El Poder de la Infancia: Power Up
“Oh, oh oh, oh, oh, oh, oh”. Parece una forma extraña de empezar un texto, pero si ahora os digo que tanto “oh” pertenece a la música de Oliver y Benji, ¡seguro que lo leéis de otra forma!
Muchas melodías de infancia y recuerdos de infinitas horas pegados a una pantallita (en eso no hemos cambiado…) es lo que mueve a la orquesta Power Up a lo largo de su gira por España. ¡Y la gente responde!
Una gira retrasada por la pandemia, como todo, que por fin ha podido llevar a múltiples ciudades españolas un repertorio que rara vez escucharemos en manos de una orquesta grande. Un show emparejado con todo el poder de una pantalla en la que se van sucediendo secuencias de los videojuegos o el anime de cada tema que se toca.
En mis viajes por EEUU he podido ver que resulta muy habitual este tipo de combinación en espectáculos de todo tipo, en los cuales no se escatima en medios técnicos, luces, humo y todo lo posible para hacer de ellos una experiencia para todos los sentidos. Y, la verdad, creo que es algo que se podría hacer más en España, vistos los buenos resultados que obtiene.
La orquesta Power Up sabe que la música de Zelda, Pokémon, Digimon, Los caballeros del Zodiaco, Naruto, Oliver y Benji, etc, es algo a lo que todos los que no crecimos con la abundancia de oferta de Netflix y Youtube hemos sido expuestos en algún momento de nuestra vida. Son melodías que, al igual que Star Wars o Superman, tranquilamente podemos tararear.
Por eso me lo pasé tan bien durante el concierto del pasado 18 de noviembre, porque aunque yo estaba en el escenario y el público en sus butacas, ambos recorrimos el mismo camino entrañable. Parte de la intensidad del espectáculo vino dada porque no hubo ensayo previo. La sección de cuerda (la única que va cambiando en cada ciudad de la gira) recibe con antelación las partituras y audios para ensayar en casa y, tras una prueba de sonido, sale a tocar directamente.
Como violinista clásica que soy, algo así dista mucho del proceso habitual al que nos acostumbran en el conservatorio. Parece que en nuestra formación se deja siempre de lado todo un mundo de espectáculos en los que también se necesitan instrumentistas: rock sinfónico, musicales, sesiones de grabación o músico de crucero (a lo que yo me dedico). Queda por nuestra cuenta, entonces, explorar y tal vez especializarnos en cualquiera de estas ramas en las que hace falta ponerse al día en otras formas de tocar: con claqueta, con un oído tapado, con ruido, con un instrumento eléctrico, con cables, con un suelo que se mueve bajo los pies… ¡El aprendizaje nunca se acaba!
Y así fue el otro día: los miembros de la sección de cuerda, toda asturiana (seis violines y un cello), salimos al escenario con nuestras partituras en el iPad, pedal bluetooth para pasar las páginas y auricular en la oreja con la claqueta para todas las canciones.
¡Decir que me lo pasé como una enana sería quedarse corta! ¿Quién no sueña con subirse a un escenario para tocar rodeada de guitarras y bajos eléctricos, sección de viento metal, teclados, cantantes que cantan en japonés y una batería que parece que te saca el corazón del pecho? Solo puedo dar las gracias por contar conmigo a este tremendo grupo argentino, capitaneado por Mariano (saxofón), por una experiencia muy, muy divertida.
Otra característica del espectáculo es su forma de interacción con el público, pues se realizan varias votaciones durante el concierto: se da a escoger entre dos medleys distintos y se vota levantando el brazo cuál se va a tocar. ¡Ahí es cuando aflora el auténtico fanatismo del público y las amistades se ponen a prueba! Pero se trataba de disfrutar, y aunque unos prefirieran a Zelda antes que a Pokémon, al final todos terminaban cantando el estribillo de la canción. Incluida yo, que tuve que recordar que tenía un micro delante para recoger el sonido… de mi violín. ¡Imposible no contagiarse! Así me fui a mi casa ese día, tras terminar y guardar mi violín: más contenta que un niño pequeño.