Qué difícil tiene que ser, después de cincuenta años en la cúspide del sector y tras más de treinta largometrajes a tus espaldas, proponerte un reto completamente nuevo, una película diferente a todo lo hecho anteriormente; y qué gratificante debe ser conseguirlo y salir tan victorioso como lo ha hecho Steven Spielberg con The Fabelmans (Los Fabelman, 2022).
El filme narra los recuerdos y vivencias del director, las anécdotas de una vida entregada al cine, una obsesión temprana que le llevaría a ser aclamado por muchos como uno de los grandes del arte cinematográfico.
En Los Fabelman, Spielberg nos abre las puertas de su juventud y nos guía emocionalmente hacia el corazón de su familia. Nos cuenta el inicio de su historia, un pequeño recorrido marcado por la figura de sus padres y la relación que existía entre ellos, un vínculo irregular que ha dejado huella tanto en su vida como en su cine, así como en el imaginario popular estadounidense y mundial.
Williams y Spielberg, Spielberg y Williams
Para una ocasión tan personal e íntima no podía faltar su inseparable colaborador y amigo de casi toda una vida, John Williams, para celebrar el germen de una de las personalidades más exitosas de Hollywood, que trajo consigo una nueva forma de hacer arte popular.
De nuevo, en lo que a música se refiere, la dupla más icónica y exitosa de la historia del celuloide (mérito que admite poca discusión debido a su imponente legado) nos brinda una partitura llena de cine, una música bella e íntima, muy pequeña, casi mínima, que es capaz de mantener un diálogo cordial con la preexistente (tanto clásica como cinematográfica) que llenó la niñez y adolescencia de un siempre jovial Steven Spielberg.
La importancia de la música clásica
La cinta está plagada de piezas clásicas, aquellas que en la vida real interpretaba al piano la madre del director (Mitzi en la película, interpretada por una inmensa Michelle Williams) una mujer infatigable que se vio forzada a dejar su carrera como concertista para piano para criar a sus hijos.
Compositores como Bach, Beethoven, Kuhlau, Haydn, Satie o Clementi llenan la vida de Mitzi y dejan patente sobre la pantalla el estrecho contacto de la madre de Spielberg con el arte a través del piano.
De entre todas las piezas clásicas, es el adagio del concierto en Re menor de Johann Sebastian Bach (interpretado para la película por la pianista Joanne Pearce Martin) el que adquiere una mayor relevancia cinematográfica. Lo hace en la escena en la que el joven Sammy (álter ego de Steven Spielberg interpretado por un sorprendente Gabriel LaBelle) está montando una película casera y descubre los verdaderos sentimientos de su madre hacia Bennie, mejor amigo de su padre y al que considera de la familia. Dicha escena se beneficia del enorme poder dramático que aporta la música de Bach, que, a su vez, y por su aplicación, adquiere un profundo significado lleno de melancolía.
La pieza alcanza cierto poder narrativo debido a la repetición en su uso, ya que se ve reflejada como en un espejo en el momento en el que Sam le enseña la película casera a su madre, confensando así conocer su secreto.
Este tema, que en su primera aparición lo hace en forma diegética, expone un trío de relaciones; por un lado une a Mitzi con su hijo, quien mientras escucha la música descubre los verdaderos sentimientos de su madre; en una segunda capa, y desde un punto de vista más evocativo, la música también sella el amor de la madre por Bennie, el cual queda patente a través del metraje que está montando Sam; y, en tercer lugar, esta es una pieza que Mitzi toca delante de Burt, su marido, a quien le oculta un secreto que grita a través de Bach.
El aura de Mitzi
La música clásica no es la única que representa a Mitzi. Williams aporta para la ocasión un vals evocador y triste que materializa el aura que desprende la protagonista. Esta música tiene su bella y poética presentación en la escena del camping donde Mitzi deleita a su familia con una danza al contraluz de los faros del coche.
El tema, iniciado por una sucesión de pares de notas descendentes, está elegantemente interpretado por la celesta y el arpa, instrumentos que son acompañados de forma sencilla y hermosa por la sección cuerdas. Un sonido y unas texturas tan características del sello personal de Williams nos hacen viajar a proyectos pasados como The Book Thief (La Ladrona de Libros, 2013) o incluso Harry Potter, donde usaba colores similares para reforzar la inocencia de los personajes.
El tema del aura de Mitzi, que nos acerca al estado emocional casi ausente en el que la protagonista se halla, tiene un poder melancólico subyugante. Esta música se repite y conoce variaciones a lo largo de la película, remarcando así la importancia dentro de la historia tanto del personaje de la madre como de las decisiones trascendentales que se ve forzada a tomar.
