Especial Indiana Jones
Quien iba a decirnos a muchos que la primera entrega de Indiana Jones, la clásica Raiders of the Lost Ark (En Busca del Arca Perdida) daría para establecer todo un fenómeno de aventuras que llegaría hasta el año 2023, el que nos ocupa, con cinco entregas (tres de ellas, la trilogía clásica, rodadas en la década de los 80).
Los padres de fenómenos mundiales como Star Wars (el amigo George Lucas) o el terror de Jaws (el señor Steven Spielberg) decidieron aunar esfuerzos para ofrecernos un personaje ya inmortal, pese a que las dos últimas entregas nos estén a la altura de la trilogía original.
Si bien el Templo Maldito y la Última Cruzada contienen algunos de los mejores momentos de aventuras de la historia del cine (SPIELBERG es mucho SPIELBERG, que no nos falte) junto con el Arca Perdida (sobra decirlo, sobre todo la clásica persecución del camión en el desierto y el clímax final), las siguientes entregas, especialmente la cuarta, fueron un quiero y no puedo.
Por la cuarta pasaron muchas manos (y muchas cosas), entre ellas las de un gran director y guionista llamado Frank Darabont, pero todo se convirtió en un espectáculo digital con buenos actores y una buena dirección, y con alguna colección de momentos que van desde lo delirante a lo divertido (e incluso emotivo, Marion mediante), pero que convirtieron a la Calavera de Cristal en una película fallida de la que incluso Spielberg, en alguna ocasión, ha llegado a renegar (con la boca pequeña, o sin ella).
Este 2023, Spielberg cedió el trono a un director de buen curriculum vitae (un artesano de solvencia demostrada), el genial James Mangold (autor de peliculas como Ford Vs Ferrari, Logan, Walk the Line o la infravalorada Cop Land), quien puso todo la carne en el asador. ¿El resultado? Un chicle estirado (excesivamente) que por momentos tenía ese sabor añejo pero que no dejaba ser un estéril intento de dar un cierre digno a la saga (en mi opinión, finalmente lo consiguen). Pero Mangold no es Spielberg, y la Calavera de Cristal, aunque peor película (eso creo), luce mucho mejor a nivel de rematados técnicos y dirección.
INVARIABLEMENTE, quien ha permanecido SI O SI a los mandos de la consola musical, el señor John Williams, no ha bajado el pie del acelerador, y si bien ha entregado lo mejor de la saga en las tres primeras películas, nos ha reservado momentos brillantes en las dos últimas entregas, como el tema de Matt, Irina o el motivo de la Calavera de Cristal para la cuarta entrega, o el especialmente inspirado y emotivo tema para Helena de la última entrega, todo un clásico ya de Williams (y uno de los mejores temas del 2023).
Es por ello, querido lector, que nos hemos reunido aquí, al calor de la hoguera, sombrero en ristre y látigo al cinto, para conversar de forma cálida y melancólica sobre lo que ha significado Indiana Jones para cada uno de nosotros, que aunque peinamos ya más de una cana, seguimos emocionándonos cada vez que vemos a Indiana besar a Marion, rescatar a los niños del Templo Maldito o montar a caballo para rescatar a su padre de las garras de una bestia de acero alemán, y de eso, amigos míos, tiene mucha culpa el gran John Williams.
BERTO PENA
Han pasado muchos años desde que vi por primera vez Indiana Jones y el Arca Perdida. Desde entonces habré visto y escuchado su música cientos de veces. Y siempre que aparecen las primeras notas de The Map Room: Dawn, algo se remueve en mi interior. Eso es lo que siempre he buscado al acercarme al cine y a su música: emociones. Y esos apenas cuatro minutos de tema me suscitan un montón de ellas: aventura y exploración, tensión y misterio, expectación… y magia, mucha magia.
Ver a Indiana Jones con una suerte de pañal encima de la cabeza, sosteniendo el bastón de Ra mientras espera que la luz del sol señale en la maqueta el Pozo de Almas, mientras ese tema de Williams va creciendo, es una escena que podría repetir un millón de veces.
