Thirteen Lives – La Película
Todo lo que me cabe expresar por lo visto en esta película es una profunda admiración, tanto por mostrarme lo ocurrido en 2018 en esa cueva como la forma en la que su director lo ha rodado. Un grupo de 12 niños y su entrenador se quedan atrapados en una cueva de la provincia de Chiang Rai en Tailandia, a la vez que empieza a diluviar y el lugar se queda completamente inundado y prácticamente inaccesible. Varios buzos provenientes de distantes partes del mundo, aparte de los nacionales, y la población local colaboraron para que esta inspiradora gesta pudiese verse realizada y rescatar a los muchachos.
Ron Howard rueda esta hazaña de una forma completamente respetuosa y huyendo de los lugares comunes que este tipo de cine impone basado en hazañas reales (y del que él muchas veces ha sido ejemplo) impone. Rueda la película de una forma realista y verosímil, haciendo que nos sintamos cómplices de las dificultades que este rescate tuvo y, a la vez, sin mostrarnos pena o exaltar el sufrimiento que tanto los niños como todas las autoridades e implicados padecieron.
Para ello pone a su disposición todo un equipo técnico y humano que da todo de sí en el que todos brillan sin deslumbrar y perder el verdadero foco, que es la propia historia. Desde la fotografía al montaje, pasando por el sonido o los propios actores y extras y, por supuesto, a la pericia de Howard de contar la historia midiendo los tiempos y siendo uno más en el rescate.
Esta historia merecía esta forma de ser contada con este compromiso y seriedad. La sensación que tuve tras el visionado es que el ser humano, cuando se lo propone y rema conjuntamente, puede hacer casi cualquier cosa. Y eso me da confianza. Más que una película es un documento técnico y humano de gran valor.
Thirteen Lives – La Banda Sonora
Benjamin Wallfisch es uno más en esta misión y su música, lejos de exaltar el heroísmo o darle tremendismo al peligro al que se enfrentan los buzos, lo que hace es acompañar en un segundo plano resaltando los aspectos más importantes pero sin ser intrusivo ni interponerse en el camino del verdadero protagonista que es la historia. De hecho, su música es casi imperceptible.
Tres son aquellos aspectos que destaco: una música de carácter más descriptivo y experimental que refleja las dificultades en el rescate, otra de tipo étnico y casi místico para mostrarnos el carácter ancestral del lugar donde acontecen los hechos y una tercera música más narrativa y sinfónica, construida en base a violonchelo, dedicada los niños protagonistas.
La primera de ellas está dedicada a las propias dificultades derivadas del rescate, tanto a la hora de llegar a los niños como de sacarlos. Por un lado nos encontramos con una música que mezcla electrónica y sonidos experimentales que dan cuenta de la complejidad de las grutas que tenían que atravesar los buzos para llegar al lugar de rescate. Podríamos decir que la limitación en el uso de oxígeno es el primer gran hándicap al que enfrentarse.
Son temas que transmiten asfixia y angustia y subrayan un peligro que se hace latente. Por otro lado, nos encontramos con unos compases muy acusados en Syrenge o First Customer en el que el enemigo es la limitación en el tiempo, pues tienen que evacuar rápidamente a los niños ante la inminencia de los monzones. Estos compases son pautados de forma muy original por Wallfisch y simulan lo que podría ser un cronómetro que marca insistentemente el tiempo del que se dispone.
Este tipo de música tuvo una elaboración bastante compleja a la vez que curiosa. Wallfisch contó con tres solistas tailandeses tocando instrumentos tradicionales (saw duang, khlui, phin y khaen) pero ralentizando la grabación y haciendo que sonase invertida. El resultado era una música distorsionada que parecía provenir de debajo del agua. El objetivo no era otro que conseguir una sensación de opresión para las escenas subacuáticas y hacer partícipe al espectador de las grandes dificultades para atravesar esas grutas.
