto que los sueños no entienden de finanzas y que la dura realidad suele dirigirse hacia ellas con especial ahínco. 8.000 espectadores no entran en cualquier sitio. Y pagar ese peaje cuantitativo suele repercutir cualitativamente. Del mismo modo, entre tanta gente, siempre hay lugar para unos cuantos maleducados y algún que otro devorador de pizza. Iba preparado para ello, aunque con un ligero atisbo de esperanza. La semana anterior había asistido al “recital” de Bob Dylan y sabía lo del espectáculo palomitero, cual final de la Super Bowl.
Al menos, para compensar, teníamos a un maestro Morricone sobrio y elegante, de gesto contenido. De vez en cuando, repartía alguna sonrisa por allá y por acá. Lo justo, para hacer honor a su fama de hombre adusto. Acompañado de su orquesta habitual estos últimos años, la Orchestra Roma Sinfonietta, cual mecanismo bien engrasado y probadamente ensayado. La gira ha pasado por tantas ciudades ya que, por una vez, da gusto escuchar a una orquesta de estas características. El programa se ha convertido en parte de su repertorio y lo interpretan con pasmosa perfección. Al igual que el Coro Talía de Silvia Sanz Torre, que contaba con la ayuda del asistente del maestro, Stefano Cucci. De hecho, resultó curioso comprobar durante toda la noche cómo el compositor romano daba las entradas al coro como si se tratara de un único instrumento.
El programa comenzó con un bloque titulado Épica histórica, con el tema principal de Los intocables de Eliot Ness como protagonista. También fue la primera sacudida, y no emocional precisamente. Más bien, un revolverse entre sueños, porque el piano no sonaba como debía. Los dichosos pabellones y su dichosa acústica. Acoger, acogen a mucha gente, pero la sonoridad no es su punto fuerte. Entre que la amplificación iba justita, para evitar el tema de las reverberaciones, y que los balances tardaron en cuadrar, la primera parte del concierto fue un auténtico somnus interruptus, con alguna que otra saturación intranquilizadora. En mi caso, al menos, fui capaz de desconectar esa parte de mi cerebro y centrarme en disfrutar de la música. Es algo inevitable en los conciertos sinfónicos con amplificación: ves a la orquesta atacar las piezas y tu cerebro se cree que estás escuchando una grabación. Duele, pero sólo al respirar.
A continuación, y dentro del mismo bloque, dos piezas de La tienda roja. Una composición especialmente bella y muy querida por el compositor, aunque no muy conocida por el público en general. Claramente, el maestro ha confeccionado el programa pensando en sus propios gustos. Algo digno de agradecer. Además de que todos los temas incluyen las orquestaciones originales de las películas.
Siguiendo con el tema histórico, saltamos a Bernardo Bertolucci y su Novecento, para transitar por el Átame de Pedro Almodóvary terminar cayendo en el Ostinato Ricercare per un’Immagine. Otra curiosidad del genio romano: entre tanta música aplicada nos ha colado una de sus obras de música absoluta. Una artificiosa búsqueda, creciente, contrapuntística y muy disfrutable. Una sorpresa, algo completamente inesperado en un concierto así.
La música de la miniserie Nostromo representó la primera aparición en escena de la soprano Susanna Rigacci, que estuvo correcta en su interpretación. Amén de servir como preludio a uno de los momentos más esperados de la velada: el bloque dedicado a La modernidad del mito en el cine de Sergio Leone.Y también de uno de los episodios más comentados, la armónica fantasma de Hasta que llegó su hora. Hay quien afirma haberla visto, pero para mí habitará siempre en un mundo de leyenda, tratándose de una psicofonía que se coló, de rondón, en el concierto. Por suerte, a estas alturas, los títulos de las dos pantallas laterales del escenario ya empezaban a leerse en un idioma sospechosamente parecido al castellano.