Con los años me he llegado a aburrir de mucha de la música de John Williams. Pero tiene tanta y tan buena que es imposible no vibrar con muchos de sus temas. Y este es uno de ellos. Me parece una maravilla, como un pequeño concierto condesado en unos pocos minutos. Todo empieza con delicadeza, en una introducción lenta y solemne. Pero pronto el ritmo va aumentando gradualmente a medida que el sol aparece en la escena. Tú, como Indy, permaneces expectante, sosteniendo la respiración mientras siguen sumándose instrumentos hasta ese clímax con el que te dan ganas de salir a conquistar el pueblo de al lado.
Y después de que tras ese apogeo Williams te haya levantado de la silla, mientras el bueno de Indy se mueve alrededor de la maqueta y toma notas en su libretita, cuerdas, metales y vientos, todos juntos. ¡Y un coro épico para redondear el espectáculo!
Esa sutil y a la vez compleja composición, con un montón de instrumentos que entran y salen justo en el momento adecuado, y ese acompañar tan bien a la escena y al espectador, era algo que los antiguos grandes maestros de (música) de cine hacían. Aquí estamos nosotros para seguir disfrutando esos momentos.
OSCAR SALAZAR
Llegué tarde a Indiana Jones. Como a unas cuantas cosas más en la vida. Consecuencia de ser un infante algo terrible y bastante patoso. La primera emisión por televisión de En busca del arca perdida se me escapó por romper una lámpara de techo al ponerme el abrigo en casa de mis tíos. No lo hice a propósito, pero explícaselo tú a mis padres. Castigado sin ver la película que llevaba días esperando con ansia viva. Eso sí, al igual que todo lo que tarda en llegar, cuando por fin lo hace, resulta un regocijo absoluto.
Localizaciones exóticas, un protagonista con látigo y fedora, nazis… ¿Se puede pedir algo más? Una aventura “sin complicaciones”, donde vamos del punto A al B y de ahí al C. Y una música imponente, casi omnipresente, como en los antiguos seriales de los años 30 y 40 que inspiraron la película de Spielberg y Lucas. La música de John Williams nos coge de la mano desde el principio y ya no nos suelta. Por cierto, he dicho imponente, pero también sencilla y directa, como el propio Indiana. El espíritu de la aventura, sin trampa ni cartón. Al menos, dentro del encuadre.
De todas las escenas de acción, y no nos engañemos porque el Arca de la Alianza es una mera excusa para encadenar escenas de acción una detrás de otra, la que siempre me ha atraído como un imán es la de la persecución en el desierto. Un convoy de camiones nazi parte con el arca de la excavación arqueológica en la ciudad perdida de Tanis e Indy sale tras ellos a caballo. Cámaras que se reflejan en los vehículos, palmerales que dejan de verse de repente, precipicios que aparecen a conveniencia, fallos de continuidad… Todo eso da igual en una persecución con regusto añejo.
El ritmo, implacable, lo marca la música. Es ella la que arrastra al espectador y hace que se sumerja en las imágenes, sin importar los fallos. El tempo aumenta de manera gradual e imperceptible mientras Indy va deshaciéndose de los soldados nazis uno a uno. El resultado del trabajo de un compositor en la cúspide de su oficio. Años después, me enteraría de que la escena la había rodado la segunda unidad, bajo la dirección de Micky Moore, un veterano de sesenta y cinco años que comenzó su carrera como actor en el cine mudo.
Es difícil ser consciente de estar dándole forma a un icono durante el proceso creativo. Especialmente, si se trata de uno cinematográfico. Scorsese lo resume muy bien cuando dice que “una película nace tres veces: cuando se escribe, cuando se rueda y cuando se monta”. No sé cuál puede ser la vara de medir para Indiana Jones, pero Harrison Ford parece tenerlo claro respecto a su icónica marcha: “Esa maldita música me sigue a todas partes. La tocan cada vez que subo a un escenario; cada vez que bajo de uno. Sonaba en el quirófano mientras me hacían una colonoscopia […]. No me quejo, John. Interpretar a un personaje agraciado por tu música es, por supuesto, un verdadero regalo”.
