Análisis
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Género
Acción, Espionaje, Thriller
Lo mejor
Hacía tiempo que Howard no abordaba un género distinto al fantástico dirigido al gran público, pudiendo demostrar su capacidad para brillar como compositor de cine maduro y adulto
Lo peor
Que Howard no obtenga el reconocimiento que merece por haber firmado una de las mejores escenas músico-cinematográficas que recordamos en mucho

Red Sparrow

2018

Gorrión Rojo es la sexta película del director Francis Lawrence para la que el norteamericano James Newton Howard ha compuesto la música, y posiblemente la más compleja de todas ellas. Después de Soy Leyenda (2007), en la que la música solo jugaba un papel dramático al principio y al final del metraje, la interesante y a ratos emotiva Agua para Elefantes (2011) y tres cintas de Los juegos del hambre, Howard se ha enfrentado esta vez a un drama real, una película de espías y las imágenes más oscuras, violentas y descarnadas en una década al menos.

Dicho esto teniendo en cuenta que durante los últimos años el compositor de Los Ángeles ha centrado su carrera en obras de corte más juvenil como las mencionadas Los juegos del hambre, Maléfica o Animales fantásticos y dónde encontrarlos. Así pues, aquellos que echaban de menos al autor de las bandas sonoras más graves y sesudas de Mientras nieva sobre los cedros (1999) o Resistencia (2008) se saciarán, o no, con este nuevo score, que dicho sea de paso, se acerca más a propuestas del thriller como Causa Justa (1995), La interprete (2005), o a algunas de las cintas de terror de Night Shyamalan.

Es curioso como alegando al género del thriller, o de las películas de espías, algunos hayan mencionado obras previas de Howard como El legado de Bourne (2012) o Nightcrawler (2014) como fuente de inspiración para la película de Lawrence (el director). Pero nada más lejos de la realidad. Red Sparrow asienta su protagonismo sonoro en patrones clásicos, nada ambientales, líneas melódicas sencillas y estructuras complejas, eso sí. Y el ritmo y el sonido sintetizado de aquellas películas mencionadas es aquí solo un recurso incidental para potenciar la tensión y el desasosiego de algunas escenas.

Empezando por el principio, nos encontramos ya de entrada ante una de las escenas filmográficas más redondas en lo que se refiere a su maridaje con la música de los años recientes. La ya popular obertura, en la que los dos protagonistas (Jennifer Lawrence, en el papel de la bailarina Dominika, y Joel Edgerton, en el del espía americano no tan guapo que se convierte en juguete sin que ni él ni el espectador lo sepa, o ni tan siquiera el que escribe) parten de la casilla de salida, la inocencia y belleza de la danza y la opacidad y mezquindad del espionaje, es un grandioso ejercicio de compresión de lo que significa la música de cine.

El director podría haber optado, que demonios, seguramente cualquier otro hubiera optado, por poner una pieza clásica en el inicio (once minutos de duración de la escena) y alternar la escena del ballet ruso con la acción del espía americano por las calles de Moscú. Pero eso hubiera  impedido que la tensión y el drama fluyesen de un vaso a otro, y contener así la respiración del espectador. La música de Howard se balancea suavemente de una a otra escena sin exabruptos, algo que de ninguna manera hubiera conseguido una pieza clásica, que o bien debía haber parado en cada plano de acción de Edgerton, rompiendo el climax, o haber continuado, siendo anacrónica a las imágenes mostradas.

Escena inicial de la película

Más aún, habiendo reconocido el director en una entrevista que parte del montaje e incluso de la grabación de la secuencia inicial se realizó con la ayuda de la pieza clásica de Igor Stravinsky “El pájaro de fuego”, y luego cediendo la batuta de Stravinsky a Howard para realizar el trabajo con igual pasión y más eficiencia, teniendo en cuenta que la música de la obertura no se puede desgajar de las imágenes para las que fue creada, aún cuando resulta en una pieza fastuosa también en su escucha aislada.

El Requiem de Mozart fue la otra gran inspiración de Howard para su score de Red Sparrow, según el mismo ha reconocido, habiendo incluso llegado a componer antes de que la película fuera grabada, algo poco usual, más bien insólito. Y así, además de “a música rusa”, si es que eso existe más allá de la conciencia popular, tanto la obertura como las dos piezas que cubren el desenlace de la película (Didn´t I do well, y End Credits) resultan en media hora de música de cine magistral, melódica, orquestal, sinfónica, temática, rica en matices y embriagadora. Que después algunos digan que por el medio hay tedio es por pura ignorancia.

Lo que se descubre en el medio es una historia intricada en la que el propósito de los realizadores es que el espectador sepa tanto del personaje femenino protagonista como sabe el personaje de Edgerton: información confusa. La música colabora a partir de un motivo de cinco notas que evoluciona de muy diferentes maneras a lo largo del score (y ya por cierto desde el primer momento puesto que son las primeras notas que suenan con los logos de introducción) y que incluso en determinados momentos se muestra extrañamente distante y ambiental, como en la escena de sexo entre los dos protagonistas, donde la música contribuye a crear una confusión a la altura del rostro del personaje masculino en ese instante. En otras ocasiones, Howard (y por ende Lawrence, el director) es maestro del silencio y deja que otras secuencias hablen por sí solas, como sucede con la mayor parte de las que implican tortura física o sexual, y si es que la segunda está completamente desligada de la primera, en el plano de lo psicológico también.

En todo este “tramo medio” de la cinta, vamos a llamarlo así, Howard hace un mayor uso de la cuerda que de ningún otro instrumento para generar expectación y crear tensión dramática a partes iguales, en la que muy posiblemente sea su mejor composición para el género del thriller puro, desprovisto de los efectos del cine de terror o fantástico a los que ya nos tiene acostumbrados.

Al fin y al cabo el norteamericano es un gran narrador musical de historias y aunque en ocasiones su trabajo haya tenido algo que ver con el relleno musical (el ejemplo perfecto es ese pastiche de El legado de Bourne), su contribución al Gorrión Rojo es tan determinante y sobresaliente, en nuestra opinión, como la sensualidad (a veces salvaje) de Lawrence (esta vez ella) o la cara de aprieto de Edgerton. Y además, cómo no va uno a deleitarse con una sinfonía “a la rusa” del compositor de Wyatt Earp o El bosque, que llevamos más de treinta años escuchando, y que conocemos como si ya fuera parte de nosotros mismos.