Basado en Hechos Reales: Jurassic Park (o Jurassic Psycho)

Escrito por , el 14 abril 2013 | Publicado en Apuntes

Los recuerdos permanecen ahí, en mi memoria, imborrables, en ese rincón especial donde guardo las anécdotas y sucesos que a continuación relataré.

No son invenciones o frutos de mi imaginación, son hechos reales, sucedieron, y la música fue un elemento esencial, un nexo de unión.

Bienvenidos a la nueva dimensión / sección… Basado en Hechos Reales, también conocida como The Reality Zone.

Episodio 01 : Jurassic Park (aka Jurassic Psycho en Gijón)

Fue una tarde de verano, en casa de mis padres (otrora mi casa). Mi primo Mario, mi hermano (Herminio), dos amigos comunes (Eduardo y Mulas, creo recordar) y servidor. No podría citar exactamente el año, pero siendo Jurassic Park de 1993, situaría el incidente entre verano de 1994 y el verano de 1995 (fue uno de esos dos, porque el CD lo conseguí casi un año después).

El día, caluroso, comenzaba a llegar a su fin, añadiendo un cierto tono crepuscular a la luz que entraba por las ventanas, colándose por la persiana que recién acabábamos de bajar.

Conviene poner en antecedentes al lector sobre ciertas costumbres “juveniles” de mi hermano, para que pueda entrar en materia y entender el incidente dramático que relataremos a continuación.

Herminio, mi hermano, es un buen chico, todo corazón; noblón, como decimos aquí, alguien que siempre estará ahí para echarte un cable. Esa es la cara de la moneda.

Pero todos tenemos una cruz (no haré chistes fáciles tras las procesiones de estos últimos días), y la de mi hermano es que era (quiero creer que ya no…) muy bestia jugando. Si jugaba a inmovilizarte, siempre acababas dolorido de alguna extremidad, o con algún golpe en diferentes localidades de tu cuerpo (premio seguro, cortesía de Herminio).

A veces ni medía, y podías encontrarte envuelto en todo tipo de dolores varios, a veces incluso extremos; golpes de escuadras y cartabones, peligros de pinchazos de compás, fustigazos de espadas de juguete (los típicos floretes de los tres mosqueteros), etc…

Como digo, todo ello pasó (menos mal), pero siempre quedarán en la retina infernales situaciones que, aunque nos provoquen cierta carcajada, no dejan de tener añadida cierta dimensión dramática (bueno, será menos, ¿eh?).

Esa tarde nos encontrábamos escuchando Jurassic Park de John Williams (Did you remember it?), y estábamos hablando de lo típico, cuando se comenzó a caldear el ambiente made in Herminio, jugando como solo el sabía jugar… a lo bruto. Te empujo, me río, se la devuelven, el se ríe, empujándote más, y así en plan divertido. Todo buen rollo, hasta que llegó el evento.

Resulta que, cosas del destino jurásico, mi hermano tenía un T-Rex de juguete, muy logrado, de plástico duro, del bueno vamos, y la cola se le podía quitar. No me preguntes por qué, pero ese día la cola estaba quitada y mi hermano la tenía en su mano.

Jugando y peleando, el asunto quedó entre mi primo Mario, que con una mueca de risa (aunque no exenta de cierto dolor y preocupación) nos pedía ayuda al resto, descojonados en una esquina. Aquel momento lo recuerdo vívidamente; sonaba el corte T-Rex Rescue & Finale, en concreto el tema de los velociraptors, una genialidad más de Williams.

Mi hermano cogió la cola y la levantó, yendo hacia Mario, quien reculando hacia atrás llegó hasta el fondo de la ventana, con la habitación a sus espaldas, con la persiana media bajada, como ya se comentó, y con la luz colándose a través de ella.

No se cómo ni quien, pero Edu, Mulas y yo salimos de la habitación, y uno de nosotros apagó  la luz. Fue tremendo, y hasta de terror, pero mi hermano (recordemos que era un niño, como todos nosotros) alzó la cola y se la clavó en la cara a mi primo, en el papo derecho (moflete, vamos).

Llegamos a ver las típicas sombras chinescas del “apuñalamiento jurásico”, y he de decir que fue tremendo. Acojonaba, de corazón lo digo. Y encima con aquella música violenta y frenética de fondo, añadiendo más drama al asunto. Mi primo, evidentemente, profirió un grito (quizás fuera un aullido, quien sabe), y alguien encendió de nuevo la luz (ese creo que fui yo).

Todavía sueño con aquella escena, levantándome entre sudores fríos por la noche… (es por añadir tensión a la historia, vamos). Mi primo se sujetaba el papo derecho con mueca de dolor, y mi hermano, con media sonrisa diabólica y medio gesto de preocupación (evitaré tildar el momento de psicótico, por el amor fraternal que le proceso), aún sostenía la maldita cola del T-Rex.

– ¿Estás loco o que? – Mario casi fusilaba a mi hermano con la mirada, y acto seguido cambió el objetivo y apuntó hacia nosotros, espetándonos-: ¿Y vosotros que tal, bien?

Alguien quitó la música, y fuimos al baño a constatar los efectos del aguijonazo, pensando en que tendríamos que ir a Urgencias (cómo mínimo), pero nada de eso. Una pieza tan rígida como la cola de aquel dinosaurio había entrado en la cara de mi primo, y no me digas como, pero la piel donde se clavó cedió con una elasticidad más allá de lo inimaginable, facilitando que al clavarse no le hiciera apenas herida (no recuerdo verle ni sangre), y que la piel diera de sí un buen tramo.

Ver para creer.

“Aquí no mentimos” (Damon Killian, The Running Man, 1987)

Resumiendo… pasarán años y paños, pero jamás podré olvidar, como si fuera ayer, que una vez fui testigo de un apuñalamiento jurásico en toda regla, con la cola rígida de plástico de un T-Rex, mientras la banda sonora de Jurassic Park de John Williams sonaba de fondo. ¿Coincidenca o destino? ¿Cueces o Enriqueces?

Es un recuerdo irremediablemente ligado a este score que me perseguirá hasta el fin de mis días, y que demuestra que la elasticidad de la piel humana es inversamente propocional a la rigidez del plástico agresor.

Nos vemos en la próxima dimensión, una basada en hechos reales, también conocida como The Reality Zone.