BRAULIO FERNANDEZ
Mi escena favorita de todas las películas de Indiana Jones es “Actividades nocturnas”. Tiene todo lo que ha hecho grande a la saga: romance, acción y comedia. Y todo ello, por increíble que parezca, es acompañado musicalmente por John Williams de forma sincrónica, sin que por ello el conjunto musical se resienta: el corte Nocturnal Activities es a lo largo de sus seis minutos una de las mejores piezas de todas las compuestas en las cinco películas, pero tiene la peculiaridad de que, como pocas otras, concentra esas tres caras de la saga de aventuras anteriormente mencionadas.
La escena comienza con eso que Indy llamaría “costumbres de apareamiento”, y el tema de amor suena con cuerda y flauta antes de su primera gran rendición cuando sucede el primer beso (el diálogo previo es antológico), pero pronto el arpa, que acompañó el romántico momento previo, se queda para acompañar diversos juegos cómicos musicales con cuerda, empleando Williams la técnica del pizzicato para las desavenencias del “macaco presuntuoso” y una chica que “lo quiere todo”.
Cuando los personajes se han retirado enfadados a sus habitaciones, Williams hace uso de una especie de bolero para secuenciar la espera de ambos, de nuevo divertidísima, pero con cierto estilo. La escena se ve interrumpida por la aparición de un hombre que trata de matar a Indy. Cuerda pero sobre todo diversos juegos de metales dan urgencia a la acción. Estos le permiten a Williams poner distinta voz al sufrimiento de Indiana en el interior de la habitación, mientras es ahogado, y a las quejas de Willie tras la puerta, que sigue siendo acompañada por el pizzicato de la secuencia previa.
Cuando Indiana recibe de manos de Tapón su látigo incluso aparecen perfectamente insertados los acordes del famoso tema de Indy, y acto seguido el personaje interpretado por Harrison Ford acude a la habitación de enfrente para comprobar que no hay otro asesino aguardando allí. Williams nos devuelve al momento cómico – romántico anterior a la escena de acción, de nuevo con el pizzicato y con algún recurso de metal, antes de cerrar la escena con un toque de misterio.
No se me ocurre que mejor manera de honrar la música de Williams para la saga de Indiana Jones que esta escena que contiene todo lo maravilloso que nos ha dado en cinco películas. No solo es una honra para la saga, lo es para toda la música de cine: emociona, vive en simbiosis absoluta con la imagen, y musicalmente es atractiva e interesante.
DANI MAVERICK
Hace unos años hicieron un homenaje a John Williams con muchos de los profesionales de la industria que han trabajado con él a lo largo de los años dedicándole unas palabras en público. Memorable el momento donde Harrison Ford sube al escenario con el Raider’s march y, bueno, mejor dejo que busquéis el vídeo con lo que dijo, que no tiene desperdicio, aquí podéis verlo.
Para mí, hablar de la música de Indiana Jones es hacerlo con el Raider’s March de fondo acompañando cada recuerdo de la saga, pero mi primer recuerdo musical de la misma viene de otro lado, y es de Indiana Jones and the Temple of Doom (Indiana Jones y el Templo Maldito, 1984), en concreto el mítico Parade of the Slave Children (Slave Children’s Crusade).
Si bien es cierto que me había visto varias veces la trilogía original, teniendo 13 años me regalaron un recopilatorio de dos discos con una selección de temas de la filmografía de John Williams hasta la fecha, donde este tema brillaba entre los demás. Huelga decir que fue uno de los que más se repetían de los dos discos. Lo tenía todo, aventura, fantasía, subidas y bajadas, y como no, ¡¡era una marcha en toda regla!!
Con esta pieza y algunas más me empecé a enamorar de verdad de “la música que se ve”, ahí nació el germen de una de mis grandes pasiones. Por eso es mi favorita, fuera de lo que represente en la película, o de que haya momentos visuales más impactantes.