El colofón de esta primera parte estuvo a cargo de tres tipos de dudosa reputación, conocidos como El bueno, el feo y el malo, para alegría del respetable. Comenzando con la sensibilidad de El fuerte, siendo golpeados por el estridente tema principal y finalizando con El éxtasis del oro y la tímida voz de la Rigacci. Lleva veinte años colaborando con el maestro y… se nota. En la complicidad, sí, pero también en que su voz ya no es la adecuada para esta pieza. Aunque tampoco es que le importara mucho a un público completamente entregado. Es más, tengo que confesar que se me pusieron los pelillos de punta. Casi tanto como ese día de julio de 2016 en el que vi la película proyectada en el mismísimo cementerio de Sad Hill. Dos de esos momentos en la vida en los que el cochecito de la montaña rusa está arriba del todo. Muy, muy arriba.
Descanso y tiempo para departir con los amigos. También, por qué no decirlo, para molestar a las personas que estaban sentadas alrededor, apretujadas en incómodas sillas. Otro de los peajes de meter a tanta gente en un pabellón. Y eso que íbamos camino de Red Rock sin saberlo, para visitar a Los odiosos ocho y su Óscar a la mejor banda sonora original. Y de un gran bloque titulado Cine social, del que destacaría La luz prodigiosa, en la mágica voz de Dulce Pontes. Y también un Sacco y Vanzetti increíble. Acostumbrado a escucharlo interpretado por Joan Báez, resulta asombroso cómo Dulce consiguió hacerlo suyo en un ejercicio de poderosa alquimia musical. Actriz consumada, en vez de retirarse del escenario cuando no cantaba, nos deleitó con una marcha militar para La batalla de Argel o con unas cejas marxistas para esa Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha. Además de Sostiene Pereira y la hollywoodiense Corazones de hierro, el bloque se cerró con el Abolición de Queimada, con orquesta, coro y solista dándolo todo. Y lo que estaba por venir, antes de que los títulos de la pantalla se volvieran locos del todo.
Una de las grandes obras maestras de la música de cine, La misión, y su santísima trinidad: El oboe de Gabriel, Cataratas y Así en la tierra como en el Cielo. El respetable seguía con ganas de ponerse en pie. Magníficos los dos primeros temas. Un poco amorfo el último. No sé si por el balance de sonido o porque la orquesta se encontraba ya cacofónica después de casi tres horas de concierto. Vale, venga, habría que descontar los treinta y cinco minutos de descanso. Pero sigue siendo mucho tiempo. Eso sí, el público desatado lo daba todo, ante un impasible Morricone.
Con milimétrica precisión y perfectamente calculados, los bises. Parece que al aplauso de reconocimiento le cuesta arrancar ante las sutiles notas de Cinema Paradiso. El éxtasis del oro resulta mucho, pero que mucho más satisfactorio en esta ocasión. Y Dulce Pontes vuelve al escenario para interpretar de nuevo La luz prodigiosa. Nada de aplausos para los miembros de la orquesta, sólo para el maestro y para las voces solistas, con los músicos sentados en silencio. Los directores del coro reciben los aplausos en nombre de sus colegas. Todo perfectamente pautado. Al segundo. Una rutina que, al parecer, se repite concierto tras concierto. Ennio Morricone sale de escena. Fundido a negro. Se acabó.
El despertador fue generoso conmigo. Esperó hasta el final del concierto para sonar. Arriba del todo, en la montaña rusa. Sé que la bajada será intensa, la vuelta a la realidad siempre lo es. Pero la buena compañía sigue ahí.
The Final Concerts Part II – Morricone en Madrid – 08/05/2019
Fila cuarta y centrado, con Berto a mi izquierda y Edu a mi derecha, y previo saludo con una vieja conocida (la compositora Zeltia Montes, bella persona), mi mente se detuvo a contemplar el enorme auditorio donde iba a tener lugar el concierto, con casi 12.000 personas de capacidad, prácticamente lleno (rozando el 100%).
Ibamos a tener al Maestro italiano en frente a escasos metros, eso sí, sentado que son 90 años, aunque dirigiendo activamente a la orquesta y el coro (solistas incluidas), todos de su confianza para ofrecer un repertorio musical que repasaba algunos de sus mejores trabajos.
