Especial Gladiator

Escrito por , el 2 diciembre 2024 | Publicado en Otros

Hay bandas sonoras que marcan a generaciones, en lo bueno y en lo malo. Debido al impacto popular que generó, y siendo Hans Zimmer un compositor polémico para muchos, Gladiator (2000) ha sido una de las que más debate han generado en las últimas décadas.

Ahora que se ha estrenado una innecesaria secuela carente de toda gracia artística, y que por comparación no hace más que engrandecer el recuerdo de la primera, en AsturScore nos hemos propuesto compartir lo que significó para nosotros la música de Zimmer, ya sea para bien o para mal.

Y digo yo que en mayor parte será para bien, sobre todo si la comparamos con la partitura de la secuela, ya que mientras otros compositores se esfuerzan en hacer música de cine en precuelas televisivas, aquí Harry Gregson-Williams ofrece un mundano producto televisivo que será expuesto en cines. Siendo justos habría que añadir que sigue la línea decadente del trabajo de dirección de Ridley Scott, lo cual es aún más sorprendente.

En cualquier caso, y volviendo al recuerdo más emotivo de la original, nos hemos hecho una serie de preguntas que hemos intentado asumir con la mayor sinceridad:

  1. ¿Qué supuso la música de Gladiator para ti?
  2. ¿Cómo valoras la enorme influencia que tuvo la música de Zimmer sobre la industria?
  3. ¿Cuál es tu momento favorito y qué te transmite y hace sentir?

Os dejamos a continuación con nuestros textos, que esperamos os gusten y con los que quizás, en algún caso, os sintáis identificados.


Fernando Ayuso

Si hay una película no animada que marcó mi infancia, esa es Titanic. Y si alguna dejó huella en la etapa preadolescente de un chaval ya iniciado en la vertiente más popular del cine, esa sería Gladiator. Ambos casos tienen un lugar común: el impacto de la música sobre mis sentidos, lo cual ayudó a cimentar el futuro de mi afición a este bello arte.

Aunque nunca llegara a identificar mi gusto con el uso de las partes de acción más intensas, la partitura de Zimmer y Gerrard con la ayuda de Badelt me impresionó, y lo sigue haciendo hoy día, en sus pasajes más dramáticos y etéreos.

La música de Gladiator nos regaló momentos instantáneamente icónicos que han perdurado a lo largo de estos más de 20 años que preceden a su secuela. No ganar un merecido aunque reñido Oscar no evitó que se convirtiera en la banda sonora más popular del momento, con ventas millonarias y una enorme influencia sobre la música venidera.

Aunque las consecuentes imitaciones nunca igualaron al original, las músicas de acción propulsivas y extremas, así como el uso de la voz femenina, se convirtieron en el pan de cada día en toda épica histórica hollywoodiense. Visto con la perspectiva del tiempo, creo que no consiguió ser tan traumático como muchos defendieron, ya que aunque las imitaciones se amontonan y generan ruido, de vez en cuando aparecen contadas bandas sonoras genuinas que, siendo herederas del sonido Zimmer, acaban mereciendo la pena. Por poner un ejemplo, otra de romanos y del propio compositor germano, King Arthur (El Rey Arturo, 2004).

Pero volviendo a Gladiator, si tuviera que escoger mi pasaje favorito, no puedo hacer menos que elegir tres momentos que desde el año 2.000 me han acompañado de cerca; “Patricide” sería el primero, donde Zimmer desata su instinto evocador para construir un tema de una intensidad dramática desbordante; el segundo sería “The Might of Rome”, donde pasamos de un fascinante crescendo étnico dominado por la percusión, hasta un final glorioso que pone en escala a la eterna Roma; y por último mi favorito, “Am I Not Merciful?”, donde un Zimmer en estado de gracia convierte en obra de arte el drama interno de un villano y el efecto que este tiene sobre su familia.

En resumidas cuentas, me quedo con las partes más profundas y dramáticas y, desde ese punto de vista nos encontramos ante una obra maestra irrepetible.


Samuel Lorenzo

Mi relación con la música de cine cuando se estrenó Gladiator (Ridley Scott) en España (17 de mayo de 2000) era nula. Aunque con 6 años me gustaban las películas, todos sus aspectos me eran ajenos.  A medida que mi interés al cine fue creciendo, la música fue una de las piezas que más me interesaron y por ende me puse a indagar sobre ella.

De esta búsqueda encontré temas musicales destacables del séptimo arte como la música de John Williams para Schindler´s List (Steven Spielberg) o The Mission (Roland Joffé) de Ennio Morricone. Mi acercamiento a la música de Hans Zimmer fue a través de la canción Now We Are Free.