Esta pieza, únicamente a nivel musical, lo tenía todo, y aún lo tiene, y es la que me hace estar donde me estáis leyendo ahora. Gracias John Williams, eres un mago de la batuta.
FERNANDO AYUSO
Elegir entre películas tan divertidas y que forman una parte tan importante de mi adolescencia es enormemente difícil, pero siempre que me han insistido en seleccionar mi película favorita de la serie Indiana Jones, es la tercera entrega la que se acaba posicionando firmemente como la número uno.
Mi segunda elección, En busca del arca perdida, es sin lugar a dudas una obra maestra del cine de aventuras, y en parte contiene el germen de muchos de los elementos que tanto me apasionan de La última cruzada. Algunas de estas escenas son, de forma clara, las que contienen persecuciones de todo tipo. Si en una película Indiana conduce un camión o una motocicleta, en la otra se convierte en una lancha, un tanque o, como en la escena que quiero comentar, una moto con sidecar.
Los lugares comunes en todas ellas son siempre tres: delante de la cámara el genial Harrison Ford combatiendo a los despreciables nazis, y detrás de ella a un Spielberg y un Williams convertidos en dioses de la acción y la aventura más desenfrenada y entretenida.
Una escena de huida tan icónica como la de Ford en una moto acompañado de Sean Connery en sidecar era difícil de mejorar, y, sin embargo, Williams lo consigue. El ya mítico tema Scherzo for Motorcycle and Orchestra (maravillosa suite de Williams para la edición discográfica) contiene absolutamente todo lo que se le puede pedir a una película de aventuras: musicalmente encontramos a los buenos y a los malos, la acción, la diversión, la vibrante emoción de la persecución.
Por poner un ejemplo de su grandeza, el tema de los nazis de esta tercera entrega (magníficamente usado en la escena) es una pequeña obra maestra en sí mismo, simbolizando el peligro y la determinación de los malos. En este corte, en contraste con la refunfuñona actitud del padre hacia el hijo, Williams además ofrece el contrapunto divertido con un tema aventurero que nos invita incluso a movernos en la butaca para seguir el ritmo de la música. ¿Qué más se puede pedir? ¿Que encima la música esté escrita de manera elegante y majestuosa, llena de matices y riquezas orquestales? Pues es justo lo que John Williams nos ofrece en la que por derecho es una de mis escenas favoritas de la trilogía original.
CARLOS MULAS
Mi momento musical favorito de toda la saga quizás está muy influenciado porque Indiana Jones y la Última Cruzada es la primera película que vi en el cine sin mi familia, y su banda sonora es probablemente una de las que más he escuchado, ya que la he tenido en todos los formatos posibles, entre otras razones. Dejando motivos personales aparte, es una de las bandas sonoras más completas, redondas, reconocibles tema a tema, y podría seguir añadiendo elogios…, de todo Indiana Jones (algo en lo que todo el mundo podría estar de acuerdo) y de toda la carrera de John Williams, añado.
Por eso elegir un momento de semejante película, teniendo la escena del tanque, la huída del castillo, la persecución en Venecia… me resultaba imposible sin revisionarla, porque hacía muchos años que no la había vuelto a ver. Y siendo Indiana Jones sería muy fácil elegir cualquiera de todas esas increíbles escenas de acción y aventura, pero también en cualquiera de las otras películas, así que mi elección también es algo un poquito más personal.
Las tres pruebas de fé de la parte final no son musicalmente destacables por sí mismas frente al resto de la colosal banda sonora, pero cinematográficamente son mi momento favorito. Se unen en Sólo el Penitente Pasará, La Palabra de Dios y El Camino de Dios, tanto el montaje, como el escaso diálogo, como los efectos especiales, pero sobre todo el toque musical, para transmitir la sensación de urgencia y tribulación de Indy al espectador, haciendo que seamos más cercanos a él que nunca.
