Crónica concierto Alexandre Desplat

Escrito por , el 15 enero 2017 | Publicado en Crónica

Los grandes magos, los maestros de la ilusión, saben que el todo es tan importante como las partes, pero que éstas deben pasar desapercibidas. Y un concierto es como un gran espectáculo de magia, una gran ilusión de humo y espejos, que funciona como un engranaje de relojería. En cierta manera, lo mismo podríamos decir de la música de Alexandre Desplat: un arte fríamente calculado y que, sin embargo, transmite emoción. Una música que, en sí misma, es como un juego de magia.

Magia que el mismo compositor compartió, junto a la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña (OBC), en el Auditori de la Ciudad Condal la víspera de Nochebuena, con el segundo concierto dedicado a sus bandas sonoras. Un reto interesante, si se tiene en cuenta que la música del francés es tan frágil que parece difícil que se pueda sostener en una sala de concierto. Al menos, en principio.

Otra cosa interesante de los conciertos, como toda representación, es que nunca hay dos iguales. Ni aunque tengan idéntico programa. Y eso es lo que permite que, aun yendo a pares, se pueda decir aquello de “se trata de un evento irrepetible”. Los factores son variados y el resultado depende de muchas cosas: del día, del público, de la compañía y, por qué no, de la fase de la luna. En este caso, aunque el propio compositor se subió al podio tanto el jueves 22 como el viernes 23 de diciembre, nos centraremos en el concierto del viernes que es al que tuvimos la fortuna de asistir desde AsturScore.

Esa noche se respiraba aire de fiesta en los alrededores del Auditori. En pleno preámbulo de las celebraciones navideñas, se notaba que la gente había ido a disfrutar y a pasárselo bien. A pesar de que había sitios libres en las zonas más altas del recinto, el patio de butacas y el resto de plateas presentaban casi un lleno absoluto. Un público expectante, preparado para escuchar un programa muy similar al del concierto en Londres de hace un par de años.

Como ya hemos comentado en alguna ocasión anterior, estos eventos venden más por las películas en sí mismas que por la música que se va a interpretar o por el nombre del compositor, así que había que contentar a un público muy variado. Por una parte, todas las películas cuya música sonó en la sala son las más internacionales y conocidas por el gran público de la filmografía de Desplat, incluyendo sus aportaciones a un par de sagas de éxito o varias nominaciones a premios o colaboraciones con directores mediáticos.

Uno de los principios básicos de toda ilusión, como decía al principio, es que el movimiento más amplio oculta el movimiento más discreto: lo que escuchamos es el conjunto y no las partes por separado. No sé si a vosotros os pasa, pero siempre hay un instante en el que dejo de sentir los instrumentos individuales y escucho el todo. Dos trompas no interpretan las mismas notas, pero ambas juntas suenan como una única trompa. Se complementan. Pero… ¿acaso es necesario saberlo para poder disfrutar de la música? Como con la magia, no hace falta saber hacerla para disfrutar de una buena ilusión. De hecho, en ocasiones, saber qué hay detrás del efecto le quita parte del encanto.

La OBC tiene un balance perfecto, es una orquesta homogénea y que suena como un cuerpo único. Algo que facilita las cosas, y mucho, cuando un director “externo”, como es el caso, tiene que ponerse al frente. Sobre todo, si tenemos en cuenta el adagio de que un buen compositor no tiene que ser necesariamente un buen director. A este respecto, las directrices de Alexandre Desplat, muy interesado en el equilibrio sonoro del conjunto y no tanto en el detalle, son más expresivas que técnicas.

La noche comenzó con New Moon Love, de Crepúsculo: Luna nueva, donde ya resaltó la importancia de las cuerdas en el trabajo del francés, con una suave y delicada melodía. Y no sólo por la interpretación de la orquesta, sino por la dinámica, que estaba directamente afectada por la disposición de los instrumentistas, con todos los violines en la parte delantera, a izquierda y derecha del director.

Por otra parte, el tema también sirvió para presentar un piano que resultaría brillante durante toda la velada y con una clara química con el director, que lo alabaría posteriormente y que le daba palmaditas en la espalda cada vez que salía al escenario. Se podría decir que la pieza sirvió como muestrario de lo que íbamos a seguir escuchando, añadiendo la presencia de maderas y metales. Muchos de los temas tenían unos arreglos más “llenos” que en las grabaciones, pero sin perder la sonoridad y el estilo del francés, con ese cierto aire minimalista, de música en oleadas, que hace sus composiciones tan populares.

Oleadas que deleitaron al público en La joven de la perla, pero que no terminaron de convencer por un pequeño problema formal. Una rutina mágica está formada por varias fases que van perfectamente hiladas, construyendo el sentido de la ilusión. Las suites de un concierto deberían poseer el mismo sentido, ya que, si sólo son piezas inconexas, sin construcción musical, parte del mensaje se pierde. Quizá ése fue uno de los pocos peros de la noche, porque las suites no eran tanto tales sino una mera sucesión de temas.