Este primer encuentro con la música de Gladiator me conmovió. Tanto fue así, que la primera vez que vi la película se me quedó grabado su dramático final, dejándome desolado. Fuera de toda epicidad, no hubo fuerza ni honor.

Más tarde descubrí la historia épica del hispano Maximus. Fue a través de Gustav Holst y su composición Mars, The Bringer of War dedicado al planeta rojo. La aplicación que le da Hans Zimmer a la música de Holst dentro del tema “The Battle” no es baladí, ya que Marte es el dios romano de la guerra.

De esta manera, entendí que detrás de cada banda sonora hay un porqué narrativo o emocional, o este debería ser su papel dentro de una obra audiovisual.

Muy pocos compositores han entendido el propósito de la música dentro del cine como Hans Zimmer. Su trabajo en Gladiator tuvo tal impacto en la industria, que muchos productores quisieron su música para películas históricas posteriores, como King Arthur (Antoine Fuqua) o The Last Samurai (Edward Zwick). El propósito: la búsqueda de una emotiva épica.

Empecé hablando de dos temas que despertaron en mí el deseo de buscar el porqué de la música, y terminaré hablando de mi tema favorito: el leitmotiv del emperador Commodus.

Este tema se puede escuchar justo en los créditos iniciales y cuya melodía va tomando forma en el personaje de Joaquin Phoenix cuyo motivo atormenta a su hermana (Connie Nielsen) que teme por la vida de su hijo. Por ende, escuchamos esta melodía bífida cuando ella aparece en pantalla por otras razones no malévolas.

En contraposición a las diferentes identidades musicales de Maximus (The Battle, Earth, Now We Are Free), el tema de Commodus pasa bastante desapercibido siendo un tema más sutil y gratificante de encontrar para el espectador.


Carlos Mulas

Puede que sea por peinar canas desde hace tiempo, o por ser condición humana, que siempre que uno mira hacia atrás en su vida, tiende a sobrevalorar y enfatizar las cosas buenas y al mismo tiempo, desdeñar y apartar del recuerdo lo malo. Creo yo que a ninguno de nuestros lectores se le escapa que en el mundo de las bandas sonoras y el cine, esta actitud (que no deja de ser un autocondicionamiento mental y emocional), tiene una traducción que generalmente se expresa en el “qué buenos eran los compositores de antes” y “ya no hay películas como las de entonces”.

A este argumento hay que sumar la polarización, casi diría que vital y endémica de nuestros días, y tenemos una mezcla sabrosa con la que hincarle el diente a un debate, que tiene lo mismo de interesante que de innecesario, como la mayoría del entretenimiento actual, si me lo permiten.

Y a todo esto, se preguntarán ustedes, ¿qué está tratando de contar este hombre con esta retórica y lenguaje tan formales, que tenga que ver con Gladiator? En otras palabras: WTF!

Pues es muy simple. Con el placer culpable de ejercer de abogado del diablo, tras más de veinte años de la película y la banda sonora, uno se da cuenta de lo sobrevaloradas que están ambas… y me explico para no caer en polémicas rancias: las dos son un grandísimo espectáculo visual y sonoro conjunto, de un formalismo excelente, y ambas buscan con mucho acierto la tecla que haga aflorar la emoción en el espectador. Es probablemente una de las películas que más disfruté en mis “días de cine”. En mi humilde opinión, simplemente las hemos elevado más allá de sus simples valores artísticos, que los tienen (ya lo he dicho).

Por alguna razón, los seres humanos hacemos esas cosas. Como manada globalizada, ponemos de moda algo o a alguien, o lo hundimos en el fango, por cuestiones puramente emocionales. Yo creo que esto lleva pasando con Gladiator desde hace veinte años, y la prueba es cómo se ha copiado hasta la saciedad la fórmula que utilizaron Hans Zimmer y Ridley Scott, que llegaron al éxito apelando a nuestras emociones más básicas, sin darnos mucho tiempo a pensar, solo a reaccionar a nuestros ojos y oídos.

Yo en lo musical, precisamente destacaría las partes más dramáticas de la película, en oposición a la pura y dura acción, que es la parte más conocida y celebrada y clonada posteriormente. Siempre he creído que Zimmer tenía una carrera antes de Gladiator, y lo demuestran los pasajes menos épicos de esta banda sonora.