Es la música al final la que nos lleva a ponernos en el lugar del personaje, a ser tan cercanos a él como en pocos momentos de toda la saga, a compartir los latidos de un acelerado corazón y decidir que estamos preparados para dar un “salto de fé” junto a él, precedido de una gran actuación de Harrison Ford y una única nota sostenida de Williams. El desenlace de la escena, la liberación musical de esa mano que nos atenazaba el corazón, es la metáfora de lo que la fé le supone al alma… Cualquier fé, podría añadir, si es que uno cree en algo.
Tras treinta y cuatro años, he tenido que volver a ver La Última Cruzada para recordarme que aún tengo fé en algo, en alguien… en John Williams.
RUBEN FRANCO
NO ES NADA FACIL, pero como siempre, me tiraré a lo emocional. Mi pacto con la música de cine se inició inconscientemente en diciembre de 1982 con E.T., Spielberg y Williams respectivamente (conscientemente sería Jerry Goldsmith con Explorers, Innerspace y Gremlins pocos años después… Edu, Brau, lo he vuelto a hacer, he vuelto a meter a Jerry Goldsmith cual pulpo como animal de compañía).
Y al igual que mi querido Carlos Mulas, mi primer Indiana fue la tercera entrega, primero solo (era la tercera película que veía sin mi familia) y luego la repetí con mis padres, como si la volviese a ver por primera vez (que Magia tenía el cine de aquella), allá por Septiembre de 1989. Si me das un orden a elegir, te diría que la clásica es la primera, la que más me gusta la tercera, y la que me parece mejor la segunda (hablamos de John Williams, y probablemente incluso de películas). Pero cualquiera de las 3 tiene temas y momentos para aburrir (el tema de Marion, el tema del sacrificio del Templo, la persecución de las minas, el tema de Tapón,…)
The Last Crusade fue especial para mí por muchas razones; primero tuve la cassette, luego el CD, y luego la edición ampliada de aquella partitura, y probablemente sea una de las bandas sonoras que más he escuchado en mi vida (seguida del Templo Maldito, aquella maravillosa edición de Polydor).
Desde el bestial prólogo (quizás el mejor de la saga) hasta su brillante cierre, pasamos por todo tipo de situaciones durante la película (desde persecuciones hasta situaciones divertidas como el encuentro con Hitler), pero hay una escena, UNA, que me vuelve LOCO a todos los niveles (algo que también sucedió en el Arca Perdida con la persecución del desierto), y es cuando Indiana se lanza al rescate de su padre y Marcus Brody en pleno desierto, presos en el interior de un tanque alemán y con un séquito de nazis alrededor.
Belly of the Steel Beast es una de las mejores piezas de acción musical no solo de Williams (como el Desert Chase del Arca Perdida), sino de la historia del cine, y no se cuantas cientos de veces lo he puesto y cuantas más me sigue emocionando de la misma forma, como se construye el dramatismo, la intensidad y la épica hasta su brutal clímax musical final, con el tanque precipitándose al vacío (Ciao Vogel, arrivederci).
PERO… y lo digo en mayúsculas, siempre me faltó un corte, uno que la edición completa nos trajo de vuelta, On the Tank, y donde los metales nos regalan una de las fanfarrias más épicas de la carrera de Williams, que no es poca cosa viendo el Curriculum Vitae del Maestro (un temazo que el Maestro recuperaría para el prólogo del Indiana Jones and the Dial of Destiny).
En la película, ambas piezas, On the Tank y Belly of the Steel Beast, están entremezcladas (primero empieza Belly, luego iría On the Tank y, finalmente, remata de nuevo con Belly). Y mención aparte para On the Tank, donde Williams nos regala el tema de los malos entonado de forma militarística mientras avanzan los camiones repletos de soldados alemanes.
En resumen, hoy día estoy aquí, escribiendo del cine y de su música, en gran parte por mis padres y su afición al cine, pero también por Spielberg, por Williams y por Indiana Jones.
Y como diría el gran Marcus Brody en el cierre de la tercera entrega… «Seguirme, Conozco el Camino»… Indiana, contigo hasta el fin del mundo.