Es especialmente reseñable la aparición del tema una vez los padres se han divorciado, en la escena en la que Sam le tiende una serie de fotografías a su padre. Antes incluso de que nosotros veamos las fotos en pantalla, llegamos a entender lo que Burt encuentra en ellas: suena el aura de Mitzi de forma apagada y triste, evocando el recuerdo de su exmujer.
Los clásicos del cine
Además de las mencionadas piezas de música clásica, existe un lugar muy especial para clásicos del cine como Bernstein, Steiner, Mockridge o Newman. Spielberg nunca ocultó su amor por la música de cine y siempre ha recalcado su afición incluso al coleccionismo de bandas sonoras.
La música de The Magnificent Seven (Los Siete Magníficos, 1960), The Man Who Shot Liberty Balance (El Hombre que Mató a Liberty Balance, 1962), How the West Was Won (La Conquista del Oeste, 1962) y The Searchers (Centauros del Desierto, 1956) acompañan las primeras creaciones audiovisuales del joven Sammy, exponiendo así su gusto por los clásicos y la razón, como el propio Spielberg ha comentado en numerosas ocasiones, de elegir años después a John Williams como compositor para su cine; Spielberg siempre lo consideró el representante moderno de esa vieja escuela de Hollywood que tanto idolatraba.
El perdón en la familia: el tema principal
Aunque gran parte de la partitura gravita en torno al personaje de Mitzi, el núcleo central de la historia se sustenta en el concepto de la unión familiar, y más específicamente en el valor que hace factible dicha unión. Tal y como ha reconocido Spielberg en entrevistas recientes, The Fabelmans va sobre el perdón, y si nos fijamos bien descubriremos que sobre el perdón habla también su música y, en concreto, su tema principal.
Williams compone para la ocasión un intimista y hermoso tema que supone, según palabras del director, una inmaterial carta de amor a los padres de Spielberg, y, por extensión, al conjunto de la familia.
En una partitura que hace gala de un uso global tan mínimo, el tema principal aparece en una sola escena, ya cercana a la resolución de la historia. En una conversación entre madre e hijo, Mitzi le pide, casi suplicando, que la perdone por sus acciones pasadas y por las decisiones que está a punto de tomar. Y es en el momento en el que Sam le dice reiteradamente y desde el corazón que la perdona, cuando nace y se despliega sutilmente la música del perdón.
La familia, aunque separada, sigue unida gracias a este valor que todos los miembros se ven obligados a ejercer. Musicalmente se transmite a través del piano, decisión tomada por los cineastas desde el inicio, haciendo girar todos los elementos en torno a un instrumento que favorece la intimidad que la historia requiere. Pero en esta escena tiene un doble sentido ya que el hijo, en nombre de toda la familia, regala el perdón que la madre necesita, y lo hace (qué mejor manera) a través del instrumento que Mitzi idolatra.
Es un momento donde la magia del cine adquiere todo su valor, elevando a través de la música un momento de enorme emoción contenida que es capaz de llevarte hasta la lágrima más honesta y sentida. El compositor no fuerza la situación, sino que por el contrario se mimetiza con la escena consiguiendo llegar a nuestro corazón a través de un movimiento mínimo, muy sencillo, como el de una pequeña gota que te arrastra al propio corazón de la película y de sus personajes.
Esta música del perdón y de la unión familiar vuelve en los créditos finales a modo de homenaje; una primera versión a guitarra nos devuelve la elegancia de Williams en el uso de dicho instrumento, como ya demostrara en Stepmon (Quédate a mi Lado, 1998) o incluso en algunos de sus trabajos de la década de los 70; y una segunda interpretación, de nuevo a piano acompañado por las cuerdas, donde el maestro demuestra su virtuosismo y preciosismo, marcas tan personales del compositor como cargadas de significado.
La música de Sam
Otra de las temáticas centrales de la película gira en torno al amor y la obsesión que Sam profesa al cine. En este sentido, Spielberg (o Sam) también tienen su tema. Presentado de forma casi imperceptible en la escena en la que Mitzi le tiende a un Sammy de 10 años la cámara Super-8 de la familia, el inicio del tema, interpretado por el arpa, está marcado por una serie de notas ascendentes, al contrario que en el tema del aura de la madre y mostrando que la evolución del futuro cineasta no tiene techo. El motivo se vincula al niño como si de un regalo musical se tratara. Y así es, al fin y al cabo, ya que la capacidad artística que hay en la madre (la musical) es traspasada a Sammy, pero en forma de cámara.
