Sleepless in London

Escrito por , el 18 junio 2018 | Publicado en Apuntes

Primavera de 1964, con un tiempo loco e inestable. Días de lluvia y días de sol, pero siempre el mismo frío de Londres. Si la vida se ve con otra perspectiva desde el barrio de Knightsbridge, Cadogan Square le da un aire de cuento de hadas. Sobre todo para Maurice, Mike para los amigos, que lo encuentra irreal y muy alejado de los astilleros de su Rotherhithe natal. El estreno de Zulú en enero queda lejano así mismo, pero parece que su suerte va a cambiar.

Mike lleva un tiempo en el apartamento de su amigo John, quien también participó en Zulú. Últimamente, la rutina ha sido una sucesión de fiestas, pero no esta noche. John tiene que trabajar. Mike se ha retirado pronto, para no molestar, pero es imposible conciliar el sueño. Las desventajas de compartir el apartamento con un músico.

El sonido del piano llega hasta su dormitorio. Se coloca la almohada sobre la cabeza. Hace un par de noches, cenaron en el club Pickwick, con Terry. Resulta curioso la de vueltas que da la vida. John, siempre tan seguro de sí mismo, como pez en el agua en cualquier sitio. Lo que suena no puede ser música, ha de ser un mono aporreando el piano. John, deslizando esos dedos tan largos suyos sobre las teclas, igual que lo haría sobre una mujer.

Igual que esa noche de hace unas semanas, en la terraza del Ad Lib. Las puertas del ascensor se abrieron y… Ahí vuelve, una y otra vez, el mismo estribillo. Como una pesadilla. Mike se revuelve en la cama. Hoy ha almorzado con Harry Saltzman.

—No tienes nada que pensar. Es perfecto para ti.

La boca de Saltzman da vueltas y las puertas del ascensor se abren. John está en su salsa. Elegantemente reservado, es como un imán para las mujeres de la sala. Quizá sea la magia del músico. Y las notas de piano suben y suben, como una espiral. Las escaleras nunca han estado tan escarpadas. Mike vuelve a acomodarse y se queda boca abajo, con los brazos bajo la almohada.

—Ya sé que es otra película de espías, pero ésta es especial. Los demás simplemente se limitan a copiar lo que he hecho con Cubby, pero Deighton le ha dado la vuelta. Esto es real.

Real. John es como Bond, pero él no se acuesta con mujeres que quieren matarlo. O utilizarlo. Mike sí que utilizaría el martillo que le está aporreando las meninges. Como una delicada tortura China, en la terraza de la discoteca de moda, el Ad Lib club de Leicester Place. Parece mentira la cantidad de lugares que puede congregar el lugar en el que uno ha nacido y lo difícil que resulta conocerlos todos.

Mike abre un ojo. Las tres de la mañana. Suave es la noche. Eterna, dulce. Hay que decidir sobre el futuro. Dar el salto. Caminar con rumbo. Las cosas son mucho más fáciles cuando uno sabe lo que quiere. Como John, que siempre supo que quería ser músico. Las cenas con Terry en el Pickwick. También es difícil abrirse camino en el mundo del espectáculo. Boca arriba, mecido por las notas del piano. Ruido blanco. Paz.

El silencio lo despierta. Entra luz por la ventana. Mike se pone sus gafas y se levanta. Son las siete de la mañana. Se oye movimiento en la cocina del apartamento. Sería un buen momento para tomarse un café bien cargado, para desayunar algo, para salir de ese dormitorio que huele a insomnio.

El piano, esa arma infernal, está en el estudio. Es inevitable pasar por él para ir a la cocina. Hay una partitura sobre el atril. Un lápiz, de los que escribe fino, romo. Muchas borraduras. Parece que John ha dado por acabado el trabajo. Al menos, por ahora.

Entra en la cocina. No necesitan saludarse. John le tiende una taza de café.

—Ya lo tengo. ¿Quieres escucharlo?

Mike asiente con la cabeza. Sea lo que sea, no puede sonar peor que el vago recuerdo que tiene de la noche anterior. Se dirigen de nuevo al estudio. John se sienta. Extiende sus finos dedos y acaricia las teclas. Vuela sobre el piano. No necesita pensar.

John jamás le preguntaría qué le parece. Pero algo le invita a dar su opinión. Quizá, una pequeña venganza por la noche tan horrible que ha pasado. Es posible. Jamás será capaz de saberlo. Sus labios se separan lentamente y articula, mal que bien, las siguientes palabras:

—Se parece a “Moon River”.

¡Te pillé, Gold-fin-gah!