Voy a empezar por el motivo que me conduce a escribir esta reseña: el cine de Pedro Almodóvar y Alberto Iglesias me fascina. Por supuesto hay películas que disfruto más y otras que a lo mejor me interesan menos, pero a mis ojos el cine que ambos construyen es tan personal como inimitable. Probablemente sean dos creadores que viven en universos artísticos dispares, siendo precisamente ésta la cualidad que hace de su colaboración un hito artístico incuestionable. Dichos universos de residencia no solo son complementarios sino que se enriquecen recíprocamente, alcanzando cotas creativas alabadas por muchos de sus compañeros internacionales. Numerosas son ya las ocasiones en las que han demostrado de lo que hablo, pero para los incrédulos paso a enumerar: La flor de mi secreto (1995), Carne trémula (1997), Todo sobre mi madre (1999), Hable con ella (2002), La mala educación (2004), Volver (2006), Los abrazos Rotos (2009), La piel que habito (2011), Los amantes pasajeros (2013), Julieta (2016) y la presente Dolor y Gloria (2019).
Todos sabemos de la dificultad experimentada por los compositores a la hora de musicar las películas del manchego (que se lo digan a Morricone). En esta ocasión el director, siempre complejo, lleno de capas y geniales diálogos, vuelve con su propuesta más personal y heterogénea, con un hilo narrativo que serpentea y se quiebra. En definitiva, el tipo de cine fresco que de forma gradual está desapareciendo de las salas de cine en beneficio de Disney (y desgraciadamente lo mismo ocurre con la música de cine).
En Dolor y Gloria, el que creíamos era un personaje fundamental (y lo es) puede desaparecer a mitad de camino abriendo paso a otros más importantes o determinantes. Como ejemplo, el relevo entre los personajes interpretados por Asier Etxeandia y Leonardo Sbaraglia a partir de un magnífico monólogo donde se nos relata la historia del segundo; o las maravillosas conversaciones del protagonista con su madre (una inolvidable Julieta Serrano) que aparecen en el último tramo del filme. Todas ellas son escenas profundas y emotivas que no necesitan de un arco narrativo extenso para llegar a conmovernos.
Todo esto que comento (la heterogeneidad, la complejidad, la riqueza temática) puede traducirse perfectamente a la estructura musical y narrativa planteada por Alberto Iglesias. Pero sigamos profundizando un poco más en la película para poder comprender el uso que ésta hace de la música.
Volviendo a Almodóvar, en esta ocasión el director introduce “el recuerdo” como eje vertebrador del filme —ya lo había hecho en varias ocasiones, pero quizás no de forma tan contundente—, encadenando flashbacks con cierto carácter onírico que nos acercan al pasado del protagonista, magistralmente interpretado por Antonio Banderas. Es en estas ocasiones cuando la música de Alberto Iglesias entreteje los tiempos pasado y presente, en numerosas ocasiones asociando el recuerdo de sus experiencias vitales a un pequeño motivo para violín que genera cierto sentido de ensoñación, transmitiendo una nostalgia sobria, nada edulcorada.
A lo largo de la historia del cine incontables son los directores que han abordado el recuerdo de la infancia como punto de partida. Este año, de entre los genios que se encuentran en la cúspide, le toca el turno a Almodóvar y tan solo un año atrás hacía lo propio Alfonso Cuarón con Roma. Sin embargo, y pasando a abordar el enfoque musico-cinematográfico elegido, en ambos casos el camino abordado es tan opuesto como interesante.
Cuarón sacrificaba la música original y proponía enfatizar la idea de recuerdo a través de los sonidos de su infancia, los cuales priorizaban sobre una música diegética compuesta por las canciones populares que abrazaban su niñez (no olvidemos que todo giraba en torno a su familia, siendo él mismo uno de los personajes representados en el filme).
