Billy Wilder y la dirección del amor…
… o cómo la música puede adquirir dimensiones explicativas fascinantes.
Un breve prefacio
Durante años —más de los me gustaría admitir— el texto que estás a punto de leer se ha mantenido inacabado, oculto bajo llave en algún lugar recóndito al fondo de un enmarañado y polvoriento cajón. Hace mucho tuve una fugaz ilusión: iniciar un videoblog en el que hablar sobre cine en general, donde poder desentrañar y destejer los mágicos hilos de este fascinante y multidisciplinar arte. En resumidas cuentas, una mera excusa para aprender y reflexionar sobre cine. Sin embargo, todo quedó en un simple boceto tan incompleto como el citado texto en su versión más primitiva.
Gracias a la perspectiva que brinda el tiempo, he podido darme cuenta de que “aprender y reflexionar sobre cine” es precisamente lo que he venido haciendo —humildemente— durante casi una década en AsturScore. De la mano de amigos inquebrantables, que me han abierto las puertas de innumerables universos cinematográficos, he podido construir mi más personal línea de aprendizaje a través de la música —algo que ya venía haciendo, pero de forma extremadamente superficial—. Por ello, no existe mejor lugar de residencia para este texto, que el que siempre ha sido su hogar: AsturScore.
Hablemos de CINE con mayúsculas
Solo sea una vez más —aunque espero que queden muchas— hablemos de CINE. Lejos de mi percepción inicial, la labor de encontrar las palabras adecuadas para un post tan personal como el actual ha resultado ser menos intimidante de lo esperado. Supongo que el tormento de la página en blanco y la falta de ideas me están esperando pacientemente en algún rincón del futuro próximo. Y es que, en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, la opción más acertada era a su vez la más fácil: escribir sobre algo con lo que realmente disfruto. Y ¿qué es ese algo?, se preguntarán muchos. Otros, los que más de cerca me conocen, ya estarán pensando en “la música de cine” como respuesta que se amolda perfectamente al espacio en blanco bajo dicha cuestión. Y si tenemos que hablar de películas —que es lo que se pretende—, la decisión es aún más sencilla, ya que no puedo dudar en escoger The Apartment (El Apartamento, 1960) de Billy Wilder, como uno de los filmes que más influencia han ejercido sobre mí como aficionado al cine.
Muchos años han pasado ya desde que descubrí, felizmente, la que el propio Billy Wilder consideró su película más redonda; pero no fue hasta mucho después —allá por el año 2014— cuando me dio por pararme a estudiar el sentido de la música en la misma. Por supuesto ya había reparado en el tema principal y el papel protagonista que éste tiene hasta la escena del intento de suicidio por parte de Fran Kubelik, la protagonista, interpretada por la siempre genial Shirley MacLaine. Sin embargo, durante todos mis visionados siempre me quedaba estancado en este punto, dejándome llevar por las líneas de diálogo y renunciando inconscientemente al significado que las notas musicales pretendían aportar. Ahora, siendo consciente del valor narrativo de la música en la película, se presenta ante mí un nuevo final, más definido y cerrado, donde nada es dejado al azar.
El tema musical utilizado como principal no está escrito por Adolph Deutsch, compositor del resto de la partitura, sino que Wilder decide usar para tal efecto uno preexistente llamado Jealous Lover. Compuesto en 1949 por Charles Williams para la película británica The Romantic Age, el tema se convertiría en un éxito de ventas en Estados Unidos gracias a su posterior uso en el filme que nos ocupa. El papel de dicha música en la película tiene su origen conceptual en el guion literario escrito por I.A.L. Diamond junto al propio Billy Wilder, donde se establecen los momentos en los que aparece bajo su forma diegética, y éstos, a su vez, sirven como punto de partida de un discurso narrativo que aportará un significado emocional y psicológico directamente asociado a Fran Kubelik.
