Crónica concierto James Newton Howard

Escrito por , el 11 diciembre 2016 | Publicado en Crónica

El compositor James Newton Howard ha ofrecido su primer y único concierto en Europa del año 2016 el pasado miércoles, día 7 de diciembre. Un evento enmarcado dentro del ciclo de grandes conciertos de Bilbao Puerto de Arte de la capital vizcaína, en la sección denominada Cinema Stars Series. En palabras del propio músico, durante la rueda de prensa celebrada en los días previos al mismo, se trata de una nueva etapa en su carrera y en su relación con la música. Tras años trabajando en un pequeño estudio sin ventanas, ha llegado el momento de conectar con el público, en directo. Sobre todo, para dar nueva vida a algunas de sus composiciones, ya que la inercia del trabajo hace que, tras el estreno de una película, su música quede atrás mientras pasa a ocuparse de la siguiente.

Por otra parte, durante la charla que ofreció junto al también compositor Fernando Velázquez en la Universidad de Deusto, uno de los asistentes le preguntó sobre si su música tiene mensajes ocultos. Y la respuesta, que no tiene desperdicio, sería el mejor resumen de las sensaciones que pudo experimentar el público del Palacio Euskalduna pocos días después: “No, para nada. Soy un ermitaño y a veces me da la sensación de que vivo desconectado de los demás. El mundo es tal desastre, que sólo deseo crear paz y un lugar en el que la gente pueda disfrutar un rato.”

De hecho, uno de los principales motivos para volver a la carretera, de gira, después de más de 30 años, cuando dejó el mundo del pop para pasarse a la música de cine, han sido las cartas que recibe de sus fans. Mucha gente se pone en contacto con él para explicarle qué ha significado su música en ciertos momentos de su vida y cree que es el momento de devolverles parte de todo lo que le aportan.

En el caso concreto del concierto de Bilbao, ha sido el propio James Newton Howard quien ha confeccionado el programa. E, indirectamente, es Fernando Velázquez quien da con la clave de cuál ha sido una de las mayores dificultades a la hora de realizar la selección, cuando comenta en las notas al mismo que “el genio del compositor que trabaja en cine no consiste sólo en hacer partituras inolvidables o en contar historias de la mano del director, sino en combinar ambas posibilidades.” El principal reto al que se enfrentó el autor angelino es que “la música debe resultar interesante sin la película. Y normalmente no es la película sólo, también hay diálogos. Es algo que debe tenerse en cuenta a la hora de componer. Si dejas la música sola, la idea total se pierde.”

Por tanto, a la hora de hacer la selección, consideró que la música tenía que representar un pequeño reto para la orquesta, sin que por ello dejara de divertirse durante la interpretación. Pero, al mismo tiempo, los temas debían ser reconocibles para el público. Además, hemos de pensar que se trata de un concierto de música de cine, pero orientado clásicamente. Sin imágenes. Hablamos de un ciclo de grandes conciertos.

El punto de partida es el concepto de transversalidad del que nos hablaba César Álvarez, el director artístico de Bilbao Puerto de Arte, hace unas semanas: “Transversal en el sentido de que sorprenda al público, de que sea diferente. […], tenemos claro que es muy importante atraer al público que no está acostumbrado a ir a las salas de concierto. […] Y que repitan. Y el caso contrario: que personas de formación muy ortodoxa en cuanto a lo que escuchan descubran, por ejemplo, en la música de cine, algo que no conocían.

Resulta curioso comprobar que, excepto un par de ellas, gran parte de las obras que se interpretaron son relativamente recientes. Y, salvo por una breve fanfarria, todas corresponden a suites o piezas más o menos largas que permiten un desarrollo musical y que poseen sentido en sí mismas. Si consideramos la banda sonora de Señales como el momento en el que James Newton Howard alcanzó su madurez compositiva, su sonido particular, no es de extrañar que casi todas las obras seleccionadas partan de ese punto. El instante en el que, según sus propias palabras, descubrió que “menos es más”. Fernando Velázquez lo resume perfectamente al comentar: “Oímos una música llena de motivos y con una orquestación digna del mejor sinfonismo post-romántico y a la vez podemos reconocer siempre la personalidad de su autor.

La velada comenzó puntualmente con el Concierto para Violín y Orquesta, de la mano del solista canadiense James Ehnes y de la Orquesta Sinfónica de Bilbao. Quizá uno de los puntos fuertes de la noche, ya que se nota el tiempo que el compositor dedicó a la obra, el prístino sonido del Stradivarius “Marsick” del violinista llenó el auditorio. Y, en una de esas carambolas del destino, se unieron el violín de Martin Pierre Marsick y la orquesta de su sobrino Armand Marsick, casi 100 años después del primer concierto de la formación bilbaína.

La obra es endiablada, con muchos cambios de compás, pero Fernando Velázquez supo mantenerlo todo bajo control, con una orquesta entregada que también ayudó. La interpretación de James Ehnes fluyó, sirviendo de base para la obra y entablando diálogo por momentos con las diferentes secciones de la orquesta. No cabe duda de que la unión de un solista virtuoso y un violín único forman una combinación arrolladora.