Almodóvar e Iglesias, sin embargo, sí incluyen una música no diegética que por momentos parece hablar por el protagonista. Una música tan compleja como el propio filme, llena de texturas asociadas a sensaciones y emociones que construyen una propuesta estructuralmente paralela al devenir de la película.
Más allá de la dualidad planteada en el título, encontramos dos elementos fundamentales interrelacionados entre sí: el dolor (físico y emocional) y la adicción (externa e interna). En casi todos los casos la segunda nace de la primera. Es a partir de los dolores experimentados, de su incapacidad para soportar sus dolencias corporales, así como los tormentos del pasado, que el protagonista decide experimentar nuevas vías de alivio. Y exactamente eso es lo que ocurre en la partitura.
Una de las secuencias más celebradas musicalmente es aquella en la que el protagonista nos relata sus padecimientos. En ella se nos habla de sus carencias y fortalezas, pero especialmente de sus dolores. Es aquí, asociado a una música dinámica y con un aire jazzístico maravilloso (donde destacan el piano y el clarinete), cuando por primera vez Iglesias hace uso de la música electrónica. No toma especial protagonismo, pero podemos intuir el sonido del sintetizador que carga el ambiente con cierta gravedad cuando nos hablan sobre los dolores musculares. A partir de este momento asociaremos la música electrónica a sus dolencias, pero también a los métodos que Salvador adopta para vencer dicho dolor.
En una reciente entrevista, Iglesias habla sobre las decisiones tomadas en torno a este tipo de aproximación musical:
“El sonido de la película nace de un sexteto de cuerda combinado con piano y clarinete, que nos daba la posibilidad de situar la música muy cercana al protagonista, de que estuviera presente en los planos cortos y evocar sus momentos de incertidumbre y dolor.
Usé algunos sonidos electrónicos dando otra perspectiva de su actitud y sus emociones. La electrónica aparece cuando no tiene posibilidades de decisión o incluso de soñar. Es cuando la situación es demasiado dura. Es una música muy secuenciada que acompaña los momentos donde el protagonista pone su alma en la obligación de probar las drogas, en la obligación de ir hacia adelante. Está conectada con su sufrimiento. Es lo que he intentado evocar y transmitir a la audiencia.”
En el lado opuesto encontramos todo lo relacionado con la niñez y el recuerdo de la madre, momentos que quedan limpios de toxicidad alguna. En ellos se da un mayor protagonismo al sexteto de cuerda, frecuentemente prologado por un solo de violín que asienta el tono de cada recuerdo.
Iglesias nos regala una partitura de carácter íntimo que habla por el protagonista, que se adhiere a sus emociones y revela sus estados de ánimo. El enfado de Salvador por no querer ser cura se traduce en una música de enérgicos pizzicatos que acompañan la huida del niño; la adicción y la imperante necesidad de esconder sus nuevos hábitos se ven potenciados por la urgencia que crean los violines; o la necesidad interna de superar el dolor con drogas, ya sean legales o ilegales, se acompaña por un martilleante motivo para piano nacido casi de su conciencia.
Pero la música no queda simplificada a texturas orquestales, sino que podemos encontrar numerosos motivos y temas que acompañan al protagonista a lo largo de sus recuerdos. Especialmente destacable es el bello tema asociado a la memoria de la madre, protagonizado por el clarinete y el piano, que le confieren un carácter íntimo que se adecua a la perfección a las comentadas y celebradas conversaciones entre madre e hijo. En su edición discográfica podemos escucharlo en temas como Huevo de zurcir, La habitación de la madre o Noche en la estación de trenes II.
También existe un tema para piano que gira en torno a la figura de Eduardo, el albañil al que el joven Salvador enseña a escribir. Este tema es recuperado al final del filme cuando Salvador descubre por casualidad el retrato a acuarela que Eduardo le pintó. Es cuando lee la antigua dedicatoria escrita en el reverso cuando la música aflora los sentimientos del protagonista. Se puede disfrutar en temas como El niño maestro o Arte popular.