CECILIA AIVAR
Desde la primera película, el personaje de Indiana Jones construye su identidad mezclando dos facetas, la de profesor de universidad con gafas y la de explorador con sombrero y látigo. Tales características quedan tan incrustadas en la memoria del espectador que será capaz de reconocerlo incluso a través de una mera sombra.
No hay Indy sin sombrero, no hay Indy sin látigo y no hay Indy sin ese genial tema marcial de John Williams que vive en mi cabeza desde niña (como tantos otros) y que a día de hoy silbo inconscientemente cuando me quiero “poner en marcha” para hacer algo.
Después de ver sus aventuras durante dos películas, en la tercera se nos brinda la explicación de su esencia, la chispa del futuro héroe y el “nacimiento” de su fantástica melodía.
Durante los primeros once minutos de la película, vemos a ese joven Indy como Boy Scout que busca la justicia arqueológica y que ya le tiene amor a llevar sombrero, pero que lo pierde cuando cae a una caja llena de serpientes (ahora ya sabemos por qué no le gustan).
Con una banda sonora frenética y divertida, que se ajusta perfectamente al ritmo del traqueteo del tren y a su temática circense, aterrizamos en el encontronazo con el león.
Su mano alcanza un látigo cercano y las tres primeras notas del tema se repiten en distintas secciones de la orquesta, siendo la melodía continuada de una manera rítmicamente torpe, como torpe es ese primer chasquido que le corta la barbilla (forma impecable de incorporar a la historia la cicatriz que ya tenía Harrison Ford).
Se escapa del tren y un fragmento triunfal de la melodía vuelve a sonar, el cual se reitera con algunas notas más al entrar en la casa de los Jones, junto con los leit motivs del Santo Grial y la Cruz.
Tras perder su primera incursión, y casi como si fuera una coronación, el saqueador le coloca el sombrero en la cabeza con un gesto que nos lleva del pasado al momento actual de un salto magistral. Ahora sí, la melodía de Indy suena en todo su esplendor, aunque se corta abrupta y cómicamente antes de llegar a la segunda parte por culpa de un puñetazo en la cara (el cual no consigue desencajarle el sombrero).
Desde este momento, ya sabemos que el sombrero permanecerá pegado como con superglue incluso en la más ridícula de las situaciones, y para muestra un botón: el agua inunda el barco, Indy se revuelca por el suelo y se pelea sin fin, pero el sombrero permanece. Se balancea por los aires para escapar cayendo al mar, presentando por fin la segunda parte de la melodía y cerrando la escena y esa cuenta que tenía pendiente con el otro señor de sombrero… blanco.
SAMUEL LORENZO
Esta fue la primera aventura de Henry Jones Jr., en plena Guerra Fría, que vi en la gran pantalla (las anteriores las había visto en VHS).
Y por mucho tiempo, la cuarta parte de Indiana Jones fue una película inacabada para mí. Debido a un error humano entramos tarde en la sala del cine, con la película medio empezada. Al salir de la sala no sabía cuánto de la película había visto, dejándome una sensación de insatisfacción en el cuerpo, pero la deuda con Steven Spielberg quedó saldada en años posteriores.
Toda esta pequeña historia que os he contado es la razón por la que escojo Indiana Jones and The Kingdom of the Crystal Skull (Indiana Jones y la Calavera de Cristal, 2008) y el tema Temple Ruins and the Secret Revealed. En él escucharemos la música relacionada con la calavera de cristal y los seres interdimensionales.
Este tema se compone de un leitmotiv de unas tres notas con una base que bien recuerda a trabajos coetáneos de John Williams como Minority Report (2002) o War of the Worlds (La Guerra de los Mundos, 2005).
En conjunto, John Williams crea, con estas pequeñas notas, una comunicación hipnótica y oscura entre el espectador y la revelación, encontrando la respuesta al final de la película en un éxtasis musical épico.
Este mismo propósito narrativo lo podemos encontrar en Close Encounters of the Third Kind (Encuentros en la Tercera Fase, 1977), escribiendo mediante la música un diálogo entre los terrestres y los alienígenas.