En el concierto, que fue compuesto hace un par de años por encargo de Carl St. Clair, director musical de la orquesta Pacific Symphony, se puede apreciar nítidamente la voz del autor angelino, pero también es posible detectar influencias de Bartók, Sibelius o el folk americano. Formado por tres movimientos, el segundo de ellos tiene un breve y bello motivo, cuyo origen proviene del propio St. Clair. Se trata de una melodía que tarareaba su hijo pequeño, que murió ahogado a los 2 años de edad. El director le pidió al compositor si podía incorporar dicha melodía al concierto y éste accedió gustoso. Sobre todo, porque no se trata de algo triste, sino de un viaje hacia la luz, que explota al final del tercer movimiento.

Tras esta obra y unos prolongados aplausos, Fernando Velázquez y James Ehnes dejaron el escenario para dar paso a la Sociedad Coral de Bilbao y a un visiblemente nervioso James Newton Howard, que se encargaría de la dirección del resto del concierto. Lo siguiente en escucharse fue una suite de Blancanieves y la leyenda del cazador, probablemente una de las piezas más interesantes musicalmente hablando y en cuanto a orquestación.

La fanfarria de Gran Cañón cerró la primera parte del concierto, una de las obras favoritas del compositor. Aunque quedó un poco desajustada frente al resto de obras del programa, que o bien tenían un desarrollo o eran suites más largas que permitían apreciar el conjunto de la composición, y los metales estuvieron un poco tímidos, fue un colofón perfecto. Y, además, dio al público la oportunidad de escuchar otros matices de James Newton Howard, en la línea de Aaron Copland y ligeramente diferenciados de su etapa post-Señales.

Finalizado el descanso, y como si se tratara de un espejo, la segunda parte dio inicio con sendas obras para violín. De hecho, las dos que llevaron al encargo del Concierto para Violín y Orquesta por parte de Carl St. Clair. Si el joven violinista Artur Kaganovskiy alcanzó la perfección en El bosque (The Gravel Road), en Resistencia (Nothing Is Impossible) logró lo sublime, con su Guarneri de 1730 cálidamente arropado por el resto de la orquesta.

Y, con la Sociedad Coral de Bilbao nuevamente en el escenario, bajo la atenta mirada de su director Enrique Azurza, que se encontraba entre el público, nos introdujimos en el universo Disney de la mano de Maléfica. Motivos oscuros y misteriosos, metales solemnes, con un coro y una orquesta perfectamente imbricados. Sin duda, brillante ganadora a Mejor Banda Sonora y Mejor Tema del 2014 en las votaciones de AsturScore.

Antes de la siguiente obra, James Newton Howard, claramente algo más relajado, se dirigió al público para hacer una pequeña introducción de lo que se iba a oír, el tema Tarawa de Mientras nieva sobre los cedros. Con la ayuda de Fernando Velázquez en la traducción, fue un momento ciertamente simpático, que, además, permitió comprobar la indudable química que tienen ambos compositores. El punto principal era contextualizar la música, porque el mismo autor reconoce que se trata de una película de poco éxito y, normalmente, el que el gran público conozca o no una banda sonora suele ir ligado al éxito de la película. Uno de los grandes momentos de la noche para el coro, la obra es un dramático crescendo que servía para ilustrar uno de los episodios más tristes de la historia de los Estados Unidos durante el siglo veinte.

Y llegó quizá la obra más esperada por los asistentes al concierto más jóvenes (algunos miembros del coro incluidos): la suite de Los juegos del hambre. Con Fernando Velázquez como solista y formando parte de la orquesta a la que había dirigido poco antes, pudimos asistir a la culminación de un estilo que James Newton Howard ha venido depurando desde su primera colaboración con el director Francis Lawrence en Soy leyenda. Orquesta, con unas percusiones claramente diferenciadas y un sonido muy particular de las cuerdas, las maderas y los metales, y coro indisoluble. La energía de la supervivencia.

Fernando Velázquez volvió a ayudar con la traducción en un momento muy desenfadado, para la presentación de Airbender, el último guerrero y su majestuoso tema Flow Like Water. Otra película de poco éxito, pero de cuya música James Newton Howard se siente especialmente orgulloso. Y algo que se suponía que iba a ser el broche final de la noche y que mantuvo al público en vilo con su staccato final, se convirtió en el preámbulo de una ronda de aplausos infinita.

Y, así, llegó la propina: The Hanging Tree, de Los juegos del hambre. Una preciosa voz solista a la que se van uniendo instrumentos, el resto del coro y, finalmente, toda la orquesta. Y que puso a gran parte del público en pie. Y seguimos sumando a la ronda de aplausos infinita. El cierre a una velada llena de magia.

Puede que el aficionado a la música de cine echara de menos otras obras más conocidas del compositor. Quizá sea cierto que un evento de estas características, más que por la música en sí misma o por lo conocido que sea el autor, se vende por el éxito de las películas cuya música se va a interpretar. Algo que decía el mismo James Newton Howard en relación a lo que es necesario para ganar un Óscar: que la película sea popular. Es posible. Pero no cabe duda de que, después de los conciertos de Zubin Mehta y de Vladímir Spivakov, el concierto transversal no les ha ido a la zaga y bien se puede decir que Bilbao Puerto de Arte ha traído a la capital vizcaína uno de los grandes eventos del año.

Y, para esos aficionados que se han quedado con la espinita clavada, aún tienen el tour del próximo año. Seguro que podrán visitar alguna de las 20 capitales europeas por las que pasará. Pero este concierto ya no se volverá a repetir. Salvo en nuestro recuerdo.

Fotografías Enrique Moreno Esquibel