Y por último destacar la música inicial, la que nos predispone, aplicada sobre los créditos de la película. Aunque cuando comienza la proyección no sabemos aún cuál es su significado (si es que finalmente va a tener alguno) siempre establece y asienta el tono del filme a ojos del espectador. En el caso que nos ocupa la predisposición es inmejorable, ya que nada más sentarnos en la sala escuchamos un bellísimo tema interpretado por solos de violín y piano acompañados por el resto de instrumentos de cuerda.
En ese momento, aun sin saber absolutamente nada de la película, me deleito con la música. Siempre que escucho algo tan magnífico me pregunto lo siguiente: ¿cuándo aparecerá de nuevo este tema tan lúcido? Probablemente la próxima vez que lo escuche, por asociación de ideas, descubra cuáles son las intenciones del compositor y del director.
En este caso, más allá de pequeñas ideas puntuales, tenemos que esperar toda la película para volver escucharlo en todo su esplendor. No es hasta la escena final (cuidado con el SPOILER), la fantástica toma con la que Almodóvar cierra la película, cuando podemos disfrutarlo de nuevo. Es entonces cuando vemos a Salvador haciendo lo que de verdad ama, retomando su pasión por dirigir y sintiendo la gloria que suponen los miedos superados y el alivio de las dolencias. La historia que va a contar es la de su propia vida, la del recuerdo que nos ha narrado desde el inicio del filme, tanto cinematográfica como musicalmente.
Este tema final, que se extiende a créditos, nos resume a la perfección el sentido del filme y de la vida de Salvador. A la gloria inicial se le suman, gradualmente, sonidos electrónicos que nos resultan familiares. El dolor, aunque suavizado, nunca se extingue completamente.
Dolor y Gloria nos habla sobre la memoria, sobre la modificación a nuestra conveniencia de nuestros propios recuerdos, sobre el cambio que experimentamos entre el antiguo yo que creíamos ser y el actual que creemos haber aceptado; “son tus ojos los que han cambiado, la película es la misma”, le dice una amiga a Salvador Mallo cuando éste muestra un naciente agrado hacia uno de sus antiguos y autodenostados filmes. Es esta reflexión la que queda perfectamente representada por las notas musicales de Alberto Iglesias.
La música de la película, como siempre ocurre con su compositor, nos habla de la verdad de sus personajes, de sus dolores y placeres, y lo hace sin renunciar a su voz más propia, tan llena de personalidad. Nos encontramos ante una obra extraordinaria de un artista imperecedero.
Dolor y Gloria
- Salvador Sumergido (02:31)
- Geografía y Anatomía (Voz: Antonio Banderas) (3:13)
- Noche en la Estación de Trenes I (01:39)
- La Cueva de Patena (02:32)
- Arreglo de Cuentas (02:26)
- La Adicción I (01:48)
- Fumar a Escondidas (02:28)
- La Torre Árabe (01:41)
- El Niño Maestro (01:48)
- Salvador en la Torre (00:49)
- Reconciliación (01:48)
- La Noche de mi Amor (Chavela Vargas) (02:46)
- Piano Bar y Coro Infantil (01:43)
- La Adicción II (02:10)
- Huevo de Zurcir (00:52)
- Reencuentro de los Amantes (02:32)
- Escena Urbana (01:11)
- La Habitación de la Madre (00:52)
- Euforia después del Beso (02:02)
- Acuarela y Tac (00:48)
- Come Sinfonia (Mina) (02:37)
- El Primer Deseo (02:37)
- Arte Popular (01:56)
- Noche en la Estación de Trenes II (02:32)
- Quirófano (01:36)
- Claqueta Final (07:46)
- Encore I (01:52)
- Encore II (0:45)
- ¿Cómo Pudiste Hacerme esto a mi? (Alaska y Dinarama) (04:11)
- Geografía y Anatomía (03:23)