Hilando con mi primer párrafo y a riesgo de que parezca que mi argumento de la “sobrevaloración” no era más que retórica, quiero repetir aquí la reflexión que escuché en alguna parte, y que creo que explica un poco por qué estamos hoy hablando de una película del año 2000, y tarareando su banda sonora, y que en forma de pregunta es: ¿Os acordáis de aquellos años en que los blockbusters eran buenas películas, y las buenas películas iban bien en taquilla? ¿No será que el cielo ahora es más oscuro por la contaminación, y por eso nos parece que las estrellas eran más brillantes antes? Digo yo…


Carmen Pérez

“Por eso segundas partes nunca fueron buenas.» Esas palabras resonaron desde dos filas detrás de mí, incluso antes de que las luces del cine volvieran a encenderse tras el final de Gladiator II (2024). Me quedé inmóvil, procesando esa misma sensación de vacío e incertidumbre, esa extraña melancolía de ver cómo el recuerdo de algo bien construido se empaña. Aquella frase resumía perfectamente mi impresión. Como mi desconocido compañero de butaca, probablemente había escogido mi lugar en la sala con la ilusión de vivir una experiencia a la altura de la primera película, pero salí con una certeza, algo esencial faltaba.

La segunda entrega no logró capturar la grandeza emocional de su predecesora, y la ausencia de Hans Zimmer en la banda sonora es una de las razones clave. La música en Gladiator no sólo acompañaba la acción, sino que daba alma a la historia. Era el latido que guiaba nuestras emociones, que daba vida a los personajes y envolvía cada escena con una atmósfera inolvidable. En contraste, Gladiator II se siente más como un espectáculo visual que como un viaje emocional. La banda sonora, aunque intenta rendir homenaje a Zimmer con ciertas pinceladas, no consigue el mismo nivel de conexión, y eso impacta directamente en la experiencia global de la película.

Hoy en día, Gladiator sigue siendo capaz de transportarme a los momentos más intensos de la película, a pesar de que ya han pasado 24 años desde su estreno. Les invito a hacer la prueba, escuchen su tema principal, y verán como surge en su mente esa imagen tan icónica, un guiño que también se refleja en la película que le precede. Ahora bien, si intentan lo mismo con la banda sonora de esta segunda parte, compuesta por Harry Gregson-Williams, seguramente no les ocurrirá lo mismo. No se sientan mal por ello, porque lo que Hans Zimmer hace muy bien es tener la capacidad de conseguir que sus composiciones nos queden grabadas en nuestro subconsciente, haciendo que permanezcan con nosotros para siempre.

Hablando de imágenes y secuencias que permanecen grabadas en mi memoria, quiero mencionarles dos. La primera es ese momento tan esperado, cuando el emperador Cómodo desciende a la arena del anfiteatro para conocer al misterioso gladiador conocido como Hispano. Máximo Décimo Meridio le promete venganza, ya sea en esta vida o en la otra. Este instante me recordó a cuando Íñigo Montoya, en La Princesa Prometida, finalmente se enfrenta cara a cara con el hombre que asesinó a su padre. Qué satisfacción es ver a los protagonistas finalmente frente a frente, y mucho más cuando ese momento se ve realzado por una composición musical memorable.

La música cobra fuerza cuando, en esa secuencia, el pueblo se pone en pie celebrando la vida de Máximo y la guardia guarda sus espadas. Podría compartirles más momentos, pero prefiero ahorrarles esa parte, como me hubiera gustado que hiciera Harry Gregson-Williams con su banda sonora, que carece de identidad propia.

La segunda escena es la que seguramente vino a sus mentes al escuchar el tema principal, una secuencia que se repite en numerosas ocasiones cuando se habla de los momentos más icónicos del cine. Es cuando, finalmente, Máximo consigue su venganza y, antes de caer en la arena, recuerda el camino a su hogar. En ese instante, suena Now We Are Free, una melodía que sigue cautivando y emocionando a muchos cinéfilos.


Braulio Fernández

La primera vez que escuché la música de Gladiator, sentí que algo en mi interior cambiaba. Hans Zimmer y Lisa Gerrard y Klaus Badelt y….(en aquel entonces ya estaba acostumbrado a la larga lista de créditos, había quemado La Roca) crearon una banda sonora que parecía trascender lo que entendíamos por música de cine. Cada nota resonaba con una emoción que iba más allá de lo visual: era épica, trágica, y profundamente humana.

En 2000, cuando se estrenó la película, me di cuenta de que estaba escuchando algo más que un acompañamiento cinematográfico; estaba presenciando cómo la música podía convertirse en un personaje en sí misma. Para mí, supuso una puerta de entrada a un mundo donde la música no solo contaba historias, sino que las engrandecía.