Lo que me resulta muy curioso son los detalles que la mente guarda como recuerdo del pasado cuando la música comienza a sonar, formando parte de un puzzle emocional que se va construyendo conforme transcurre el concierto y explicándome, como me ha sucedido en otras ocasiones, por que AMO EL CINE Y LAS BANDAS SONORAS.
Cuando comenzó a sonar The Untouchables, ese maravilloso e intenso The Strenght of the Righteous, con un tempo acelerado y algunas variaciones (Señores, esto un concierto, para escucharlo igual a poner el CD), mi mente se situó cuando, de pequeñito, con quizás quince años, los reyes magos me trajeron de regalo la cassette de la banda sonora, editada por A&M Records.
Era una época donde cada banda sonora era un tesoro, difícil de conseguir para mi edad por otras vías, y que disfrutabas hasta quemarlas una y otra vez, esperando que llegaran nuevas adquisiciones, y aquella cassette fue una maravillosa fuente de constante alegría para mi (en esencia, contenía los verdaderos highlights de la película).
Y cuando le siguió The Red Tent o La Tenda Rossa (La Tienda Roja, 1969), mi gozo fue aún mayor, tocándome la fibra sensible; recordaba el día en el que, en una de esas ferias de discos a las que acudíamos los domingos por la mañana en Gijón de vez en cuando, me hice con el LP de aquella banda sonora. Cuantas veces hice sonara que disco, y sin haber visto la película, con aquella portada del LP, uno imaginaba la escenas, con un bellísimo tema de amor y un excelente tema central que fueron dos de las mejores piezas que sonaron en el concierto, Maravilloso.
No podía pedir más (quizás que el de la batería hubiera sido un «poquitín» menos explosivo cuando comenzó a sonar el corte de Los Intocables, ya que casi se comía a la orquesta, pero por decir algo), pero mis recuerdos se pusieron a pasearse por el WiZink Center al ritmo de Ennio Morricone, siendo consciente (ya lo era en su momento) de como mi vida era la suma de ese montón de maravillosas experiencias que habían forjado mi memoria y mi persona, como ya comenté antes, y donde el italiano tenía muchísima más culpa de la que quizás yo le hubiese reconocido.
Tras ello, Novecento se hizo paso en mi mente, quizás la última pieza de ese puzzle morriconiano que llegó a mi (se, estoy seguro, que quedan más por llegar para ampliarlo); dos temas maravillosos emergieron, El segundo de ellos ese himno maravilloso y pegadizo del proletariado (Romanzo) que desde que vi la película se me ha quedado grabado e incrustado en mi cabeza, y que me parece con mucho unos de los mejores temas jamás compuestos por el maestro italiano.
Estando en España, Átame (1989) de Pedro Almodóvar era obligada, pero ojo, sonó brutal, muy urbana, y de aplauso agradecido por el público, a la que siguió una pieza orquestal ajena al cine cortesía de Morricone, de agradecer por salirse de la hoja de ruta, y que ponía de manifiesto la calidad de Morricone.
Tras ello llegó Nostromo (1996), y de nuevo se hizo paso mi hemeroteca personal y emocional; cuando servidor comenzaba a comprar a Vinilo y Rosebud por correo a finales de los 90 – primeros de los 2000, recuerdo ver este doble CD de Polydor a 500 pesetas (si, lo que serían 3 euros hoy) en la tienda de Rosebud de Valencia en aquellas catálogos que enviaba por correo (que tiempos, fueron únicos), y como sucedía en aquella época, lo que comprabas, que era poco y te costaba, podías escucharlo y no acumularlo como me pasa ahora (tengo toneladas de CDs que no sé si escucharé algún día antes de morir).