Además, usó botellas de oxígeno, raspándolas y golpeándolas y probó con el sonido emitido al quitar la válvula para conseguir una especie de resonancia que nos ubicase de forma indeterminada en la cueva. Con ello la sensación de extravío y angustia multiplicaba.
Hay una música para todo lo que simboliza la cueva. El compositor dibuja el lugar de una forma cuasi mística y religiosa con una música de carácter étnico. Contrariamente a lo que podría hacerse en la música más comercial, no nos muestra la cueva como un lugar peligroso u hostil, sino como un sitio casi divino.
Tampoco lo enfrenta a los personajes, sino que es algo que está ahí y no tiene (ni debe) tener respuesta por parte de ningún otro tema. Es una música que no sólo se extiende al lugar en cuestión sino al entorno y sus gentes. Los escuchamos en Tham Luang y en multitud de partes que nos recuerda el carácter sagrado del lugar y el respeto que debemos procesar por el culto y las creencias de la población autóctona.
Esta parte incorpora reverberaciones de una canción tradicional llamada Soh Long Nan de la provincia de Ching Rai sobre una princesa enfadada cuyas lágrimas inundaban la cueva donde se quedaron atrapados los niños. Wallfisch pretende así dotar a la montaña de “voz” y acentuar la singularidad de del lugar. La historia queda así impregnada de una espiritualidad que considero necesaria para acercarnos más a la ideosincrasia del lugar y entender mejor el carácter de sus gentes.
Personalmente, me encanta este tratamiento de la música, pues es otro síntoma del enorme respeto con el que se ha tratado este suceso y todo lo que la circunda. La citada canción la escucharemos en los créditos finales y será el cierre de la edición digital.
De uso meno extendido (que no menos trascendental, al contrario), es la música para los chavales protagonistas. Se trata de una melodía sencilla, casi minimalista, hermosa a la hora de reflejar la inocencia y la fragilidad de aquellos. No cae en el sentimentalismo ni la pomposidad y lo podemos escuchar por primera vez en Thirteen Lives.
Su uso también se extiendo a la relación con sus familiares, ya que no sólo suena cuando están presente ellos sino en el momento del reencuentro. Esto lo comprobamos en el tema Reunion. Este tema nos mostrará así la vertiente más humana y sentida de la historia, mostrando un enorme respeto de nuevo, esta vez por la propia vida y los lazos familiares.
El resultado final de la música no puede ser más satisfactorio tanto a nivel narrativo como cinematográfico. Wallfisch prescinde de la música en escenas de gran importancia dramática o desesperación, dejando que la puesta en escena, los protagonistas o lo que se deriva de la situación hable por sí mismo. No hay tampoco reiteración o subrayado en escenas en la que la música ya ha cumplido su fin, apenas en las escenas de buceo y dejando que muchas de ellas ya nos haya dejado la huella con un uso bastante expresivo y competente. Con todo ello no sólo está respetando la historia, también al espectador.
Thirteen Lives – Conclusión
Todo en esta película funciona a la perfección porque parte de unas bases tan simples (o al menos deberían serlo para cualquier película que se basa en hechos reales) como el respeto y el compromiso. No hay abusos de luz, de movimientos de cámara, de sonido, de música…de hecho, no hay siquiera verdaderos clímax. Y esto viniendo de un director como Ron Howard es, como mínimo, sorprendente (gratamente sorprendente).
La película es una celebración del cine serio y riguroso pero también un ejemplo de como todos los recursos que da la cinematografía pueden usarse tanto para un fin didáctico y divulgativo como lúdico. Siendo espectacular no pretende serlo.
Thirteen Lives
- Thirteen Lives (3:50)
- Tham Luang (2:36)
- Rain (2:44)
- Flood (1:01)
- Dive (3:50)
- Navy SEALs (3:33)
- Oxygen (2:15)
- Prayer (4:18)
- Syringe (4:18)
- First Customer (1:15)
- White Umbrella (3:23)
- Everyone Leaves Today (4:35)
- All But One (2:05)
- Reunion (3:16)
- Soh Long Nan (2:53)