Tras una primera e intensa aparición durante los créditos iniciales, el tema lo escuchamos por segunda vez acompañando el momento en el que Fran entra en el restaurante chino “The Rickshaw”, lugar en el que se cita habitualmente con su amante —a la vez que jefe— el señor Shaldrake. Nada más verla entrar, el pianista le regala una sonrisa y, como si de un ritual se tratara, comienza a tocar para ella “Jealous Lover”.
Para Fran el significado de la palabra amor y su personal concepción del romanticismo nace y queda ligada a su infructuosa relación con Shaldrake, a todas luces la experiencia sentimental más intensa de su vida. Y al mismo tiempo, dicho sentimiento se encuentra estrechamente vinculado al recuerdo de sus citas clandestinas, siempre acompañadas de las melancólicas notas a piano del citado “Jealous Lover”. Sin embargo, y aunque en un principio pueda parecer lo contrario, en una escena posterior nos daremos cuenta de que este tema no pertenece a ambos, siendo Fran la única dueña del mismo.
La reveladora escena en cuestión, uno de esos grandes momentos del cine donde música y guion se fusionan para condenar a uno de los personajes, tiene lugar en el apartamento del ausente Baxter (personaje interpretado por Jack Lemon y que de ahora en adelante llamaremos Bud). Tras una tensa discusión marcada por las lágrimas de Fran, ésta hace entrega al señor Shaldrake de un regalo de navidad. Se trata de un LP de título «Rickshaw Boy» con la música que siempre escuchan en el bar. Shaldrake lo desempapela y, tras hacer una mueca al reconocerlo, posa el disco sobre la mesa sin mostrar demasiado interés. Con este regalo Fran le entrega su bien más preciado que no es otro que el recuerdo de su amor. Su intención es rememorar un tiempo pasado que fue mejor, a lo que Shaldrake responde con indiferencia, y es que, muy probablemente, el susodicho “Jealous Lover” representa al resto de mujeres con las que compartió la última mesa del restaurante chino. En este preciso instante nos damos cuenta de que el tema sólo representa a Fran. El empresario carece de sentimientos hacia ella y por esta razón se le impone un castigo cinematográfico: su personaje queda privado de dicho tema musical, imposibilitando así el nacimiento de cualquier signo de empatía por parte del espectador hacia él.
“De ahora en adelante precaución: SPOILERS”
Sin embargo, el amor de Fran hacia su jefe se desvanece tras continuos desengaños. Poco después de que Shaldrake abandone la escena, y tras haber recibido por parte de él un presente con el símbolo del dólar, Fran reproduce la canción en el tocadiscos. Se siente traicionada y acorralada, experimentando la frustración de un amor no correspondido que la lleva al límite. Los espectadores tenemos consciencia de este hecho gracias a la existencia de una música (como siempre su idea de amor), que la conduce lentamente hasta un abismo psicológico que la invita a saltar, poner punto y final a su vida y extinguir así su sufrimiento. Ya no le queda nada por lo que luchar y la música, que se eleva y alcanza toda su intensidad dramática, nos muestra las altas cotas de sufrimiento a las que Fran se ve enfrentada.
Tras el amargo y frustrado intento de suicidio todo cambia. El tema musical pierde toda la fuerza experimentada con anterioridad y se convierte en una melodía en vías de extinción. El delicado estado físico y emocional en el que se encuentra la protagonista, unido al poco interés que Shaldrake muestra por su salud, propician lo que aparenta ser el ocaso del amor dentro de ella y, por tanto, de la melodía que lo simboliza. No obstante, todos sabemos cómo continúa la historia. Shaldrake se las ingenia para conseguir una tercera oportunidad, pero no las tiene todas consigo: ella se refugia en un estado de desconfianza y su música (o su idea de amor) nunca alcanzará las cotas de romanticismo originales. O sería mejor decir que no las alcanzará mientras las flechas de su amor apunten en la dirección del consabido jefe.