Nunca jamás vi aquella miniserie de cuatro capítulos de reparto estelar, pero su música fue alimento sonoro de mi vida por aquella época, y como en el caso de The Red Tend, verla sonando en el concierto hizo que me florecieran sentimientos del pasado, que acabaron emergiendo aún más con el tramo final previo al descanso dedicado a Sergio Leone, que se me antojó corto al no tener en su repertorio Once Upon A Time in America, pero que recorrió el famoso y mítico tema de la armónica de Once Upon A Time in the West (Hasta que Llegó su Hora, 1969), aquí solo de presencia fantasmal y sonora, y, como no, tres cortes de la mítica The Good, The Bad and The Ugly (El Bueno, el Feo y el Malo, 1966), donde además del fuerte, asistimos a una variación para concierto del tema central, y el obligado éxtasis del oro, brillante broche para el descanso y comentar la jugada, antes que de nuevo el oeste de la mano de Quentin Tarantino, amante de Morricone, le brindase en bandeja a éste el Oscar con The Hateful Eight (Los Odiosos Ocho, 2015), cuyo comienzo cinematográfico se ha convertido en una de las mejores piezas visuales-sonoras en la historia del cine de los últimos 20 años (Bravo Maestro).
El cine social, que representó un amplio abanico de música del Maestro, de todas las producciones y nacionalidades imaginables (portuguesa, española, italiana) dejó hueco para la voz de Dulce Pontes en temazos como Queimada (brutal cierre para ese bloque, con el coro acompañando a Dulce y la orquesta, todos entregados) o La Luz Prodigiosa, sin olvidarnos del ritmo marcial y militar de La Battagli di Algeri (La Batalla de Argel, 1966), un largo bloque final que nos llevó al último broche final, obligado, con el que debió ser su Oscar, The Mission, donde sonó el material musical esencial, ese Gabriel de oboe y el Vita Nostra del maestro.
Amar el cine y no emocionarte tan solo con las notas del oboe tocando ese maravilloso tema tiene delito; aquello era, literalmente, tocar el cielo. Hay pocas experiencias musicales tan redondas y maravillosas como escuchar la perfección de una pieza tan bonita como esa y de forma magistralmente ejecutada.
Con los mismo bonus que en Bilbao (tenía también delito marcharte sin el Cinema Paradiso de rigor), el único «pero» es haber finalizado el concierto con una repetición de La Luz Prodigiosa, en mi opinión. Tienes que darle al público ese último recuerdo que llevarse del WiZink Center, y El Éxtasis del Oro era la pieza perfecta, y aunque fue una de las piezas repetidas no la hizo como cierre (dicho sea de paso, pecata minuta tras dos horas y media de concierto maravilloso que ponía punto y final a la carrera del compositor italiano a falta de los que dará en su tierra).
Para el recuerdo sus saludos, sus sonrisas, y aunque no emitió palabra alguna durante todo el concierto, concentrado en dirigir y darle al público lo que pedía, fue su música la que hablo por él, y eso, señoras y señores, fue más que suficiente. Era lo único que pedía.
El Éxtasis de Morricone – Epílogo
Soy de esos «frikis», dicho cariñoso, a los que si preguntas que te hubiera gustado oir en concierto, hubiera dicho cosas como The Thing, The Scarlet and the Black, Mission to Mars, The Exorcist II, Once Upon a Time in America o La Migliori Offerta, por pedir que no quede, vamos.
Dicho esto, decir que el concierto fue sólido y equilibrado para permitir repasar adecuadamente y con criterio la obra del Maestro, profundizando en aquellos trabajos tanto conocidos por el gran público como en piezas que han sido vitales para entender la forma de componer del Maestro y su forma de ver el cine.
Me decía Braulio, amigo mío, que si él fuera director de cine, la película que siempre hubiera querido dirigir habría sido Cinema Paradiso, una carta de amor al cine firmada por Giuseppe Tornatore y suscrita por Ennio Morricone.
Quizás el bueno de Giuseppe no haya firmado tantas cartas de amor como él hubiera querido, pero Morricone, de nombre Ennio, lleva 90 años firmando una carta de amor incondicional y eterno hacia el cine y sus aficionados, cuyos últimos retazos incluyen esa brutal pieza de aquella maldita diligencia rumbo a Red Rock.
Gracias por mantener viva la llama de ese amor por el cine que emana de tu batuta, gracias por haber estado presente en mi vida. Me llevo un pedacito de ti el 08 de mayo del 2019, día en que vi cumplido un sueño, verte y disfrutar de tu música en directo.
El día que experimenté El Éxtasis de Morricone.