La Sociedad de la Nieve

La Sociedad de la Nieve (2023) es el último fenómeno cinematográfico de España, como esos que solía haber hace una década como El laberinto del fauno, Mar adentro, Celda 211, que salían en todos los anuncios de televisiones, porque las televisiones los patrocinaban, y que formaban parte del boca a boca año sí y año también, llevando al cine incluso a los no habituales. Diez años después alguna cosa ha cambiado, porque ahora no son Telecinco ni Antena 3 las teles que impulsan el proyecto, sino Netflix, y el boca a boca ha sido sustituido por el like a like. Pero lo que no cambia es el director de una de aquellas películas de hace una década que estaban en boca de todos, El orfanato, y que ahora dirige la nueva película del año, La sociedad de la nieve: Juan Antonio Bayona.

A pocos dentro del mundillo de las bandas sonoras les ha sorprendido la elección de Michael Giacchino como compositor para esta nueva cinta de Bayona. Ambos se conocieron en 2010 en Úbeda (Jaén) en el maravilloso festival de música de cine donde también nació Asturscore, como la amistad entre director y compositor, que ya trabajaron juntos en Jurassic World Fallen Kingdom (2018), probablemente la mejor banda sonora de la trilogía, dicho sea de paso.

La sociedad de la nieve, no obstante, es una animal muy diferente. Un drama bien conocido, el de la lucha por la supervivencia en lo alto de los Andes de un equipo de rugby uruguayo, que ya fue llevado al cine en 1993 de la mano de Frank Marshall con Viven, que contaba con una inspirada y emotiva banda sonora del gran James Newton Howard. Pues bien, no puede estar más lejos la aproximación que Giacchino realiza a esta historia de la que hizo Howard. Donde aquel optó junto al director por reforzar el aspecto humano de la tragedia, la música de Giacchino se convierte en la mayor parte de las veces en la voz de las montañas, unas montañas que se presentan en palabras del propio director como un paraje extraterrestre para los protagonistas.

El score cubre todo el metraje, a lo largo de más de dos horas, optando así por un enfoque de nuevo diferente al de Howard. En Viven no había música hasta después de media hora de película, lo que tiene sentido teniendo en cuenta que suscribía el temperamento humano para sobrevivir. Giacchino dibuja sin embargo desde el primer minuto un panorama desolador: multitud de extraños instrumentos, en su mayoría de percusión y viento, que sumados a la voz humana, describen ese lugar nunca antes conocido donde uno no sabe si está en el cielo o en el infierno. Su montaña nevada podría ser la de los monjes tibetanos, alguna de esta instrumentación recuerda a ellos, o la de los seres del inframundo de esa montaña nevada que mostró John Carpenter en La cosa (1982). De Morricone, por cierto, tiene mucho una banda sonora que sin duda es diferente a todo lo que hecho por el compositor hasta ahora.

Quizá el referente más cercano sea su biblia musical para la serie Perdidos. Paralelismos hay: supervivencia, entorno extraño y amenazante, soledad. Tanto en La sociedad de la nieve como en Perdidos los personajes están en un lugar del planeta Tierra, pero la música de Giacchino nos hace creer que podría ser en cualquier otro rincón planetario de la galaxia. Este score comparte con aquel con el que prácticamente inició su carrera un detalle que ya brilló entonces, en el que cada instrumento era protagonista de la trama tanto como cada personaje. En La sociedad de la nieve los gong, cuencos para martillear y muy singularmente tambores de candombe, un instrumento de percusión típico de Uruguay, son personajes imprescindibles, como lo es la voz humana a la que nos referíamos antes, y el piano.

Este último precisamente es el encargado de llevar la poca carga emocional de la cinta, mediante un sencillo motivo de cuatro notas que se repite a lo largo de todo el metraje. Desde el primer minuto (Leaving Home, primer corte de la banda sonora editada por Quartet Records) hasta la mitad de la película, en el que aparece por delante de una rítmica pieza con cuerda y percusión y abandona el piano para evolucionar mediante violines (I see the sky). La única excepción a este patrón de música alienígena y breves incursiones de lo humano mediante el piano son los momentos en los que los personajes buscan abandonar la montaña, una epopeya digna de ser cantada mediante coros.

La última de estas intentonas (Andes Ascent) suma todo el extraño instrumental y los coros, además de refuerzo en la percusión, en uno de los mejores momentos musicales del score, que da comienzo a veinte minutos finales de música que son un cambio fundamental en el patrón empleado por Giacchino. No solo los coros cantan en lugar de parecer meros lamentos, sino que aparece la guitarra española como si la música quisiera comunicar que en ese camino de regreso los protagonistas abandonan ese agreste lugar entre las nubes y el cosmos para volver a la humanidad.

Finalmente, durante la escena del rescate (Found) un nuevo y emotivo tema hará aparición mediante cuerda y guitarra. Es una forma serena, comedida, de gritar musicalmente que algunos han sobrevivido, han vuelto de ese rincón en otro mundo. Giacchino opta sabiamente por hacer uso de escasa instrumentación y apoyarse en lo melódico para suscribir unas imágenes emotivas de por sí. Dicho de otro modo, la música opta por ser una pequeña lágrima de alegría sobre la mejilla en lugar de una explosión de júbilo. Guitarra y coros cierran un score que durante dos horas ha sido más amigo del silencio que de la música, consiguiendo así que en el momento más necesario, el final, la aparición de esa forma de comunicación tan esencial y bonita que es la música, y que es la única que puede hablarle directamente al espectador, mirándole a los ojos y a los oídos, pueda decir: volvimos, pero muchos ya no están.

En tiempos en los que, sin saber que hacer con la música, la mayoría de los directores y productores llenan de sonido las películas, es de agradecer que aún queden cineastas como Giacchino y Bayona que escojan que la música importe. Por otra parte, recuerda buena parte de este patrón al llevado a cabo por James Horner en Los 33 (2015) de Patricia Riggen, la historia de los mineros atrapados en un lugar por cierto muy cercano al de La sociedad de la Nieve, el desierto de Atacama (entre las dos películas Chile parece una roca helada entre el polvo cósmico del anillo de Saturno). Donde Giacchino se vale de instrumentos extraños, Horner empleaba sintetizadores, con la misión ambos de recrearse en el entorno hostil. Y al final, hacer salir a la música de su secuestro. El corte Found recuerda mucho al Celebration de aquel último score de Horner: guitarra, coros y hasta la frase de violín con la que se cierra. Ambas bandas sonoras son estupendas. Y ambas cuentan la misma historia: volver a casa. En ese encuentro habrá música.