Llegados a este punto los espectadores nos podríamos hacer una pregunta: si en un personaje se despierta un sentimiento hacia un tercero por encima del experimentado hacia un segundo, ¿debería haber un tema musical diferente para cada uno de ellos? Para mí la respuesta es clara: depende de lo que represente el tema musical.
Por lo que, si este tema simboliza un sentimiento tan invariable como la idea de amor que cada uno tenemos, ¿por qué iba a ser necesario cambiarlo cuando el receptor es diferente? No estamos hablando de lo que la otra persona le transmite, ni de sus cualidades intelectuales o físicas, sino de cómo entiende Fran Kubelik el amor, lo que coloquialmente definimos con las palabras “sentir mariposas en el estómago” aquí queda explicado de forma inmaterial con notas musicales. Fran cambia la dirección de su flecha y apunta a Bud, quien, a diferencia de su jefe, ha mostrado capacidad de sacrificio y un amor hacia ella sin atisbo alguno de egoísmo.
Una primera ocasión se da cuando Bud miente al cuñado de Fran para evitar que éste conozca la verdad sobre su anterior intento de suicidio. Dicha gesta queda saldada con un ojo morado, pero también con la aparición del tema de Fran apuntando hacia Buddy tras su generoso gesto para protegerla. La segunda ocasión, ya cerca del final y siendo más trascendental para la historia, tiene lugar cuando Fran descubre que Bud ha sacrificado su puesto de trabajo, aquel que tantas irritaciones personales le había ocasionado, para defender el amor que siente hacia ella e impedir que Shaldrake la corteje de nuevo en su piso. Es tras este momento cuando escuchamos el tema de amor en toda su plenitud, el cual ya no es melancólico ni dramático como antes. El amor de Fran apunta en una nueva dirección —la misma hacia la que ella corre apasionadamente— y la energía que transmite está directamente asociada al nuevo propietario de la flecha, que no es otro que Bud.
Así de concisa puede llegar a ser una música bien utilizada. A la hora de acometer un proyecto los cineastas se preguntan —o en muchos casos deberían— si la película debe o no llevar música, si les puede ayudar en una escena determinada o si prefieren prescindir de su uso. El caso que nos ocupa es un claro ejemplo de cómo una buena estructura musical puede rellenar los vacíos cinematográficos de un magnífico guion literario, y, sobre todo, de cómo se puede afrontar el trabajo a partir de este último.
A la hora de definir la música de los personajes, y de lo que deben transmitir con ella, Billy Wilder destaca a uno como el más necesitado en lo referente a música explicativa. El premio se lo lleva claramente Fran, con sentimientos más complejos que el resto, y es que, aunque el gran protagonista de la película es Bud, de él siempre tenemos claro que está enamorado de Fran y que sus inquietudes profesionales quedan en parte satisfechas a la hora de ascender. Mientras que Fran lucha contra su subconsciente y se mece al son de lo que ocurre a su alrededor. La música explicativa debe enfocarse y rendirse ante ella, ya que los espectadores tenemos la necesidad de entenderla, de saber lo que piensa. ¿Se ha extinguido definitivamente el amor que sentía por su jefe? ¿Sus sentimientos hacia Bud se reducen a una amistad y gratitud sinceras o experimenta algo más profundo?
Las respuestas a todas estas preguntas nos las da Wilder jugando con el tema “Jealous Lover”. La gente que no repare en la música pensará que la icónica escena final esconde un significado ambiguo o triste. Los que vayan más allá defenderán todo lo contrario.
The Apartment
- Main Title – Theme From The Apartment (01:50)
- Lonely Room (03:05)
- Where Are You, Fran? (02:15)
- Ring a Ding Ding (01:30)
- So Fouled Up (02:05)
- Tavern In Town (01:30)
- Hong Kong Blues (03:16)
- Theme From The Apartment (03:30)
- Career March (03:10)
- Blue Christmas (02:00)
- Kicked In The Head (02:45)
- Little Brown Jug (01:30)
- Office Workers (02:10)
- This Night (03:30)