Este tema parece deconstruirse o, mejor dicho, parece que no logra formalizarse en la segunda ocasión en la que quiere aparecer, a mitad de metraje, cuando Sam saca de debajo de la cama la cámara que su tío Bennie le regaló y que se resiste a usar, dejando de lado (temporalmente) su afición por hacer películas.
Cuando sí aparece en todo su esplendor es al final (The Journey Begins), tras la ya icónica escena en la que un perplejo y entusiasmado Sam conoce a John Ford (un magnífico David Lynch) donde nos percatamos que dicha idea musical es un preludio a una música más grande y luminosa; un tema a la vieja usanza, al estilo del Hollywood clásico que tanto ha definido la música de Williams para Spielberg, una melodía que nos adelanta la gran aventura que Sam está a punto de comenzar.
Esta música, que según han reconocido los cineastas nace como una pincelada de un tema secundario de la película que elevó a Spielberg al firmamento cinematográfico, Jaws (Tiburón, 1975), se presenta con una orquestación a la irlandesa, también como homenaje a John Ford y a The Quiet Man (El Hombre Tranquilo, 1952), filme que tanto ha influido en la trayectoria del director.
No todo son alabanzas
Al igual que toda obra artística, la película está expuesta a todo tipo de valoraciones subjetivas. En mi caso hay algo en la partitura de Williams que me chirrió ya desde mi primer visionado. Al contrario de lo que ha expresado Spielberg, que defiende que en esta película solo hay música cuando es extremadamente necesario, considero que existe un corte que a mi entender es completamente prescindible.
Me refiero a la escena en la que Mitzi cree recibir la llamada de su difunta madre. Williams propone para esta ocasión una música de tensión que, aún siendo realmente efectiva, no aporta nada al conjunto de la película. En un primer instante nos percatamos, gracias a la música, del padecimiento de la protagonista transmitiéndonos el miedo que experimenta ante tan surrealista llamada (y de ahí lo de efectista).
Sin embargo, en la escena posterior todo el discurso se desmorona cuando nos damos cuenta que la protagonista se lo toma a broma. Aunque el contraste parece el adecuado, y dicho cambio habla mucho sobre la forma de ser del personaje, considero que la tensión puntual que genera la música es irrelevante en el conjunto. Parece un pequeño parche excesivamente manipulador y tan innecesario como irrelevante. Pero no nos llevemos las manos a la cabeza, ya que este quisquilloso apunte por mi parte en absoluto empaña el maravilloso trabajo de Williams en el resto de la película. Mensaje a uno mismo: mejor cállate Fernando.
Conclusión
No sabemos si esta será la última colaboración entre estos dos grandes genios del cine, ya que parece que el propio Williams ha reconsiderado su intención de dejar el medio tras la quinta entrega de Indiana Jones; pero, aunque así fuera, The Fabelmans es un broche de oro a una carrera y una relación artística irrepetibles.
Director y compositor han realizado un fantástico ejercicio de sobriedad y elegancia en cuanto al uso de la música, un apartado donde no siempre “menos es más”, pero sí donde lo “justo y necesario” es siempre la mejor opción.
En esta película, y también en su partitura, la dupla se hace un guiño mutuo y homenajean la esencia de sus respectivas carreras.
Como dice mi compañero y amigo Rubén Franco, el de Williams y Spielberg ha sido un viaje conjunto; Williams se perdió la primera parte del mismo, pero con The Fabelmans ha tenido la oportunidad de ser espectador y de cerrar el círculo poniéndole música: la música de Spielberg; la música de dos leyendas.
The Fabelmans
- The Fabelmans (2:13)
- Mitzi’s Dance (2:06)
- Friedrich Kuhlau: Sonatina in A Minor, Op. 88 No. 3: III. Allegro burlesco – Joanne Pearce Martin (1:52)
- Midnight Call (2:24)
- Reverie (1:44)
- Mother and Son (2:28)
- Muzio Clementi: Sonatina in C Major, Op. 36 No. 3: Spiritoso – Joanne Pearce Martin) (1:59)
- Reflections (2:02)
- Johann Sebastian Bach: Concerto in D Minor, BWV 974: II. Adagio – John Williams & Joanne Pearce Martin (3:46)
- New House (2:29)
- The Letter (2:09)
- The Journey Begins (includes excerpt from Joseph Haydn: Sonata No. 48 in C Major, HOB. XVI: 35: I. Allegro con brio) (6:09)