Música de cine actual
Una estrella fugaz. Eso es un concierto en el constante discurrir del firmamento: una breve llamarada en las vidas de una gente que se afana por sobrevivir a su día a día. Horas de ensayos, meses de trabajo previo para coordinarlo (conseguir las partituras, el recinto, cerrar acuerdos con los compositores). Todo para hacer que el público disfrute durante hora y media. Y, quizás esto forme parte del encanto, saber que es un momento efímero, pero que permanecerá en el recuerdo de los asistentes para siempre. ¿Te acuerdas de aquel concierto…
…al que fuimos en Vitoria en noviembre de 2017? Un día bastante frío, por otra parte, pese a no ser aún las ocho de la tarde. La fachada del Teatro Principal está iluminada con focos multicolores, mientras una pequeña multitud se afana alrededor de la entrada, haciendo estrecha la calle. En el interior, sobran los abrigos. Lleno casi absoluto. Mucha gente mayor, público habitual de los conciertos de la Banda Municipal de Vitoria-Gasteiz. Los maestros van tomando posiciones en el escenario, con el refuerzo de algún que otro instrumento de cuerda, que dará calidez a la velada. Se apagan las luces.
El divulgador cinematográfico Félix Linares hace un somero y divertido repaso a la historia de la música de cine, buscando en todo momento la complicidad del público. Incluso se permite cantar un par de standards clásicos. Sólo le falta sacar un conejo de la chistera. Aunque parezca increíble, se le nota nervioso. Por suerte, tiene una voz que le hace gran parte del trabajo; ahora y durante el resto de la velada, cuando vaya explicando cada uno de los temas a interpretar. Para finalizar, nos presenta al pianista Iker Olazábal que, esta noche, se encargará de guiar a la banda hacia los grandes horizontes.
Nos acaban de mencionar a John Ford y la música nos traslada a los Estados Unidos de Almería: 800 balas, de Roque Baños. Los metales aún están un poco fríos, pero es una manera estupenda de meterse al público en el bolsillo. Un estilo musical fácilmente reconocible y muy cinematográfico. Una extensa suite nos introduce varios de los temas de la película de Álex de la Iglesia. Está claro que el director bilbaíno tenía las ideas claras y que dio al compositor murciano una serie de referentes a seguir.
Una constante durante las primeras piezas: los referentes. Pos eso, una locura cañí de animación en plastilina, en la que puede que no haya ideas tan claras pero que requería un pasodoble a gritos. La banda disfruta, no cabe duda. Gran parte del público está en su salsa. No hay concierto de banda municipal en que no se espere un pasodoble, aunque sea uno canalla y divertido, como el de Aritz Villodas. La construcción de las piezas, además, sabe gestionar los tiempos, atrasándolo, mientras va creciendo y acercándose tímidamente a la explosión final. Tan tímidamente como recibe el autor, presente en la sala, los aplausos del público.
Un concierto que recoge música de los últimos quince años no puede pasar de largo uno de los grandes éxitos del cine español: Ocho apellidos vascos. Una composición delicada y ligera, que no minúscula, en la que Fernando Velázquez sabe sacar jugo a los tópicos musicales, acumulándolos en pequeñas pinceladas y, sin embargo, manteniéndose fiel a sí mismo. Con especial protagonismo en la percusión, la pieza parece apta para ser interpretada por una banda, gracias sin duda a unos inteligentes arreglos.
El presentador de la velada está a punto de quedarse sin palabras mientras los miembros del coro de voces graves Araba Abesbatza y del coro infantil y juvenil Crescendo Abesbatza suben al entarimado. El escenario se ha convertido en el camarote de los Hermanos Marx, preparados para interpretar el himno de la web de nuestros compañeros de BSOSpirit. Un tema, compuesto por Aritz Villodas, en el que la épica y el lirismo van de la mano, para terminar con la entrada del coro. La ejecución es más que correcta, aunque todavía queda algún metal despistado, pero se echa en falta más fuerza en el coro. Quizá porque se trata del calentamiento de lo que aún está por venir.
Desde el Olimpo, nos visita el Hércules de Fernando Velázquez, en un arreglo para banda glorioso. Probablemente, lo mejor de la noche. Haciendo uso de todo el “aire” disponible, no hay orquesta que envidiar. Los arreglos “llenan la música”. Y el coro resulta tan poderoso que Félix Linares vuelve a escena para pedirle a Iker Olázabal que interpreten de nuevo el final de la pieza.
Y seguimos con Velázquez y El guardián invisible. Los arreglos son igual de brillantes, pero la música resulta algo más derivativa, aunque el director tiene a la banda bajo control en todo momento. Música de misterio, más oscura, con un bello tema central que nos susurra Basajaun al oído.
Si los arreglos de Velázquez para sus obras realzan las sonoridades propias de la banda, Roque Baños no se queda atrás con su Alatriste. Desde las primeras percusiones y los coros, la música del Siglo de Oro, la imaginación del maestro Rodrigo y la larga experiencia del compositor murciano van de la mano. La única pega puede ser la duración de la suite. Parece que, cuando se le pide a Baños que escoja con qué quedarse de su obra, tiene problemas y decide ponerlo todo. En cualquiera de los casos, arranca los aplausos del respetable. No cabe duda de que a los vascos nos gusta un buen coro.
Despedida y cierre. Pataleo del coro, saludos de director y banda. También suben al escenario Inma Arroyo y Aitor Sáez de Cortázar, directores de los coros. Nos hemos ganado un bis de lujo: el Dies Irae del Réquiem de Mozart. Un absolutamente modesto Aritz dice: “esto ya no hay quien lo supere.”
Una estrella fugaz. Un fulgor efímero que será difícil de olvidar.