Aunque The Kingdom of the Crystal Skull no dejó muy contentos a los fans acérrimos de la saga (para muchos esta película está vetada), la música esconde magníficos temas fuera de los grandes pesos de la saga.
Muy probablemente el tema de la calavera no esté entre los más escuchados. Sin embargo, creo que este misterioso tema es la X que marca un lugar especial dentro del corazón de esta infravalorada banda sonora, y por ello tiene un lugar en este especial de nuestro arqueólogo favorito.
CARMEN PEREZ
En el cine, hay momentos que trascienden la pantalla y se quedan grabados en el corazón. Esto es precisamente lo que me ocurrió con una de las escenas de la película Indiana Jones: En Busca del Arca Perdida. Por eso, cuando en AsturScore me propusieron hablar sobre la escena que más me impactó de esta saga, de inmediato recordé la última escena de la primera película protagonizada por nuestro carismático arqueólogo aventurero.
Debo admitir que experimenté un ligero nerviosismo y emoción al considerar revisar nuevamente una película que me transportó a la esencia de las antiguas películas de aventuras. Tuve la suerte de coincidir con ese momento dulce de la vida en el que nuestra imaginación y capacidad de sorprendernos permanecen prácticamente intactas. Quizás se pregunten por qué sentía ese nerviosismo. Lo entenderán cuando les cuente que hay películas que a veces preferimos dejar en el pasado, sin volver a verlas, por temor a perder el precioso recuerdo que nos dejaron.
Vamos a rememorar esa impactante escena que se inicia con la llegada de los nazis al lugar donde reposa el Arca Perdida. Al evocar este momento, es inevitable no relacionarlo con el icónico tema musical que lo acompaña. La melodía comienza de manera suave, envolviéndonos con el resplandor celestial que proviene del interior del arca y que nos sumerge en un misterio que refleja la incertidumbre ante lo desconocido. Conforme la escena se desarrolla, especialmente cuando abren el arca, la cámara captura la asombrosa expresión en los rostros de los nazis, inicialmente maravillados por la iluminación divina que emana de ella. Sin embargo, esa maravilla se transforma rápidamente en desconcierto y, finalmente, en terror, mientras los acordes musicales se adaptan con maestría al desarrollo de la escena.
Hay un instante que permanece grabado en mi memoria hasta el día de hoy. En el cine, hemos experimentado risas diversas que, por alguna razón, perduran en nuestra mente; y este es uno de esos casos. Sucede cuando uno de los nazis protagonistas desata una carcajada que resuena en todo el templo. Las notas musicales adquieren una intensidad creciente en ese instante crucial. Indiana, en un intento por contener la tensión, le indica a Marion que no abra los ojos, sin importar lo que escuche. La hábil combinación de tambores y metales en la magistral composición de John Williams nos prepara para el clímax que se avecina.
En el momento clave, cuando los efectos especiales eran artesanos y sorprendían al espectador, los nazis experimentan una transformación aterradora. Los efectos de maquillaje y prótesis entran en juego para representar la desintegración de sus rostros de manera impactante y visceral (en esta escena, ya hace unos cuantos años, por no decir muchos más, recuerdo taparme los ojos). Aquí, el sonido se intensifica; la melodía, ahora impregnada de un tono ominoso y frenético, acompaña de manera magistral la inquietante transformación en la pantalla. Los acordes se vuelven discordantes, los violines se deslizan con una intensidad que refleja la angustia, mientras los metales resuenan con una fuerza que subraya la horrorosa revelación.
Finalmente, llega el momento de encontrar un poco de paz. Después de tanta luz, destellos y gritos aterradores, basta con observar la expresión imperturbable del protagonista mientras contempla el arca sellada. En ese instante, la música culmina, devolviendo la calma al antiguo templo.
Al compartir esta experiencia con ustedes les invito a que vuelvan a dejarse sorprender, por esta maravillosa saga, y la maestría de su compositor que puede transformar una escena en una experiencia inolvidable. Es un ejemplo palpable, de la magia del cine y de la música que lo acompaña, la que nos hace recordar una escena sólo escuchando su melodía.