La influencia de Zimmer en la industria, especialmente con Gladiator, no puede subestimarse. Hasta ese momento, las bandas sonoras épicas eran muy orquestales, con una clara deuda a compositores clásicos. Zimmer cambió el juego al incorporar elementos electrónicos y coros etéreos, fusionándolos con una orquesta tradicional. Esta fusión redefinió cómo se entendía la música épica en el cine y abrió la puerta a nuevos enfoques, influyendo a compositores contemporáneos como Ramin Djawadi (Game of Thrones) o Ludwig Göransson (Black Panther). Desde entonces, muchas películas de gran escala han buscado capturar esa mezcla de épica y emoción íntima que Zimmer perfeccionó.

Mi momento favorito de la banda sonora, sin lugar a dudas, es Now We Are Free. Es un tema que mezcla el dolor con la esperanza, transportándome a un espacio donde el sacrificio de Máximo cobra sentido. Cada vez que lo escucho, siento un nudo en el pecho y, al mismo tiempo, una extraña serenidad. Es como si la música me recordara que, incluso en las tragedias más profundas, hay belleza y trascendencia. Este tema me conecta con mi lado más humano y reflexivo, y es uno de esos raros momentos en los que la música me hace sentir completamente presente y vulnerable.

En definitiva, Gladiator marcó un antes y un después, tanto para mí como para la música de cine en general. No solo definió una época, sino que continúa siendo un recordatorio de cómo la música puede elevar una historia, capturar emociones universales y dejarnos un eco inolvidable en el corazón.


Rubén Franco

El año 2000 ya me pilló bastante madurito, con 23 años, con los gustos y preferencias bastante definidas (aunque con mucho terreno por explorar); mi amor por el cine ya estaba echando raíces en todos los géneros y épocas, daba igual lo moderno o lo clásico. De hecho, mi preferencia tira de los 90 para abajo, hasta los inicios del cine.

Es innegable que Gladiator (Gladiador, 2000) fijó un antes y un después en el cine, guste más o menos, como lo hicieron otros fenómenos cinematográficos de la época (las sagas del Potter o los del Anillo, Titanic, Avatar o los piratillas del Caribe).

Soy de los que gustándome Gladiator, y mucho, no me parece la obra maestra que se vende (o vendió) y ya ni hablo de los Oscar porque eso es puro marketing.

Dicho esto, de nuevo repito que es innegable no hablar de muchas de sus virtudes, y la primera de todas es que se trata de un espectáculo de primer nivel; maravillosamente cocinada por la mano de Riddley Scott, contiene una gran cantidad de elementos que suman y convierten Gladiator en una película de entretenimiento formidable.

Desde su reparto, todos en estado de gracia (especialmente Joaquin Phoenix, sin olvidarnos de Russell Crowe, Oliver Reed, Derek Jacobi, Connie Nielsen o Richard Harris entre mucho más), hasta todo lo técnico (fotografía, dirección artística, la narración visual, la puesta en escena…). TODO es sobresaliente.

Y no podemos restarle o negarle méritos al bueno de Hans Zimmer, nominado al Oscar para la ocasión, que además de saber rodearse de un buen puñado de músicos / compositores (Now We Are Free es todo un clásico, de la mano de Lisa Gerrard), ha dejado su impronta para la historia (como los ecos de los que habla Maximus en el comienzo de la batalla en Germania).

Es fácil quedarse con lo más sonoro y visual en Gladiator, que de la mano de Zimmer nos llevaría a la acción, un patrón musical mediaventures total que ya explotó años atrás (The Rock, Crimson Tide, Broken Arrow…), y que pese a su espectacularidad, para los que somos perros viejos en esto de la música de cine, no dejan de ser muy buenos fuegos artificales, muy vistoso, épico y sonoro todo ello.

Pero aquí la palma se lo lleva el espectro dramático de la música, un vértice que no ha hecho más que crecerme con los años, especialmente el parricidio, un momento formidable y de gran intensidad emotiva y dramática.

Es ahí, en la emoción y el desgarro dramático, donde el teutón se aleja de lo conocido por el mainstream y nos ofrece ideas más interesantes, novedosas y que lo convierten en ese compositor que realmente trata de decirte algo serio más allá de lo apabullante de la acción.

No es, pues, un trabajo que idolatre pero si que disfruto y al que suelo volver muy de vez en cuando, pero musicalmente constituyó un antes y un después en el mundo del lenguaje cinematográfico y musical, siendo películas y músicas que ya forman parte de la conciencia popular, reconocibles por el gran público, y eso tiene mucho mérito.

 Me llamo Máximo Décimo Meridio. Comandante de los Ejércitos del Norte, General de las Legiones Fénix, leal servidor del verdadero Emperador Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesinada y alcanzaré mi venganza en esta vida o en la otra.