A continuación, llegaron unos extractos de Philomena y de La reina, en lo que se vino a llamar Stephen Frears Suite. Y donde, de nuevo, lo fragmentario de las piezas descolocó un poco al público. Algo que la suave orquesta y el ostinato de piano de The Imitation Game (Descifrando Enigma) solucionó, arrancando una gran ronda de aplausos del respetable.

Seguro que una de las virtudes de la colaboración de Desplat con Roman Polanski, aparte del gran conocimiento cinematográfico de ambos, es el que puedan comunicarse en francés. O quizá sea la magia de su encuentro en sí, quién lo sabe. En cualquiera de los casos, es posible que El escritor sea una de las composiciones con mayor sentido narrativo del músico galo. Con el acierto de tener un tempo ligeramente acelerado para el concierto (al menos, así me lo pareció a mí), la suite no suite comenzó con el tema inicial de la película y acabó con el final, justo antes de los créditos, manteniendo el pesadillesco discurso del film del director polaco.

El gran hotel Budapest sirvió para cerrar la primera parte de manera muy animada. “Un tributo a la música centroeuropea”, en palabras del propio compositor. Y si bien no sonó como en el disco, los arreglos para el conjunto orquestal disponible resultaron muy acertados.

La segunda parte dio inicio con una breve fanfarria de Godzilla, con un gran buqué, que explotaba en boca. Aunque resultó curioso llamar selección a una pieza tan corta que, de tanto seleccionar, se quedó en una “miaja”. Y, sin solución de continuidad, nos metimos de lleno en El discurso del rey, con su maravilloso piano.

La siguiente obra, Pélleas et Mélisande, fue todo un homenaje a los clásicos franceses. Especialmente, a Claude Debussy. Y, por si a alguno le quedaba duda de que el instrumento de Desplat es la flauta, lo que se escuchó terminó por despejarlas. Como detalle curioso, el solista no sólo recibió los aplausos del público, sino también los de toda la orquesta mientras volvía a ocupar su sitio entre sus compañeros.

Ya estamos todos entregados. El director da la entrada. Comienza a sonar la suite orquestal de  Reencarnación. Y… una tos contundente. El mal de los auditorios españoles. El francés interrumpe a la orquesta. Gira la cabeza ligeramente hacia el público. Emite un gran carraspeo. Se vuelve hacia los músicos otra vez. Les da la entrada de nuevo. Ya ha habido bastantes toses hasta ese momento, así que seguro que Monsieur está pensando lo mismo que David Rodríguez Cerdán unos días después en el Auditorio Nacional, cuando escribe en Scherzo.es, en su crítica del concierto de El señor de los anillos: Las dos torres, lo siguiente: “Lástima, eso sí, que las bajas temperaturas hubieran hecho estragos en un público muy tocado que se sumó al espectáculo con un repique antifonal de toses y carraspeos que pidió a gritos una dosis de acero orco.”

A pesar de lo anterior, esta suite fue, probablemente, de lo mejor de la noche, con su conjunto de flautas rítmicas y una percusión enloquecida. Percusión que ya había destacado antes, tanto por su calidad (sutil, a veces) como por su cantidad (no tan sutil, otras). Y por cuántos percusionistas se podían contar en el escenario, también visualmente, y casi nunca ociosos.

Todo ello, para regresar al piano de El curioso caso de Benjamin Button, arropado de nuevo por una envolvente orquesta. Por desgracia, el cierre lo puso la suite de Harry Potter y las reliquias de la muerte, una sucesión derivativa de temas de acción de lo más convencional, que ensombreció un poco el resto del concierto.

Por suerte, las dos propinas dieron un toque de distinción a una velada más bien internacional. El mismo Desplat lo confirmó al decir “y, ahora, algo de cine francés.” La amplitud galo-vienesa de Coco, de la rebeldía a la leyenda de Chanel y el piano de Un héroe muy discreto estuvieron separadas tan sólo por un simpático vídeo selfie que se hizo el director.

La verdad es que el concierto estuvo entre los dos o tres mejores del año en España, si de música de cine se trata. Y, lo más importante de todo, dentro de la temporada “oficial” de la OBC, ya que no se trataba de un concierto extraordinario. Algo parecido al caso de James Newton Howard, cuyo concierto también estaba englobado dentro de la temporada de “música clásica” de Bilbao Puerto de Arte. Ahora, sólo nos resta esperar que más orquestas, instituciones y/o entidades apuesten por organizar conciertos así dentro de sus temporadas, sin tener que sentirse culpables o recurrir a excusas o actividades paralelas. ¡Larga vida a la música de cine!